Por: Mari Pangestu
MONTREAL – Los mega-desafíos que abruman al mundo hoy -desde el COVID-19 hasta el cambio climático- han puesto de manifiesto las interdependencias entre la gente, el planeta y la economía. Mientras trazamos un curso para revivir el crecimiento global e impulsar un desarrollo verde, resiliente e inclusivo, no debemos ignorar estas interconexiones. La naturaleza -la biodiversidad y los servicios que brindan los ecosistemas saludables- es central para esta tarea, especialmente en los países en desarrollo, donde la gente pobre en zonas rurales suele depender en gran medida de los servicios de la naturaleza y es la más vulnerable a su extinción.
En tanto la comunidad internacional se reúne en Montreal para la COP15, la cumbre de las Naciones Unidas sobre biodiversidad, debemos reafirmar la necesidad de invertir en la naturaleza, en tándem con una acción climática. Después de todo, la mitad del PIB mundial es generada por sectores -desde la agricultura y la madera hasta la industria pesquera- que son moderada o altamente dependientes de los ecosistemas, y dos tercios de los cultivos comestibles dependen al menos en parte de la polinización animal.
Sin embargo, estos activos naturales vitales están cada vez más comprometidos. Casi un millón de especies de plantas y animales están al borde de la extinción y el 60-70% de los ecosistemas del mundo se están degradando más rápido de lo que se pueden recuperar. Según estima el Banco Mundial, los países de bajos ingresos podrían perder alrededor del 10% de su PIB anualmente para 2030, aún si el colapso de los ecosistemas sólo se confina a unos pocos servicios, como la polinización salvaje, los alimentos de las pesquerías marinas y la madera de bosques nativos.
La pérdida de naturaleza también está estrechamente conectada al cambio climático. Hoy sabemos que las dos crisis se refuerzan mutuamente, y con implicancias potencialmente lúgubres para la salud de los ecosistemas a nivel global. Para combatir el cambio climático, necesitamos bosques fuertes y vibrantes y océanos saludables que absorban el dióxido de carbono; pero el cambio climático en sí mismo está poniendo en peligro estos sistemas.
Preservar la biodiversidad y los ecosistemas es la clave para descubrir oportunidades económicas que puedan ayudar a las comunidades a prosperar. Las estimaciones demuestran que adoptar maneras más sustentables de producir alimentos, construir ciudades e infraestructura y generar energía podría derivar en nuevas oportunidades comerciales por 10,1 billones de dólares anuales, creando 395 millones de empleos para 2030. La economía oceánica por sí sola tiene el potencial de duplicarse (a 3 billones de dólares) para 2030.
Ahora bien, para abordar la pérdida de biodiversidad y la crisis climática, es preciso coordinar mejor los objetivos vinculados al clima y a la naturaleza. A nivel global, la Convención sobre Diversidad Biológica y la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático tienen que alinearse más estrechamente en sus procesos y ambiciones. De la misma manera, los países deben hacer más para armonizar sus Contribuciones Nacionalmente Determinadas (objetivos de reducción de emisiones) y sus Estrategias y Planes de Acción Nacionales de Biodiversidad. Y, a nivel local, las comunidades necesitan recibir apoyo mediante inversiones en soluciones basadas en la naturaleza como los bosques, que pueden ayudar con la mitigación y la adaptación climática.
Todo esto subraya la necesidad de una estrategia de toda la economía, que comprometa a los gobiernos centrales, a los ministerios de finanzas y sectoriales y otros a respaldar reformas que aborden el mercado, la política y los fracasos institucionales. De lo contrario, los incentivos de políticas mal alineados seguirán poniéndole un precio negativo a los servicios de la naturaleza. Tal como están las cosas, los gobiernos están gastando por lo menos 800.000 millones de dólares por año en subsidios (para combustibles fósiles, agricultura y demás) que son potencialmente perjudiciales para la naturaleza. Peor aún, la política ambiental ha sido aislada de las políticas y las estrategias de desarrollo, y su implementación muchas veces está confinada a un solo ministerio, a pesar de los riesgos sistémicos que plantea la pérdida de naturaleza.
En la COP15, los países buscarán un acuerdo sobre el Marco de Biodiversidad Global Post-2020, que podría estimular el cambio integral que hace falta. El marco, que comprende un amplio rango de metas ambiciosas, abordaría las triples crisis ambientales de pérdida de naturaleza, cambio climático y contaminación, al mismo tiempo que ayudaría a aliviar la pobreza. Pero garantizar su efectividad exigirá saldar las deficiencias de conocimiento y metodología aún pendientes, recopilar más datos y diseñar nuevas herramientas y métricas para integrar a los diversos sectores y cuantificar los beneficios de la acción.
También debemos hacer más para cerrar la brecha de financiamiento de la biodiversidad, que se calcula que será de 700.000 millones de dólares por año en la próxima década. Conseguir más y mejor financiación privada es de especial importancia. Necesitamos adoptar una estrategia holística que incluya tanto enverdecer las finanzas (dirigiendo flujos financieros de proyectos perjudiciales a proyectos amigables con la naturaleza) como financiar proyectos verdes (movilizando una mayor inversión en conservación, restauración y un uso sostenible de los recursos).
Con ese objetivo, el Grupo Banco Mundial está respaldando a los países en desarrollo en tanto integran las cuestiones vinculadas a la naturaleza, al clima y al desarrollo en su diseño de políticas y en su toma de decisiones. Estamos emprendiendo proyectos que invierten directamente en la conservación de especies y hábitats naturales, y respaldando subsistencias que dependen de capital natural como bosques, pesquerías y agricultura.
Por ser el mayor financista multilateral de biodiversidad, el Banco Mundial ofrece un rango de servicios y herramientas financieros para promover las inversiones verdes. Por ejemplo, Seychelles lanzó su primer bono soberano azul (que respalda proyectos marinos y de pesquerías sustentables) con el apoyo del Banco. El Banco también introdujo el “Bono Rino” de 150 millones de dólares, un instrumento financiero primero en su clase, vinculado a objetivos de conservación claros, que canaliza inversiones del sector privado para proteger a los rinocerontes negros en Sudáfrica.
PROBLUE, un fondo fiduciario respaldado por 14 donantes, ha ofrecido casi 100 millones de dólares en financiamiento de subvenciones desde 2018, ayudando a destrabar 4.000 millones de dólares en financiamiento del Banco para proyectos desde África occidental hasta el este de Asia. El Banco también está trabajando con los países para lograr que las finanzas globales sean más sustentables, respaldando, por ejemplo, el Grupo de Trabajo sobre Divulgaciones Financieras Relacionadas con la Naturaleza, que intenta mejorar la transparencia e integrar las consideraciones basadas en la naturaleza en la toma de decisiones financieras.
Dados los fuertes vínculos entre la pobreza, el cambio climático y la biodiversidad, impedir una mayor pérdida de naturaleza no sólo es lo que hay que hacer; también tiene sentido desde un punto de vista económico y de desarrollo. Debemos seguir ampliando las inversiones en proteger a la naturaleza y producir de manera más sustentable. El futuro del desarrollo depende de eso.
Mari Pangestu es directora general de Política y Alianzas para el Desarrollo en el Banco Mundial.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas