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¿Podemos hablar de sociedad civil en Honduras?

El Estado fantasma en la Honduras del coronavirus

Por: Erick Tejada Carbajal

Qué es la sociedad civil? Parecería un concepto o una idea que todos deberíamos de tener clara, pero en realidad no es tan fácil de visualizar en la praxis, ya que en ese concepto amplio y difuso convergen un maremágnum de fuerzas políticas con intereses muy propios. Ha habido muchos debates a nivel teórico sobre el tema; desde Hegel, Tocqueville, Marx, Adam Smith pasando por Habermas y Adela Cortina.

Habermas sigue el enfoque Kantiano en el sentido de que la sociedad civil está ligada intrínsecamente a su dimensión en la opinión pública, además, si consideramos a la sociedad civil parte de la esfera privada o como mencionó Gramsci en sus cuadernos de la cárcel, como la suma individual de todas las partes de la sociedad y, cuya función era la organización del consenso entre el Estado y las fuerzas políticas de la sociedad, no podemos hablar de intereses homogéneos públicos de cada fragmento individual. Es evidente que la sociedad civil es un conjunto de organizaciones y voces heterogéneas con distintos intereses y que se utiliza a la opinión pública como arena de disputa de esos intereses.

Habermas también distingue tres elementos en la sociedad civil: i) un elemento institucional (podrían ser ONGs, por ejemplo), otro activo (organización de plantones o movilizaciones podría ser) y otro transformador (a través de los movimientos sociales). De esto se entiende, que, aunque en teoría existan instituciones que se arroguen la representación de la sociedad civil, si éstas no tienen una dimensión activa y transformadora de la sociedad, la totalidad de las partes estaría mutilada. Ana Fascioli en su trabajo «El concepto de Sociedad Civil» en J. Habermas escribió lo siguiente: «La sociedad civil en Habermas, se compone de las asociaciones y organizaciones voluntarias, no estatales y no económicas, que surgen de forma más o menos espontánea, y que arraigan las estructuras comunicativas de la opinión pública en el mundo de la vida, ya que recogen las resonancias de los problemas en los ámbitos de la vida privada y elevándoles la voz, los transmiten al espacio de la opinión pública política. Son ciudadanos organizados, que, desde la vida privada, buscan interpretaciones públicas para sus intereses y que influyen en la formación institucionalizada de la opinión y la voluntad políticas».

Fascioli también elucubra en ese texto sobre Jürgen, que, en una sociedad democrático-deliberativa, el poder político debe de quedar cercado por el poder comunicativo de la acción ciudadana. Son conceptos que en la práctica en realidad no siempre operan de una forma ideal.

El asunto es que en Honduras ha habido toda una lobotomía mediática para inocularle a la sociedad una ficticia idea de sociedad civil. El cerco mediático nos ha querido hacer creer que la voz de la sociedad civil está representada por el COHEP, la fundación teletón y, más tardíamente, por organizaciones como ASJ o la Confraternidad evangélica. Sin embargo, esa dualidad Kantiana que menciona Habermas que debe haber entre sociedad civil y esfera pública en Honduras es un mito. Las condiciones de precarización social y miseria de amplias capas de la sociedad catracha, impiden que tengamos una sociedad civil vital y capaz de disputar la agenda pública con el cerco mediático y sus heraldos negros.

Los movimientos sociales existen prácticamente en luchas defensivas y en una sociedad enferma y mutilada como la hondureña, no ha habido dinámicas sociales medianamente democráticas en términos inclusive de la democracia liberal representativa. Parece que todo parte de la nula repartición democrática de espectro radioeléctrico y de una incapacidad de articulación en algunos estamentos -sobre todo de movimientos sociales- de la que debería de ser una parte esencial de la sociedad civil, como contrapeso al Estado plutocrático que impera.

El magisterio, sindicatos y asociaciones campesinas, otrora con alguna beligerancia en los noventas y la primera década del siglo XX, parecen silenciadas por la inercia de decadencia del tejido social y el flagrante autoritarismo de la dictadura. Existe desde hace algún tiempo en Honduras, una ruptura total del consenso entre la clase gobernante y la ciudadanía y una carencia de legitimidad casi total del régimen, sin embargo, está empecinado en proyectar que hay un consenso con amplios sectores de la sociedad civil cuando en realidad el orlandismo ha creado toda una cartilla de organizaciones privadas a su servicio y que operan más como voceros de la dictadura que como auditores sociales. Si ya había una noción artificial de sociedad civil en Honduras, el orlandismo la reinventó en torno a voceros asalariados del régimen.

El periodismo, que debería ser un factor vinculante entre sectores de la sociedad civil ninguneados y el debate en la opinión pública, prácticamente se ha puesto históricamente al servicio del poder establecido. Alberto Arce, periodista y escritor español que ha hecho sendos trabajos de investigación en Honduras lo planteó de la siguiente forma: «he visto a periodistas discutiendo en los pasillos del congreso para ver cuánto le estaban dando en un sobre. Es tiempo de tratar de reconstruir a la sociedad civil a través del periodismo, porque si no se hace las únicas opciones que quedarán serán huir o morir». ¿Qué rol ha jugado el periodismo hondureño en el debate público? ¿Es el increíble rating de HCH un macabro plan orquestado desde los estrategas del orlandismo para sumir a la sociedad civil en una espiral de morbo y banalidad y así contaminar a la opinión pública? ¿Podemos hablar de sociedad civil activa y representativa en un país con niveles de pobreza y pobreza extrema obscenos como Honduras?

La pésima gestión de la crisis del coronavirus ha evidenciado la fragmentación y debilitamiento de amplios sectores de la sociedad civil, que, ante la carencia de mecanismos institucionales, han tenido que apelar a viejas formas de organización comunitaria para afrontar la ausencia también de un Estado incapaz de dar una respuesta contundente a la emergencia sanitaria.

En definitiva, el asalto al poder por parte del orlandismo implicó también un plan macabramente elaborado por sus ideólogos para debilitar y fragmentar aún más la ya macilenta sociedad civil que existía en el país; además, la carencia de legitimidad del régimen y el quiebre total del consenso entre gobernantes y ciudadanía, ha hecho que el factor autoritario haya tenido un peso descomunal en aplacar y desarticular a organizaciones -sociales sobre todo- que tenían alguna capacidad de hacerle contrapeso al régimen en términos de disputa en el espacio político-público, por ende, el reto que nos queda como nación, no sólo es recuperar el estado de derecho, violentado alevosamente con el golpe de Estado de junio del 2009, sino que, también, volver a hilvanar un tejido social de mayor envergadura de manera tal que sea capaz de atizar el fuego de una sociedad civil más beligerante y con capacidad de influencia en la esfera pública.

Erick Tejada Carbajal
6 de Mayo del 2020
Zacatenco, Ciudad de México.

  • Jorge Burgos
    Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. jorgeburgos@criterio.hn

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