Por: Roger Marín
Desde el subdesarrollo y la miseria económica de la población, las reformas de Deng Xiaoping llevaron a China, en 40 años y ante los ojos incrédulos del mundo, al rango de segunda potencia planetaria.
Cuando la ideología y la política fueron desligadas de la economía y asignada ésta a la inversión privada, Deng padeció también un antiguo y crucial problema: entendió que la elevada abstracción de la ideología impide aplicarla en directo a la realidad económica, concreta y específica, ligada a las necesidades, a las carencias y a las preferencias de la gente.
La cuestión que contradice en forma imperativa la aplicación directa de la ideología a la economía, es precedida por una antigua duda sobre la capacidad humana para entender el fondo último de la realidad, tema que provocó un debate encendido entre los filósofos de la Grecia antigua: ¿Puede el ser humano conocer la esencia última de las cosas y de los hechos, o no puede más que conocer las apariencias que nos informan los sentidos? Platón, Demócrito, Parménides, Pitágoras, Zenón, y otras luminarias, encendieron la hoguera del alegato, que continúa hasta hoy, atizada por los descubrimientos de la mecánica cuántica.
Y es que, si no podemos ir más lejos que nuestros sentidos, las abstracciones elevadas del razonamiento sobre la naturaleza última de las cosas, no pueden ser aplicables sin reservas a la realidad, cuya esencia definitoria es inaccesible. Por ejemplo, el análisis matemático de la economía, que calcula con puñados de variables unos hechos humanos de variables infinitas, requiere una apreciación cautelosa y desprejuiciada, previa a las decisiones de política económica, a pesar del fiel amor que profesan los organismos financieros internacionales a los modelos econométricos. La decisión de Deng impidió las consecuencias que el poder de la ideología y los partidos comunistas tuvieron sobre las economías de la revolución soviética, la china (antes de Deng) y la cubana.
Pero esos errores son cometidos también con otros pecados ideológicos, que explican el fracaso del llamado modelo neoliberal, ideología que de manera similar ha sido aplicada a las economías del subdesarrollo, con intención política impuesta desde fuera.
De manera que mejorar nuestra economía orientados por la experiencia china, requiere también separar ideologías y sectarismos políticos, de una economía basada en la inversión privada, como hizo China.
La escasa práctica de nuestro país en materia de cambios ha recurrido a la improvisación, sin considerar que toda transformación demanda una visión integral y una reforma total de la cultura rural. Hemos hecho por ahí ocasionales intentos aislados de obras y leyes, remiendos de la tradición, no transformaciones estructurales de la cultura, que incluyen, como bien lo hizo China, reformas profundas y simultáneas en la educación, en la salud, en la vivienda, con participación de la gente de todos los sectores. Las oportunidades para que los pobres organicen pequeños negocios u obtengan empleos, y para que los empresarios inviertan en negocios rentables, legitiman líderes y procesos, unen al país, reparten entusiasmo y esperanzas de realización sobre la marcha, que han sido vitales en el éxito chino.
Las relaciones con China serán elección de nuestro gobierno, entre remendar con otro sastre o transformar el país con un maestro experimentado.
Remendar significa, según la RAE, “reforzar con remiendo lo que está viejo o roto, especialmente la ropa; reforzar con puntadas la parte gastada de una tela, o tapar con ellas un agujero en el tejido.” Otra acepción parece dedicada a la demagogia y al oportunismo: “Aplicar, apropiar o acomodar algo a otra cosa para suplir lo que le falta.”
¿Tenemos tiempo para escoger entre remendar o transformar, antes que perdamos el país?
Tegucigalpa, 05 de julio, 2023
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