Por: Rodil Rivera Rodil
Alguien dijo alguna vez que, como en un drama de Shakespeare, lo peor y lo mejor del ser humano siempre se manifiestan en las grandes crisis que cada cierto tiempo le depara la naturaleza y el hombre mismo a la humanidad. Es en esas terribles circunstancias cuando se ven inesperadas muestras de cobardía y traición, pero también, de coraje y sacrificio. Del más ruin egoísmo, pero también de la más noble solidaridad. Durante esta pandemia, Honduras no podía ser la excepción. Hemos presenciado repudio y discriminación hacia los contagiados, pero, al par, vocación y altruismo.
Y qué decir de los funcionarios y empresarios que se aprovecharon de esta desgracia para enriquecerse. Sentirán algo de remordimiento cuando se enteran de que han muerto personas por la falta de los equipos médicos o de las medicinas que no se compraron porque ellos se robaron el dinero. O experimentarán algún temor de que en este gobierno los metan a la cárcel o siquiera les pidan cuentas por lo que hicieron. Claro que no. Para eso está el “hombre”. Lo más que les puede pasar es que los cambie de puesto. Y en última instancia. Para qué, si no, los amigos diputados acaban de emitir el nuevo Código Penal, más conocido como el “código de la impunidad”.
Por eso, la oposición -sociedad civil incluida- debe llevar debida cuenta de todos los actos de corrupción que se están cometiendo. No solo del atraco descarado en la compra de insumos, de los recursos del Estado empleados para la campaña política del presidente, de la falsificación de la información oficial, del abuso de fuerza de los órganos de seguridad, sino, en fin, de todas las demás barbaridades que hemos presenciado. El castigo vendrá, tarde o temprano.
También por eso, la oposición tiene que hacer lo que tenga que hacer -que solo es unirse- para echar del poder a la pandilla de delincuentes que tiene secuestrado el Estado. Porque no hay manera de que el mandatario, o cualquier otro testaferro suyo, le gane a una alianza de sus oponentes. Se necesitaría un fraude tan colosal que ni Trump se lo va a creer.
Y hablando de credibilidad. El domingo pasado, en un evento televisivo presidido por el ministro de la presidencia, don Ebal Díaz, se informó sobre la primera fase de la denominada “apertura progresiva de la economía” que se inició este lunes. Los estudios que hicieron esto posible, según se explicó, fueron efectuados por una mesa multisectorial y abarcaron una enorme cantidad de datos, con múltiples variables, como “patrones homogéneos relacionados a densidad poblacional, incidencia positiva, capacidad de atención médica y relevancia económica” de todas las regiones y municipios de Honduras. Y, asómbrese el lector, esta monumental investigación se completó con una rapidez inusitada, de más o menos treinta días. Casi también que, de una vez, la mesa hubiera desarrollado la vacuna contra el Covid-19.
El gobierno congregó para el acto a medio mundo. No está claro si por las buenas. Pero allí estuvieron desde hombres de negocios, empleados públicos, representantes de universidades, pública y privadas, hasta sacerdotes y pastores de iglesias, católica y evangélicas, y muchos más, los cuales, por cierto, no pararon de felicitarse unos a otros. Pero lo más impresionante, si cabe, fueron las enmarañadas medidas de bioseguridad -que la mesa también tuvo tiempo y capacidad para preparar- que todos los negocios tendrán que aplicar cuando abran.
Con la experiencia que nos ha dejado el pésimo funcionamiento de la cuarentena, el distanciamiento social y las demás normas de prevención, ya es más que suficiente para dudar de la seriedad de este enrevesado plan. Pero hubo algo más, totalmente inesperado, que nos ha hecho recelar más de su efectividad. Y eso fue, lo inimaginable. Que el propio presidente Hernández no estuviera presente encabezando el acontecimiento, que, significativamente, tampoco se presentó en cadena nacional.
Porque, simplemente, no puede ser que quien se arrogó el principal papel en esta crisis, quien nos ha endilgado no sé cuántas cadenas nacionales durante casi tres meses para machacarnos hasta la saciedad lo que ha hecho y lo que no ha hecho para combatir el coronavirus y salvar la economía de aquí a la eternidad, ahora se rehúse a participar en la culminación de todos sus esfuerzos y recibir los aplausos y aclamaciones del público.
La explicación, estimado lector, es sencilla, pero funesta. Hemos llegado al último acto de este teatro, de casi tres meses, con un total fracaso personal del gobernante y del modelo neoliberal de salud pública que tenemos desde hace cuarenta años, que se dice que está a punto de colapsar. Y para ocultar este inocultable hecho, nos quieren tomar el pelo.
En efecto, la apertura de la economía, a la que se llama “inteligente”, no sé por qué, puesto que se echará a andar sin la práctica de suficientes pruebas y sin haber alcanzado ni siquiera el pico y menos el aplanamiento de la curva de contagios, no es más que un ardid del gobierno, porque se quedó sin opciones, para ponerle fin a la cuarentena y embrocarnos de lleno en la búsqueda de la tristemente célebre inmunidad de rebaño. O, lo que es igual, para arrojarnos al vacío con un paracaídas lleno de agujeros.
Y al final, si la cosa sale mal (esperemos que publiquen los datos correctos), don Juan Orlando siempre podrá alegar que justo por eso no participó en el lanzamiento del plan y podrá hacer recaer la responsabilidad sobre otros. A lo mejor, sobre los empresarios que él mismo había dicho que lo estaban presionando. Y, por supuesto, sobre los hondureños que no acatamos sus recomendaciones, a pesar de que nos las repetía cada noche. Todos, por tanto, seremos culpables, menos él.
Tegucigalpa, 2 de junio de 2020.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas