Por: Rodolfo Pastor Fasquelle
La presencia en nuestro país de una misión internacional, en la práctica para combatir la impunidad del poderoso y la corrupción oficial es una anomalía. Nadie debería de congratularse de ello, ni menos defenderla una perpetuidad. Confiesa una carencia y una incapacidad para dar justicia y afrenta a una soberanía desde antes fantasmagórica. Aunque se diga que tiene el fin de fortalecer la institucionalidad, en efecto necesariamente, la suplanta y precluye si no se traza una ruta clara y una estrategia para nacionalizarla.
Pero -y son varios, grandes peros- en primer lugar, hoy día es indispensable. Y luego esa misión es respuesta de la comunidad continental al clamor de la población hondureña, que es la real soberana, y no el gobierno, de modo que es totalmente legítima.
Mel tiene particular obligación para apoyar la Misión porque fue al menos un precursor. En pláticas de 2010 en República Dominicana con José M. Insulza, argumentó que en Honduras no había justicia sino vendetta, ni rendimiento oficial de cuentas sino impunidad, y que solo una Misión internacional lo remediaría, ese fue uno de los cinco puntos de su pliego de exigencias a la comunidad interamericana para retornar pacíficamente a Honduras. Así, los presidentes Santos de Colombia y Chávez de Venezuela conjuntamente acogieron esa reclamación en el acuerdo firmado meses después con el Presidente Lobo, para que M. Zelaya retornara, depusiera la resistencia, aceptara al gobierno vigente con que firmaba y, libre de persecución, organizara a sus simpatizantes en un partido político. Lobo respetó ese acuerdo solicitando infructuosamente a NNUU, una CICIH para Honduras.
Y todo quedó en nada con la transición. Unos meses después de que JOH fuera electo, trascendió el escándalo del IHSS, el más grande en nuestra historia y detonó las protestas de las antorchas. No había esperanza de deducir responsabilidad. El gobierno se vio obligado a ceder a la exigencia de una Misión y negoció su envío con Almagro, con financiamiento de cooperación aunque más débil que la de las NNUU de Guatemala.
Podemos hoy compartir reservas, aunque acaso sea injusto. La Misión de la OEA no ha hecho muchas cosas, que estaba obligada a hacer, y que urgen y de repente ha confrontado innecesariamente. Acaso sea igualmente equívoco de manera retroactiva criminalizar la costumbre, que actualizar leyes para encubrir delitos. Pero como dice Mel, algunas pequeñas cosas que ha hecho resultan trascendentes. Aun sin la cooperación de instancias oficiales que seguían obedeciendo a poderosos. La MACCIH nos ha desvelado la degradación y corrupción de todo el estado, después de que nos sacudió descubrir la de la policía. Nos despertó y alentó una nueva esperanza de que fuera posible ponerle remedio. No fue fácil, ni será recuperar al país.
De tal suerte que la lucha por la MACCIH pudiera terminar siendo el punto de quiebre del régimen y su sistema operativo corrupto. Pudiera ostentar mutilársele, o renovarse su convenio íntegro. No ciertamente porque lo pidan Mel o LIBRE, o que la ciudadanía esté en la calle clamándola, sino por la presión internacional de EUA y de otros cooperantes que así lo exigen.
Nadie puede evitar que nuestros socios internacionales expresen libremente su opinión al respecto y formulen recomendaciones. ¿A cuenta de qué se pueden considerar inconvenientes esas sugerencias? Han de ser amigos con todo complacientes ¿por cuál fuerza? ¿Acaso no fincan su actuación en los convenios o no son muy suyos los aparatos diplomáticos que procesan y otorgan o deniegan y cancelan visas? ¿No reconocen que la decisión final se ha de tomar aquí, como en efecto ocurrirá?
El problema no son los extranjeros, que prefieren tomar distancia de su corrupto y escogen no hacer acepción de la impunidad. Sino que el apoyo casi universal de la oposición a la Misión, repercute en contradicciones internas entre los posibles afectados políticos y poderosos. En todos lados se oponen las retóricas, las opiniones y pocos planteamientos pragmáticos.
La bancada de LIBRE en el Congreso se ha declarado decididamente a favor de la Misión y se les han juntado los más juiciosos votos liberales y de otros partidos menores con sentido de vergüenza. Pese a una airada reacción de la opinión pública, Oliva y sus setenta imputados mayoritarios se resistieron a votar la colaboración eficaz, y han votado proyectos que le ponen cortapisas a las investigaciones, impulsan evaluaciones pirujas y legislan para prevenir la ratificación del Convenio. ¿Quién fuera del Congreso aceptaría el tenebroso status quo ante? Pero no le quedan muchas opciones al parlamento. Una ley secundaria que impidiera la ratificación infringiría las facultades constitucionales del Ejecutivo. Estaría lleno de riesgos el camino de impugnar al gobernante y formularle un juicio político incluido el peligro de su disolución extraordinaria. ¿Lo aceptaría La Corte? ¿La Milicia? ¿La gente en la calle? ¿La cooperación internacional?
¿Anda en eso Juan Orlando? ¿En consultas? En vista de la misma explosividad del asunto, el ejecutivo ha aplazado para el último momento la decisión, que tiene que tomar cuando caduca el Convenio a principios del año que viene. Después de Reyes. Eso garantiza un Enero caliente. Algunos aseguran que se prepara un ablandamiento de los socios externos y una abrogación o mutilación del convenio. Como en Guatemala, J. Morales, rodeado de jerarcas militares, acaso empujado por ellos, también amenazados, de un plumazo, abrogó a la CICIG. Y esa medida degradó aún más la situación política, celebrando dudosas elecciones. ¡Pon tu barba en remojo!
Otros insinúan que solo se espera el desgaste y la capitulación de los políticos, para ratificar el Convenio, como se ha prometido ya a EUA. Hay contradicciones en todos los rincones y esferas políticas. Salvo quizás la no deliberante de los militares y en la Corte Suprema, que ha sido ambivalente, acaso porque tendrá que pronunciarse al final, en forma definitiva. Pero el círculo se cierra con cada vez menos opciones.
Aun en tiempos malos, es peor estar completamente aislados de la comunidad mundial, y confrontados entre nosotros. Un retroceso con respecto al avance de la Maccih nos colocaría en una situación de mayor vulnerabilidad e indefensión. No quedaría ningún límite al arbitrio o al abuso del poder corrupto.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas
Un comentario
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