Por: Rodolfo Pastor Fasquelle
¿Estamos a la mitad de la historia, o al final? Los estados nacionales no son eternos. No han estado siempre ahí y no subsistirán por milenios. Son formaciones históricas que, por etapas y necesidad, se fusionan y dividen y desprenden y adhieren sucesivamente a otros iguales o a alineaciones más complejas. Duran mientras se las tolera desde afuera y se las defiende desde adentro. Así, cuando escribimos que es un estado fallido decimos que Honduras transita hoy a la deriva, en un tiempo oscuro, por una senda incierta, sin que se vea luz tampoco al final del túnel.
Hace tiempo que los hondureños perdimos cualquier cohesión. Desistimos de un proyecto nacional propio, nunca bien articulado en aras de satisfacer las poderosas demandas e intereses de la hegemónica potencia americana, en cuyo campo magnético gravitamos de un siglo acá. Nos dividió el proceso de subdesarrollo en clases antagónicas, cada vez menos capaces de negociar sus diferencias. Y aunque finjan, estamos en un impasse.
Una desorganizada y dispersa mayoría esta a disgusto, indignada por la depredación, alarmada y adversó al actual gobernante en las elecciones generales. Una minoría pequeña pero dueña del capital corporativo e industrial, el Partido de gobierno y su base social irreductible, un 25% de la población… apuntalan a este gobierno, que cuenta además con el apoyo de la derecha externa y controla las armas oficiales de que ha abusado para reprimir a la oposición.
¿Democracia, esto? El régimen oligárquico se empecina en defender su interés y privilegio y la oposición se rehúsa a abdicar el camino de la democracia. Se impone la voluntad arbitraria de un grupo dominante alienado y falto de carácter, no digamos de visión y de una potencia externa celosa de su propia sombra.
Pero ese arreglo no esta funcionando. Con la desigualdad, hoy acumulamos niveles de pobreza insostenibles. Debemos más de lo que podemos pagar. No tenemos recursos extraordinarios de que disponer. No producimos más que algunas frutas, que no sabemos bien vender. Nuestra gente no tiene trabajo y recurre a cualquier cosa para cubrir sus necesidades, con lo cual igual que la depredación mercantilista, genera degradación ambiental. Y violencia. Muchos huyen con razón. Los hondureños se matan y se roban y atropellan mutuamente. Y desde el cisma del golpe de 2009 hasta el fraude de 2017, carecemos de rumbo y del ánimo de lucha conjunta, sin que se vislumbre una reconciliación funcional. Hay quien no se interesa realmente en, incluso no quiere ser país.
El estatus quo repito no tiene una solución de continuidad. Y la polarización radical solo favorece la deriva al autoritarismo, la confrontación. ¿Se puede dialogar? En ambos bandos muchos dicen que sería una perdida de tiempo. Y respeto. ¿Cuáles podrían ser los elementos de un acuerdo? Hace rato hablamos de la necesidad de reformas obligadas y de un proyecto de país. La Administración Maduro y después
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas