Por: Julio Escoto
Cual veleta histórica, tras el ingreso a la democracia aparencial que tuvo Honduras en 1950, al dejar atrás la dictadura, la cantidad de cambios de gobierno, de orientaciones políticas, de plataformas y ensayos económicos y ajustes “estructurales” que han hecho los gobernantes ha sido inmensa, tanto que es evidente que aquí reina la improvisación, la balanza del ensayo y el error.
Como pregona el aforismo budista, solo el loco tienta la profundidad del agua con ambos pies, únicamente el hombre tropieza dos veces con la misma piedra…Modelo de sustitución de importaciones en la década de 1960: terminado inconcluso. Mercado común centroamericano (1968): sus asimetrías lo condujeron al fracaso.
Autoritarismo militar (1963-1982): la mayor y larga secuela conocida de vulgaridad, ineptitud y corrupción. Ensayo desarrollista de López Arellano (1974), revertido y capitulado tras el escandaloso soborno bananero; “chonguengue” liberal con Suazo Córdova, Azcona y Flores; morazanismo jamás concretado cuando Reina y Zelaya; latrocinio oficializado con Maduro, Lobo y, de pináculo, Hernández.
A casi todos los inspiró el neoliberalismo instaurado por Callejas pero ahora, décadas después, es obvio que eso tampoco funciona. Mientras que Nicaragua ya declaró analfabetismo cero nosotros nos hundimos profundamente en él.
Los índices hondureños de pobreza y miseria ascienden en espiral, la fase siguiente es la esclavitud; pueblo cada vez más obeso pero por el fast-food, no por dietas inteligentes; el nivel de inseguridad comunal se incrementó geométricamente desde la década de 1990, cuando inicia el modo neoliberal, y hoy coronamos la gráfica violenta del mundo; parálisis de la reforma agraria y, por el contrario, agresión sangrienta en el agro; el sistema escolar y colegial no pasan de las escalas cualitativas de 1970; fueron erradicados el servicio público de agua potable, la medicina popular, social y caritativa, el subsidio por electricidad, la beneficencia para ancianos, huérfanos y alcoholizados, madres solteras y desvalidos; han sido privatizadas (subrepticia o cínicamente) la medicina y la educación; no hay vivienda asequible para jóvenes o recién casados (déficit: 900,000 unidades); la exacción por impuestos y tasas, directos e indirectos, aumentó 2,000% en la última década; se devalúa diariamente la moneda; se transforma al estamento militar de ente protector de la Constitución a callejero represivo…
Desde 1986 no se crea una biblioteca pública significativa, peor cibernética, un asilo para seniles, un hospital para desequilibrados o alcohólicos, y desde 2008 no hay más casas culturales, museos, conchas acústicas ni salas para arte; el número de empresas que cierran duplica a las que abren…
El pueblo, objeto sustantivo del Estado, ha sido sustituido por el imperio del negocio y el capital. La “sacra” inversión extranjera ni llega ni salva a la república (nunca lo ha hecho en ninguna parte); no se protege a la naturaleza sino que se la entrega, revende e hipoteca, y el deterioro estructural patrio es tan crítico que ahora no solo huyen los adultos al norte sino que incluso la juventud y la niñez.
Lo único que crece en Honduras, y abundante, es la corrupción. ¿Por qué entonces insistir en un modelo obviamente anormal y más bien destructor de la colectividad? Quienes lo sustentan y aplican, ¿son hondureños o agentes de poderes ajenos e imperiales, claramente dirigidos a apoderarse del patrimonio nacional.
Luce cada vez más prístino que a monstruo tal debe pronto talársele las manos, patas y alma, más que pronto ya, y luego inventar un nuevo país.
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Me encanta desafiar el poder y escudriñar lo oculto para encender las luces en la oscuridad y mostrar la realidad. Desde ese escenario realizo el periodismo junto a un extraordinario equipo que conforma el medio de comunicación referente de Honduras para el mundo Ver todas las entradas