Por: Rodil Rivera Rodil
He aquí un tópico que, más que debate académico o político, demanda toma de posición. Desde mucho antes que fuéramos fuertemente golpeados por la pandemia, los huracanes, la inflación y otros males, ha sido frecuente escuchar a los “expertos” asegurar que nuestros problemas son tantos que es imposible atenderlos a todos a la vez, lo que, desde luego, ha lucido tan convincente que nadie lo había puesto en duda.
Pero ahora tenemos una razón de gran peso para saber que eso no es tan cierto. Que nuestro primer problema es, esencialmente, uno solo. Y esto se deduce, amable lector, del innegable éxito que está teniendo el presidente Bukele en El Salvador con su inflexible decisión de acabar de una vez por todas con la inseguridad.
En el vecino país se ha visto que en cuanto comenzaron a desaparecer los delincuentes de las ciudades y los pueblos empezaron también, como de milagro, a reaparecer los centenares de miles de pequeños y medianos negocios, de escuelas, de centros de salud, de esparcimiento y de toda clase de actividades sociales, económicas y culturales que a lo largo de decenas de años se habían visto obligados a cerrar por la extorsión y por el insuperable miedo que se había ido apoderando de la población salvadoreña.
El abrupto cese de la intranquilidad en el vecino país, por sí solo, trajo consigo una inmediata reactivación de la economía, con un lógico efecto multiplicador que ha disparado la reanudación del empleo, del poder adquisitivo y de todos los demás índices económicos y sociales de la sociedad salvadoreña. Lo que confirmaría, reitero, que estas acuciantes dificultades que agobian a la región, y en particular a Honduras, en realidad constituyen una sola de carácter integral, cuyo pivote se encuentra en el enorme y global impacto que genera sobre la vida de todo el país la delincuencia organizada, de forma tal que se vuelve inútil empeñarse en atacarlas por separado. La lucha central, en consecuencia, debe enfocarse en rescatar, a través de un programa, también integral y enérgico, la paz social que nos ha arrebatado el crimen organizado y, principalmente, las llamadas “maras”.
La incontrastable fuerza de convicción que conlleva el modelo salvadoreño no se deriva, pues, de meras teorías o elucubraciones, sino de resultados concretos, esto es, de los mismos hechos, los que, como solía repetir Lenin, siempre son tozudos. Y esto es lo que, justamente, se refleja en los impresionantes índices de aprobación del pueblo salvadoreño a los logros del presidente Bukele: en materia de seguridad, el 96%; en educación, el 91%; en salud, el 87%; en empleo, el 73%, y en costo de vida, el 63%. Una cosa condujo a la otra.
Lo anterior, sin embargo, no significa que al erradicar la delincuencia habremos resuelto el problema del subdesarrollo y de la inicua desigualdad que nos abruma, para esto será indispensable cambiar el modelo económico que impera en nuestro país prácticamente desde que nos independizamos de España y, especialmente, desde que en la década de los noventa del siglo pasado nos fuera implantado a sangre y fuego el sistema neoliberal que busca, sin límites ni escrúpulos, el lucro desmedido con todo cuanto existe sobre la faz de la tierra, sin excluir, mediante el uso mercantil de la inteligencia artificial, nada menos que la misma mente humana.
Pero debemos estar conscientes de que nos será imposible sentar las bases de ningún desarrollo si, previamente, no recobramos, al menos en una buena parte, la tranquilidad social. La inseguridad en Honduras empeora día a día. Ya son intolerables los asesinatos, las masacres, la extorsión y el narcotráfico. El terror se está extendiendo aceleradamente por la población. Y está más que claro que si seguimos así muy pronto la gran mayoría de la gente no podrá agenciarse ni siquiera los ingresos mínimos para mal sobrevivir.
Por ello, no me cabe duda de que tarde o temprano emprenderemos el mismo camino que ha tomado El Salvador. Lo va a terminar exigiendo el pueblo entero y ningún gobierno se podrá negar. Y de repente, como suele suceder en estas cosas, si nos tardamos demasiado, se terminará haciendo de manera más dura de la que ha puesto en práctica el propio Bukele. Y entonces vendrán los ayes. Tómesenos la palabra.
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Abogado y Notario, autor de varios ensayos sobre diversos temas de derecho, economía, política e historia; columnista por cuarenta años de varios diarios, entre ellos, EL Pueblo, El Cronista, Diario Tiempo y La Tribuna, y diputado por el Partido Liberal al Congreso Nacional de 1990-1994. Ver todas las entradas