Por: Rodolfo Pastor Fasquelle
Tienen razón los cachurecos que gritan que la reforma para legitimar la represión con que hoy se quiere terminar de hundir de paso a los liberales es un asunto de vida o muerte. Vida o muerte de la democracia. Lo que está en juego hoy es la sombra que queda de la democracia. JOH manda reformar la constitución a su medida y después con el apoyo de Carlos Flores se rehúsa reformar el sistema electoral para darles representantes a los partidos mayoritarios. Quiere reformar la ley de policía para legitimar la violencia del estado contra la oposición, pero no quiere facultar a la Misión de la OEA para obtener los datos que necesita en el combate a la corrupción. Deroga las garantías primarias del derecho penal, de la presunción de inocencia y la prohibición de procedimientos confiscatorios del presunto inocente, pero legaliza la facultad para reprimir. Y encubrir el saqueo de sus funcionarios. Y recubrirlos de impunidad sangrienta.
Lo que pasa es que no leen estos políticos nuestros, no se esfuerzan incluso cuando son hombres de ley e inteligentes. O si leen -mecánicamente- no entienden, o no terminan de entender o no están dispuestos a reconocer y respetar lo que los desagrada entendido. Declaman del diente al labio los preceptos, como el catequista los mandamientos, pero atropellan las leyes casi por costumbre y cuando eso se vuelve muy sensible, en vez de acatar por fin, quieren cambiar la ley. Se presentan como reformistas y se insuflan de una retórica que invoca el bien común, sin poder evitar que les salga espuma con bilis por la comisura de los labios, apretados incluso en la sonrisa fingida.
Juan Hernández tiene razón por supuesto cuando asegura que las protestas cívicas que le han disgustado tanto (se refiere despectivamente a los antorcheros suponiéndolos un conjunto de revoltosos sin causa) tienen límites. Los tiene igualmente, límites, la autoridad y el ejercicio legítimo del poder. Y unos y otros límites están definidos en una legislación que -hasta ayer- nadie disputaba quizá porque es consustancial de la democracia. Por supuesto, la protesta tiene límites con respecto a sus medios y métodos y también límites con respecto a su alcance y sus fines. Pero JOH invoca límites noveles con que quiere coartar sus derechos. Los policías están conscientes de que no pueden disparar contra la población que deben proteger, y por eso el golpismo quiso recurrir desde el inicio al soldado, entrenado para matar al enemigo. La ley que JOH quiere cambiar es clara.
La Constitución define los límites de la protesta asegurando que el pueblo tiene derecho a la insurrección porque es el soberano y el gobernante solo su mandadero. Y JOH repite esa lección, pero sin entenderla. La semana pasada al tiempo que promovía con vehemencia estas reformas para hacerse más poderoso él y para debilitar y amenazar a la protesta pública, repetía por ejemplo, lo escuche de viva voz, que en nuestro sistema democrático los gobernantes son meros mandaderos de la ciudadanía. Pero no es congruente con ese precepto su proyecto y no honra su propio dictado. Aprendió de memoria algunas frases y a veces, al parecer, sin reflexionarlos repite muchos de los conceptos derivados de la teoría jurídica democrática y se da con su piedra en los dientes. En una democracia genuina, la protesta continuada y generalizada de la ciudadanía debe entenderse como un llamado a la devolución de la soberanía que esa población le ha confiado ––para su custodia a sus mandaderos, es decir que debería de conducir a la renuncia del poder público aludido.
El derecho de la protesta hasta la insurrección, es decir hasta conseguir el derrocamiento del gobierno es el derecho democrático por excelencia, aunque no puede para ese fin -la protesta- violentar a terceros. En el caso del ejercicio del poder público, igual esa ley primordial constituyente asegura que el estado tiene la potestad de ejercer la fuerza contra particulares violentos. (Para invocar esa potestad muchas veces infiltran nuestras manifestaciones con mercenarios violentos, aunque la que se prohíbe es la violencia que afecta a derechos inalienables). Por ende el estado debe actuar contra los que quieren quitarles sus bienes a las comunidades, que no son los mareros, contra los escuadrones de la muerte de los malosos que no son los que están en el pozo. Debe derogar los contratos que le quitan a la población el derecho al libre tránsito en vez de acusar de terroristas a quienes se oponen a ese abuso en un peaje. Y ahí está. El limite. De uno y otro lado. Nada menos, ni más. El poder solo puede ejercerse para salvaguardar la ley, el derecho del ciudadano y el orden legítimo. Lo que está en duda no puede defenderse, dice otro precepto antiguo. Medieval. Como la reelección. Jamás puede ejercitarse la violencia del estado legítimamente contra una población que protesta las violaciones a la ley por parte del gobernante, la complicidad del estado en el crimen del plutócrata, el encubrimiento con ley de secreto del delito del amigo, del fiel, del compadre, del correligionario, del contribuyente político o extorsionado.
Hernández quiere cambiar esos límites legales. Quiere expandir los límites del ejercicio del poder del gobierno para callar la oposición, inhabilitarla y controlarla y quiere limitar o restringir más los derechos de la protesta ciudadana, en efecto quiere desconocer el derecho a la insurrección Supone que la insurrección es violenta. Y lo será… si el ordena aplastarla para salvar esa entelequia que es la paz y la tranquilidad de los corruptos y de los violentos, ya nos dimos cuenta, la paz y la seguridad armada de Mauricio Oliva, que está bien parado y de JOH. Su libertad para hacer tropelías, para instrumentalizar las instituciones en su provecho personal, para ordenar abusos.
Descontentos siempre habrá. Como beneficiarios y sacrificados, aunque el buen gobierno consiste en disminuir esa contradicción. Pero precisamente porque en una democracia el pueblo es soberano, cuando en vez de descansar o trabajar en paz la ciudadanía manifiesta sistemáticamente sus descontento, la obligación del gobernante es renunciar. Y así sucede en efecto de vez en cuando en distintas latitudes. Acaba de suceder en Islandia y otros muchos gobiernos democráticos civilizados están conscientes de ello. JOH en respuesta al repudio del pueblo manda publicar encuestas adulteradas. Se queja de que los lecheros adulteran la leche cuando el adultera la naturaleza del derecho y corrompe la majestad del cargo. Pide donaciones políticas para los parques para aparecer como benefactor, baja impuestos excesivos y deroga -a último momento- las extorsiones, antes de la elección. Hace mucho tiempo que los hondureños no rechazaban tan contundentemente a un gobernante, aunque la mancha brava saque mil retratos suyos a la calle del Obelisco. Y él quiere quedarse. ¿Es nuestro mandadero Juan, Ud.? Pues déjeme interpretar el sentimiento nacional para exigirle. Autorice la reforma electoral para que estén representados los interesados, porque no hay elección sin representación. Derogue la ley de secretos y publique las transacciones que se hacen con el tazón. Autorice la ley para colaboración eficiente de toda autoridad con la misión internacional que vino a petición del pueblo, sin importar Mel y ordénele a su mancha brava que se calme, que no queremos lastimar a nadie, que hay que empezar a cultivar la paz con libertad y orden y luego, aunque aquí los gobernantes no renuncian nunca, y jamás piden disculpas… discúlpate y
Renuncia JOH, la posteridad te lo reconocerá.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas
Un comentario
Un verdadero imbécil.