Por: Víctor Meza
Desde la antigüedad, y aun antes, desde siempre, parece que la mentira, en tanto que mecanismo de engaño, defensa o piedad, ha sido compañera inevitable en la evolución del hombre. Cada religión o modelo cultural, de la misma manera que cada interpretación puntual de los hechos históricos, tiene una visión propia de la mentira, ora como expresión del pecado, ora como mecanismo lícito de la vida cotidiana.
En la historia moderna de Honduras tenemos sobrados ejemplos en los que la mentira jugó un papel importante en la vida nacional y, a veces, hasta llegó a convertirse en categoría usual de la actividad política y el quehacer estatal. No puedo menos que recordar las insoportables peroratas de cancilleres y gobernantes en la década de los años ochentas del siglo pasado, que se empecinaban, tozudez y cinismo de por medio, en negar la presencia de las fuerzas contrarrevolucionarias nicaragüenses que, desde suelo nacional, realizaban incursiones punitivas y actos de constante agresión contra el país vecino. Los voceros de los gobiernos de entonces insistían, sin que se les moviera un músculo siquiera en el rostro, en que los llamados “Contras” no estaban en territorio hondureño y que, por lo mismo, no contaban con campamentos y logística temporal o permanente en la zona fronteriza al oriente del país. La Cancillería hondureña había ganado merecida fama en el arte de mentir. Me tocó ver en un par de ocasiones la forma en que políticos europeos hacían mofa y mostraban desprecio cada vez que el gobierno hondureño emitía un comunicado negando la presencia de los Contras en Honduras. Algún día contaré en este espacio de opinión algunas anécdotas curiosas que la suerte y la historia me permitieron vivir y conocer en el torbellino de la crisis político-militar que envolvió a Centroamérica durante los duros años de la guerra fría.
Por ahora, mi interés es otro. Quiero insistir en el hecho cierto de la implantación de la mentira como una práctica diaria que, de tanto repetirse, ha llegado a adoptar la forma de una categoría vital en el discurso político acostumbrado. La mentira se ha interiorizado en nuestra sociedad y, hasta cierto punto, ha llegado a ser algo así como la muletilla indispensable, el giro necesario, el agregado insustituible que le da fuerza al discurso, legitima las argucias y las disfraza de argumentos. La mentira, compañera de viaje de la corrupción, está siempre dispuesta a servir de soporte, máscara inevitable que envuelve el acto corrupto y lo reconvierte en operación supuestamente lícita y legítima; acción aceptable para fortalecer el funcionamiento de la llamada democracia (otra mentira de repetición constante). Y así, de mentira en mentira, vamos tejiendo la telaraña diaria de los embustes y la falsedad, que silenciosamente nos envuelve a todos y nos encierra en una burbuja de complicidad forzada o voluntaria.
Nota relacionada La mentira
El fenómeno no es nuevo, por supuesto, ni es exclusivo de nuestro país, claro que no. En su reciente libro “Lo que pasó”, la ex candidata del partido Demócrata de los Estados Unidos, Hillary Clinton, describe abundantes episodios que ilustran el uso de la mentira como arma de destrucción masiva en las pasadas elecciones de 2016. Revela también un dato que vale la pena conocer: la unidad de monitoreo (“columna de verificadores de hechos”) del diario Washington Post, registró un total de 623 declaraciones falsas y engañosas que el presidente Donald Trump hizo durante los primeros 137 días de su Administración. Hasta el primero de junio del 2018, Trump había hecho 3,251 declaraciones falsas o equivocadas, lo que arrojaba entonces un promedio de 6,5 declaraciones engañosas por día. En sus primeros cien días el promedio fue de 4,9 falsedades diarias. Hubo un día, en el mismo mes de junio, en que el presidente mintió 19 veces durante una sola conferencia de prensa. Estos datos, alarmantes pero ciertos y comprobados, explican por sí solos el auge de conceptos tales como “posverdad”, “fake news”, “hechos alternativos”, etc.
En todas partes se cuecen habas, dice la sabiduría popular. Pero ello no debe ser consuelo para justificar el auge y la implantación de la mentira en nuestra vida social y política. En un reciente artículo en el diario español El País, Moisés Naim, académico venezolano de probada calidad profesional, coloca a la mentira entre los seis factores tóxicos que atentan contra las democracias en el mundo actual. Volveremos sobre este acuciante tema.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas