La policía estadounidense

La policía estadounidense tiene que dejar de atacar a periodistas

 

Por: Courtney C. Radsch

 

WASHINGTON, DC – Que los periodistas salgan a las calles a cubrir las protestas más multitudinarias y extendidas que Estados Unidos haya experimentado en más de cincuenta años no tiene nada de sorprendente. Lo que sí sorprende es que se hayan encontrado con violencia y represalias por parte de la policía, sólo por hacer su trabajo.

Desde el inicio de las manifestaciones contra el racismo sistémico y la brutalidad policial que se extendieron por todo Estados Unidos después de la muerte de George Floyd, se han registrado más de 380 incidentes de violencia contra la prensa. Si bien algunos corresponden a periodistas que quedaron atrapados en medio de protestas violentas y disturbios, la enorme mayoría (alrededor del 80%) es atribuible a las fuerzas del orden (según un registro de incidentes contra la libertad de prensa en Estados Unidos).

Estas violaciones flagrantes de la libertad de prensa han sido tan generalizadas como las protestas mismas: hay denuncias procedentes de 61 localidades en 33 estados. Los policías responsables de estos ataques no respetan la ley ni defienden la Constitución de los Estados Unidos. Periodistas que se identificaron claramente, que presentaron credenciales de prensa y que llevaban consigo equipo profesional han sido objeto de actos de violencia, arrestos y disparos. Determinar la extensión de estos ataques selectivos será esencial para resolver el problema más general de la impunidad policial.

En algunos de los ataques contra periodistas parece haber obrado una motivación racial. En una transmisión en vivo desde Minneapolis el 29 de mayo, puede verse al corresponsal de la CNN Omar Jiménez explicando a la policía con calma que es un periodista, pero lo arrestaron igual. Mientras la cámara desciende al suelo, se alcanza a ver cómo detienen a todos los miembros de su equipo. En tanto, a una calle de distancia, un colega blanco de Jiménez sigue informando desde el lugar de los hechos sin que nadie lo moleste. En otro incidente, se vio a policías de Detroit exigiendo las credenciales a un periodista negro pero no a sus colegas blancos.

Si bien después de eso el gobernador de Minnesota Tim Walz pidió disculpas a Jiménez y al personal de la CNN, los ataques a periodistas que cubren las protestas en ese estado no se han detenido. En cualquier caso, el hecho de que la policía de Minneapolis pueda arrestar a un periodista de la CNN es ante todo una señal para las fuerzas policiales de otros lugares, en el sentido de que a partir de ahora cualquier táctica es válida. Según el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ), después de eso hubo al menos otros 54 arrestos de periodistas, incluidos varios que también ocurrieron en medio de una transmisión en vivo. En estos casos, los policías involucrados parecían saber que los estaban grabando, pero siguieron adelante.

El hecho de que la presencia de una cámara no sea para la policía un elemento disuasivo debería ser motivo de alarma para todos los estadounidenses. Así como se puede ver al policía de Minneapolis Derek Chauvin mirando directamente a cámara mientras oprime con la rodilla el cuello de Floyd, es evidente que policías que se dejan filmar atacando a periodistas y a otros civiles no temen las consecuencias. Al fin y al cabo, la policía en Estados Unidos goza de «inmunidad cualificada», razón por la cual casi nunca han tenido que rendir cuentas de injusticias graves cometidas contra afroamericanos como Floyd.

Para colmo de males, Estados Unidos ahora tiene un comandante en jefe que siempre relativizó la violencia contra civiles. En 2017, el presidente Donald Trump exhortó a los policías a no ser «demasiado amables» con presuntos pandilleros al detenerlos. Y al principio de las protestas actuales, invocó un lugar común racista, al advertir a los manifestantes que «cuando empiezan los saqueos, empiezan los disparos».

Trump ha atacado a los periodistas una y otra vez desde el inicio de su presidencia, señalando a profesionales individuales y calumniando a la prensa como proveedora de «noticias falsas» y «enemiga del pueblo». El ambiente tóxico que contribuyó a crear hizo posible que el congresista republicano por Montana Greg Gianforte no pagara ningún costo político por un ataque violento contra un periodista durante un evento de campaña. Tras años de demonización de parte de funcionarios electos que juraron defender la ley, a nadie extraña que ahora a la prensa se la considere un blanco aceptable de la acción policial.

Además, esta retórica antiprensa viene detrás de una tendencia muy anterior hacia la militarización de la policía. Alentada por la transferencia de armas pesadas, suministros, tácticas y soldados de las guerras en Irak y Afganistán, la policía ha comenzado a comportarse más como comandos que como servidores públicos obligados a defender las libertades de expresión, reunión y prensa.

Y no es exclusivamente un problema interno de los Estados Unidos. Varios de los periodistas que han sido blanco de ataques policiales recientes son corresponsales extranjeros que trabajan para medios internacionales. Por ejemplo, la periodista televisiva australiana Amelia Brace estaba transmitiendo en vivo desde el exterior de la Casa Blanca, cuando de pronto ella y su camarógrafo fueron atacados por una falange de policías muy armados. Del mismo modo, la policía de Minneapolis efectuó numerosos disparos contra el periodista alemán Stefan Simons a pesar de que este gritó varias veces que era de la prensa.

Las diplomacias australiana y alemana se han quejado ante Estados Unidos por estos incidentes, y a los corresponsales extranjeros enviados a cubrir las protestas se les recomendó prepararse como para ir a una zona de guerra. Nueva York, transformada en Egipto 2011.

Por nuestra parte, la junta directiva del CPJ envió una inusual carta a los legisladores locales en la que indicamos nuestra intención de «buscar justicia para los periodistas atacados o injustamente detenidos». Seguiremos investigando estos incidentes contra la prensa tanto como sea necesario. Es evidente que la reciente ola de ataques no es sólo un caso de «unas pocas manzanas podridas». Esa excusa vetusta para una cultura organizacional corrupta no resiste ni siquiera el proverbio del cual deriva: «Una manzana podrida echa a perder el cesto».

Los ataques policiales contra periodistas demandan una rendición de cuentas inmediata y auténtica. Eso implica erradicar las manzanas podridas y la corrupción extendida dentro de las fuerzas policiales estadounidenses. Como muestran las protestas, sólo cuando termine la impunidad podrá comenzar la justicia.

Courtney C. Radsch es directora de promoción en el comité para la protección de los periodistas y autora de Cyberactivism and Citizen Journalism in Egypt: Digital Dissidence and Political Change.

Esta publicación es dentro de la alianza entre     y 

  • Jorge Burgos
    Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas
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