Educación y democracia

Regulación económica y coherencia ética (3/3)

 

Por: José Rafael del Cid*1

 ¿Dónde Adam Smith se quedó corto? Con su obra, “La riqueza de las naciones” (1776), Smith hizo gala de conocimiento histórico. Esto le permitió percibir lúcidamente la importancia del trabajo en la creación de riqueza personal y social. Y, además, cómo en la era del capitalismo industrial la riqueza producida y concentrada en las manos de los más exitosos, genera poder, no necesariamente político, pero “derecho a disponer de todo el trabajo de otros o de todo el producto de este trabajo que de momento se encuentra en el mercado” (Smith citando a T. Hobbes en “La Riqueza de las naciones”). Marx (1818-1883), que elogió la obra de Smith (1723-1790), lo criticó por haberse quedado corto en las implicaciones de su descubrimiento. Smith mostró que en el capitalismo el trabajo ha pasado a ser mercancía (una “cosa” más, que se vende y compra), pero una que al consumirse (usarse) crea riqueza y, esta, otorga poder. Smith tomó nota, pero sin subrayar. Aceptó el hecho como propio del nuevo sistema sin atender a sus implicaciones económicas y éticas. Marx si ahondó en tales consecuencias de las que derivó sus teorías sobre la plusvalía (la apropiación del valor creado por el trabajo) y las crisis en el capitalismo.

La escuela neoclásica (y en especial la vertiente austríaca) ha reclamado el haber rebatido la tesis de Marx sobre la plusvalía, pero el debate nunca se detuvo y prosigue por medio de reinterpretaciones del tema orientadas a mostrar la vigencia de dicha tesis (un trabajo reciente en esta línea es el de F. Moseley. Money and Totality.2016. Haymarket Books. Chicago). El debate persiste por su valor académico y sus implicaciones éticas y políticas. También porque remite a la discusión sobre el objeto y el método de estudio de la ciencia económica. Aquí viene al punto recordar que la escuela neoclásica concibe la economía como ciencia positiva, esto es, no normativa o libre de valores.

La primera implicación ética de la libre competencia deriva de cuestionar la justeza de las relaciones obrero-patronales en una economía moderna de mercado. Si el trabajo es creador de riqueza ¿Cuál es la redistribución que finalmente tiene la riqueza creada? ¿Recibe el asalariado una remuneración proporcional al nuevo valor creado? Una segunda implicación está relacionada con el hecho de que la competencia genera concentración de la riqueza y consecuente desplazamiento de los menos capaces para generar ganancias: los empresarios procuran el éxito y cuanto más lo consiguen mayor la tajada de pastel a recibir. Esto posibilita que algunas empresas obtengan “poder de mercado”, o sea, ventajas que las sitúan en condición de monopolio u oligopolio. Esta condición atenta contra la libre competencia porque “los tiburones se comen a las sardinas”. Igualmente, daña a los consumidores porque la eficiencia adquirida por las empresas exitosas significa capacidad de producir más con menos costos y, con esto, precios más bajos, pero no resulta así cuando dichas empresas aprovechan su condición monopólica u oligopólica para imponer los precios. Más todavía, la condición monopólica puede conducir al conformismo de las empresas beneficiadas; con esto renuncian a continuar la innovación, con lo que retrasan el avance tecnológico y sus potenciales efectos benéficos sobre la sociedad y el ambiente.

Finalmente, las diferentes fallas del mercado conducen al sistema a experimentar crisis periódicas de diverso tipo, de oferta (carencias en la producción), de demanda (insuficiencia en el consumo), financieras (insolvencia bancaria). ¿Qué predomina, entonces, en una economía real, la libre competencia o la competencia controlada por empresas con “poder de mercado”? Si es lo segundo, ¿conviene acudir a la regulación externa? Smith respondió con prudencia: “cuando existen corporaciones exclusivas quizás resulte conveniente regular el precio de lo que es más necesario para la vida”. O sea, introduce la posibilidad de la intervención gubernamental para saldar el problema ético de una economía en la que competencia ha dejado de ser justa. 1* Investigador y docente en temas de sociología y política social

El asunto es que la economía convencional (economía neoclásica) ha querido poner la discusión fuera de ese plano normativo con que lo planteó Smith y confiar en la capacidad autorreguladora del mercado. A. Sen ha señalado que los planteamientos de esta escuela muestran que el enfoque ético en la economía se ha debilitado mucho con el pasar de los años: ahora la economía positiva no solo reniega del análisis normativo, sino que también se niega a aceptar que el comportamiento humano real es diverso en consideraciones éticas (Sobre ética y economía.1988. Alianza. Madrid). Diverso se entiende en el mismo sentido de Smith: comportamiento en el que se debaten el egoísmo y la empatía; no necesariamente alineado a los “principios económicos” (de escasez, costo-beneficio, de oportunidad), supuestamente universales, que propone la economía positiva.

Vives hace alusión al hecho de que la economía convencional se basa en modelos matemáticos estadísticos de pizarrón, bajo el supuesto de que la economía es amoral porque su tarea es la asignación eficiente de los recursos. En dicha asignación los mercados no operan con atención a equidad, justicia o moralidad, simplemente atienden la necesidad de suplir la oferta ajustada a la demanda (¿De quién es la culpa si el capitalismo no funciona? Segunda parte: ¿Qué es capitalismo y libre mercado? Ágora.org). Esta idea se ampara en el supuesto indicado por M. Friedman (1912-2006) de que, en el mercado libre, oferentes y consumidores resultan igualmente beneficiados. Pero como observa M. Hidalgo, esta es economía de pizarrón: En microeconomía explicamos qué es un mercado de competencia perfecta… Sabemos, que este mercado representa una situación irreal. Es un modelo mental donde existen multitud de empresas y donde ninguna de ellas tiene poder de mercado. En esta situación los bajos precios, que son consecuencia de la elevada competencia, benefician a unos consumidores, que de este modo maximizan su bienestar (“Capitalismo o cómo morir de éxito”. 2020. Vox populi, Madrid).

Si uno se queda con la economía de pizarrón y realmente cree que el mercado se autorregula, pues se entiende bien el celo a minimizar la intervención gubernamental, la cual quedaría limitada a facilitar las condiciones para que funcione el mercado libremente. Pero si la vida real desmiente la autorregulación y el derrame económico eficiente y fluido, entonces no queda más que aceptar la aseveración de Hidalgo (2020): El mejor garante de un sistema de mercado es que haya competencia, y el mejor garante de que haya competencia, paradójicamente, es que haya regulación. Se entiende que sea una regulación cargada de sabiduría política y conocimiento económico, eficiente en el control de monopolios y otros ventajismos económicos (incluyendo los de la burocracia y de élites político-empresariales); y también en negociar entendimientos para una mejor redistribución de la riqueza con el menor daño posible a los ecosistemas. Esta sabiduría política (mezcla de alta capacidad ética y dominio técnico) difícilmente es casual o improvisada. Está muy relacionada con sociedades organizadas a todo nivel, comunitario, laboral (sindicatos y asociaciones profesionales), y político (partidos, movimientos). Gobiernos y empresarios poco o nada amigables con la organización social propician situaciones en que la negociación del entendimiento o consenso se imposibilita o se falsea. El dinero compra conciencias más fácilmente en sociedades desorganizadas. Promover la organización se convierte en una necesidad fundamental para sostener sociedades democráticas porque la organización potencia la solidificación de los sentidos de pertenencia y solidaridad, es decir, valores éticos y morales compartidos en torno al ideal de una nación de todos y para todos.

Finalmente, y continuando con el asunto de la sabiduría política: En los actuales momentos de Honduras, con una economía severamente golpeada, viene a bien reflexionar en lo expresado por P. Krugman, “Uno de los pocos principios económicos incontrovertidos es: `No hay almuerzo gratis´. No obstante, tratándose de economías en depresión funciona lo contrario: Sí hay almuerzo gratis, siendo que la única escasez no es ni de recurso ni de virtudes, sino de entendimiento. ¿No es hora ya de comenzar a trabajar en un entendimiento post pandemia?

* Investigador y docente en temas de sociología y política social

  • Jorge Burgos
    Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. jorgeburgos@criterio.hn

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