Por: Moisés Ulloa
“¡Qué país este Catalina, el que no tiene miedo tiene tedio!” … (Arráncame la vida). Y así el arte que transforma irrealidades ante una pantalla se refleja en una vida a la que llamamos Honduras, hoy sumida en un escenario de tragicomedia en donde el público y el actor es el pueblo mismo.
No pretendemos establecer en estas letras todos los movimientos, algunos calculados otros simplemente que se dieron en un azar mezquino y maquiavélico, que nos han llevado a este momento de una crisis profunda. Sin embargo, si espero que cuando su vista se pose en estas líneas y su mente analice su contexto, pueda hacer decencia en su alma, si es que aún goza de tener pulso.
Hubo sin duda que haber pasado muchas cosas para que la sociedad como tal se auto-inyectara una anestesia anímica y que repercutiera en la triste realidad que hemos caído en la complicidad de la permisividad. “Acá todo y nada pasa” dicen muchos y es que, si vemos el entorno del mundo, quizás en otros lados con un cuarto de las cosas que acá han sucedido, sin duda alguna la respuesta contundente de la sociedad ya tiempos se hubiese dado y, aquel o aquellos a quien se le debe de atribuir el rumbo casi a un abismo del país, estarían pagando sus pecados y estaríamos ya días liberados de la angustia a la que hoy estamos sometidos.
Junto con ese somnífero, está de acompañante el hartazgo en el político y la falta clara de un liderazgo innovador que despierte esperanza. El sentido noble de la política desde ya tiempo está en caída libre con un equipo de paracaidismo que nos lleva a todos por igual. No tenemos confianza en la generación política, no hay convencimiento de lo prometido y no nos enchufamos con lo que ofrecen, existe una sequía de generar ideas que sean solución y el arte del diálogo se confunde con complicidad. Ante esto hay una rendición del pueblo al conformismo, al acomodamiento absurdo que todo pase porque me es ajeno, como pretendiendo así, blindarse de la afectación de lo que ocurre.
O es que acaso la factura del combustible no la pagamos todos, es que acaso la burla de la política corrupta no te pasa el cambio, el desabastecimiento de medicina, de educación, de oportunidad. Es que acaso, frente a nosotros no se construye, ante nuestra vista y paciencia, un centro cívico que drena los fondos de pensiones y que es verdaderamente un monumento al abuso de poder, a la omnipotencia, a la carcajada de que yo lo puedo todo y gozaré de impunidad ¿es que acaso haberse robado una elección no es suficiente razón?
Acá sucede todo lo contrario, agachamos la cabeza en una actitud servil que aplaude la estrategia concebida por unos pocos, que aún ya teniéndolo todo, quieren aún más. Vivimos rodeados del tedio, resignados a vivir en podredumbre, a comer las sobras, a recibir la limosna, a agradecer a aquellos que, siendo nuestros servidores públicos, les hemos cedido el puesto de convertirse en los dueños de lo público. Honduras no despierta. Está sumida en esa encrucijada entre el miedo y el tedio, en ese camino sin norte, sin rumbo en un navío que no tiene capitán. Mientras en nuestra vecindad vemos ejemplos de valentía, acá vemos ejemplos de apatía.
¿Hasta dónde deberá de descender este país para que podamos reaccionar?
Si el liderazgo no existe o no llena nuestras expectativas, entonces debemos arrancar sin tener la necesidad que exista uno o varias figuras que nos tomen de las manos, debemos de manera individual y colectiva marcar nuestra agenda y tomar el curso de las acciones por nosotros mismos. Honduras no ocupa de nadie, lo que ocupa es de la voluntad, de la sed de lucha por algo mayor que un premio individual. Hambre tenemos todos y la escasez se hace mayor, no tenemos que esperar en convertirnos en una sociedad caníbal para preocuparnos de lo que nos acontece. La hora es un rotundo ahora. Por lo menos yo no quiero ser parte de esa condición de rendición de Honduras, me niego a aceptar que estamos allí.
Les contaré una historia. Es de un equipo de football americano, Los Santos de Nueva Orleans, ciudad que fue golpeada por un Huracán. Durante el proceso de reconstrucción, de las pocas alegrías que esta ciudad tenía después de la tormenta era su equipo y así en una jugada poco probable, Steve Gleason bloqueó una patada del equipo contrario que cambió el giro del partido y con ese giro, se convirtió en el símbolo de la recuperación y reconstrucción de la ciudad…pero la historia no queda simplemente en una anécdota deportiva, Gleason fue diagnosticado pocos años después con una terrible enfermedad (La enfermedad de Lou Gehrig), hoy está paralizado, habla mediante una computadora. Steve tiene un dicho que lo ha convertido en una fundación, en un movimiento, en una forma de vida que inspira: “Ninguna bandera blanca”.
Eso es lo que Honduras requiere, dejar de alzar la bandera de la derrota, de la rendición y tomar la bandera cinco estrellas. Debemos volver a las calles en una masiva protesta pacífica capaz de hacer temblar a todos los mal llamados compatriotas que hoy manejan a su antojo nuestra casa, a los que han hecho pedazos esta tierra, a los que nos han robado de poco en poco todo, incluso el coraje. Debemos ser capaces de mandar el mensaje contundente que esta sociedad quiere Trabajo, Justicia, Oportunidad y Paz, esto inicia con la renuncia de quien ahora ostenta el poder por el peso de las botas y no de los votos, quien venga después dependerá del que la mayoría determine, en un ambiente de libertad y transparencia. Pero nada de esto nos los otorgarán, a menos que sientan el peso de un pueblo que está dispuesto a luchar. La Rendición o no de Honduras depende de cada uno de nosotros; yo por lo menos, no estoy dispuesto a izar una bandera blanca.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas