Por: Cesar Verduga Vélez*
Foto portada: Camila Buendía/AFP
Las elecciones ecuatorianas son un proceso complejo. Cualquier adjetivo simplificador es erróneo. Se suele decir que fueron un pronunciamiento aplastante contra el neoliberalismo; también que son una definición mayoritaria contra el autoritarismo expresidente Rafael Correa. En ambos casos se dice parte de la verdad.
En perspectiva histórica los resultados de la primera vuelta electoral pueden calificarse como el triunfo de la diversidad en democracia. Diversidad política, social, étnica, cultural, etárea y regional. Los 16 candidatos que se presentaron mostraban la imagen de un país ganado por la anti política. Pero el 82 % de electores, con aceptables medidas de bioseguridad, fue una de las más altas asistencia a las urnas. Y su votación mayoritaria por 4 tendencias ideológicas y cuatro corrientes políticas una manifestación de madurez democrática. El pueblo ecuatoriano mostró que sus convicciones democráticas no han sido destruidas por los efectos devastadores de la pandemia en lo sanitario, económico y social. Y que aún apuesta a resolver pacíficamente en las urnas la crisis que lo agobia.
Diversidad, paz, negación del revanchismo y la venganza políticas, son algunos de los rasgos destacables de esa primera vuelta del 7 de febrero. No al odio, si a la reconciliación. No a la corrupción, si a la justicia con procesos dignos de un estado de derecho. No al caudillismo político o social, sí a la participación masiva político-electoral de actores étnicos y sociales. Las elecciones del 7 de febrero evocan las de 1979, cuando se reiniciaba la democracia política ecuatoriana después de varios años de arbitrajes militar modernizador, sustentado por el inicio de las exportaciones petroleras. Hay un aire de nueva era, en la vida de una sociedad, golpeada en muchos aspectos de su cotidianidad por su convulsionada historia y la pandemia, como muchos otros países hermanos de Latinoamérica.
Los cuatro candidatos presidenciales que captaron el 85% de los votos válidos son la manifestación concentrada de una sociedad diversa, democrática y pacífica.
El ganador de la primera vuelta, Andrés Arauz, es un joven académico quiteño, candidateado por Unión por la Esperanza junto a un empresario guayaquileño Carlos Rabascal, con capacidad para la fluida comunicación política.
Al igual que los 4 candidatos que concentraron la mayoría de los votos, las referencias programáticas de Arauz son poco profundas por las limitaciones de tiempo de campaña. Se circunscribieron a resaltar la obra de los 10 años de gobierno de Rafael Correa que administró una época de bonanza por el alza de los mercados de materias primas. Y también a cuestionar el gobierno de Moreno, descalificándolo como traidor a los principios de la Revolución Ciudadana y a su mentor Rafael Correa.
Lo que ese binomio nunca advirtió, pero la mayoría de los votantes sí intuyeron, es que Lenin Moreno presidente fue primero vicepresidente de Correa por un período. Y luego fue nominado candidato como continuador para derrotar en elecciones a Guillermo Lasso, hoy candidato por tercera vez a la presidencia de la república. No hay Macbeth sin un Shakespeare.
Yaku Pérez es el candidato indígena que hoy disputa la entrada a segunda vuelta. Es un refrescamiento de la alta política ecuatoriana. Su binomio, Virna Cedeño, mujer guayaquileña, académica y científica, y la esposa brasileña de Yaku, hacen de su candidatura la imagen concentrada de la diversidad, característica dominante del 7 de febrero. Su condición de ecologista encarcelado por Correa, junto a su esposa expulsada del país por la misma causa, le confieren la imagen de perseguido por el correísmo tanto como el propio Correa, a quien Arauz defiende como objeto de persecuciones judiciales injustas bajo el gobierno de Moreno. No hay víctimas sin victimario y en el Ecuador existen en varias de las candidaturas estelares.
Guillermo Lasso, el banquero guayaquileño, es un hombre perseverante en política. Es la tercera vez que se postula para la máxima dignidad del Estado. Eximido de toda culpa en el famoso feriado bancario del gobierno del cual era ministro por un informe de Eduardo Valencia, valioso técnico prematuramente fallecido, tampoco ha expuesto ampliamente su programa de gobierno. Su consigna “capacidad para cambiar” trata de resumir los más profundos sentires de una ciudadanía. Esa que está harta de la falta de capacidad mostrada por el gobierno de Moreno frente a la actual crisis y hastiada por 15 años de polarización política en los gobiernos de la Revolución Ciudadana.
Hervas, el candidato cuarto en los resultados electorales es un joven empresario mediano que anhela simbolizar lo que en el siglo pasado fue Rodrigo Borja, fundador de la Izquierda Democrática. Borja es un socialista democrático que encabezó un digno gobierno y debió enfrentar una crisis heredada de un gobierno socialcristiano y aumentada por la caída brusca de los precios del petróleo que llegaron a ubicarse en 8 dólares por barril. Borja administró acrisoladamente una corta bonanza petrolera provocada por la invasión norteamericana a Irak. Hervas, por edad, principios y metodologías electorales, es una de las importantes cartas de la necesaria renovación de la política ecuatoriana en el siglo XXI.
Las elecciones ecuatorianas son una apasionante ecuación diferenciada de lo deseable, lo posible, lo necesario y lo probable.
Lo deseable es alcanzar un gobierno que, en democracia y en paz, enfrente y derrote la secular desigualdad sociocultural que caracteriza al país para crear los fundamentos estructurales de una democracia sólida con una clase media fortalecida. Que enfrente y resuelva las deficiencias históricas de un modelo de estado unitario y centralista, burocratizado, ineficiente y generador de regionalismos y localismos dañinos. Que revise a fondo y con seriedad republicana la arquitectura jurídica generada en Montecristi, que produjo una Constitución, un Código Penal, unas instituciones como el CPC, que en muchas de sus normas y prácticas violan Convenciones Internacionales de derechos humanos.
Lo posible es alcanzar un gobierno que eficientemente y sin prácticas corruptas enfrente la vacunación indispensable para relanzar la economía y el empleo. Y que haga de la negociación y el acuerdo su metodología para abordar los problemas diarios de todos los sectores empresariales, trabajadores, del amplio sector informal citadino, de los campesinos costeños e indígenas en la sierra y en la amazonia y que disminuya la extrema pobreza. Que no permita atentados contra el laicismo del estado consagrado hace un siglo y se abra al diálogo con los sectores de la diversidad sexual para reconocer plenamente sus derechos. Que no le tema a enfrentar con racionalidad científica laica el derecho al aborto y las demandas del feminismo sobre la autonomía de sus cuerpos.
Lo necesario es que el estado arcaico se reconcilie con la sociedad modernizada en su multidimensional diversidad. Lo probable es que después de mayo, cuando posesionados y actuando los personeros del nuevo ejecutivo y legislativo, el pueblo ecuatoriano sufra una nueva frustración histórica. Pero la historia la hacen los pueblos con su voluntad expresada de muchas maneras políticas y no políticas.
Este año 2021, en esta amada patria de nacimiento y vivencias inolvidables, puede mirarse con sereno optimismo. El vaso de su destino histórico democrático está medio lleno y no medio vacío. Como dijo Ernesto Sábato “la historia no es mecánica porque la hacen hombres libres que pueden transformarla”.
*César Verduga Vélez. Ex ministro de Gobierno de Ecuador y consultor. Desde México.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas