La incansabe madre hondureña que lucha contra la miseria

Por: Redacción CRITERIO

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Tegucigalpa. Un día cualquiera, Martha López, estaba sola en la casa donde trabajaba como aseadora. Tenía quince años. Comenzaban a nacer las ilusiones, el primer beso, los sueños futuros y el deseo de vivir. Hoy tiene 36 años y se encuentra sentada en la cama junto a su hija Génesis (10). No desea recordar el trágico accidente que la dejó traumada y le cambió la vida. Los ojos pierden brillo al recordar ese día y el semblante se apoca; el rostro da cuenta de las quemaduras provocadas por un viejo y debilitado cilindro de gas licuado que explotó…las marcas quedaron en cada parte de la piel y le recordarán cada día de su vida que tiene que lidiar con ellos, le guste o no.

Para suerte de Martha, los milagros sí existen: logró sobrevivir a 10 cirugías para reconstruir las partes más sensibles del cuerpo. Presenta un 70 por ciento de quemaduras de grado III, las más graves porque destruyen los tejidos, matan los nervios y evapora los líquidos corporales. Durante un mes, fue huésped en el Hospital Escuela Universitario (HEU). “Estaba limpiando, no recuerdo la hora, sólo un fuerte estallido del chimbo de gas. Una explosión tan fuerte…y después ya me encontraba en el hospital. No me gusta hablar de eso; para mí es como volver a ese día y duele”, rememora. De pronto, se calla y agacha la mirada, como forma de huir de ese momento.

La madre, María de los Santos, escucha con atención el relato escalofriante de su hija, interviene en la plática y opina: “me tocó dormir con ella en el hospital. No podía dejarla sola, porque su papá trabajaba. Vendía aguacates y otras cositas. Mis hijas menores estaban muy pequeñas, cuando traje a Martha a la casa y me dediqué a cuidarla”. Hizo de todo para darle una atención extraordinaria, desde bañarla, cambiarle vendajes, hasta darle de comer porque Martha no podía hacerlo. Cuando la llevó a casa –narra– nadie creyó que fuera aquella mujer que se dedicaba a limpiar casas con esmero. No tenía cabello, el rostro estaba desfigurado.

La recuperación física ha sido exitosa, no así la emocional; le ha costado años superarlo y pelea con su pasado para que no la persiga. Basta verla callarse al evocar las quemaduras del “chimbo” de LPG que le cambió la vida para siempre. Es más, pasó muchas tardes sentada viendo el horizonte acompañada por la soledad. “Al principio me daba pena salir a la calle, pero un día me aburrí de tanto encierro y esperar algo que nunca llegaba. No sé, simplemente dejó de importarme y me puse a recolectar botes plásticos, al mismo tiempo buscaba trabajo en casas, pero así con mi condición nadie me daba, se espantaban. Génesis estaba pequeña y tenía que darle de comer”, dice.

La recuperación física ha sido exitosa, no así la emocional; le ha costado años superarlo y pelea con su pasado para que no la persiga. Basta verla callarse al evocar las quemaduras del “chimbo” de LPG que le cambió la vida para siempre. Es más, pasó muchas tardes sentada viendo el horizonte acompañada por la soledad.

La casa donde vive, está en lo alto de la capital y a pocos metros de un abismo donde hay cientos de viviendas apiñadas y separadas por estrechos callejones. Es un privilegio porque lo ve todo; pero es una tristeza porque la construcción es precaria. Está al borde del tremendo barranco. Para llegar acá hay que caminar largo tramo; a la zona le dicen “El Picachito”, porque está a unos 200 metros abajo del parque El Picacho. Es una casa de madera dividida en tres cuartos muy estrechos. Ahí cabe todo el parentesco, menos el padre. A él lo mataron en 2014. Ninguno se atreve a contarlo. Guardan ese fragmento con celo. Pese a las condiciones en que viven, los tres hermanos de Marta –dos mujeres y un varón– mandan sus hijos a estudiar. Mientras ellos trabajan dignamente, los mozalbetes estudian. Sólo quieren que tengan las oportunidades que ellos no tuvieron.

Marta es una madre protectora, su adorada Génesis es lo más importante y se desvive para darle lo mejor. Muestra con orgullo las calificaciones de la niña que asiste a la escuela pública, que está a unas cuadras del hogar. Ese raro, profundo, sincero e incondicional amor del difunto marido, la inspiró para traer a este mundo a la sobresaliente hija. Al hombre no le importó el físico; fue la esencia que los unió hasta que la muerte y una suegra inconforme se atravesaron en el camino. Al respecto, comenta con melancolía: “Conocí al padre de Génesis desde que tenia 12 años. Se llevaba acá en la casa jugando. Cuando ocurrió el accidente, me dijo que no le importaba, que me quería de todas formas. Tuve a mi hija a los 26 años, con parto natural; pero la mamá de él no me quería y nos separamos (sic)”.

Marta es una madre protectora, su adorada Génesis es lo más importante y se desvive para darle lo mejor. Muestra con orgullo las calificaciones de la niña que asiste a la escuela pública, que está a unas cuadras del hogar. Ese raro, profundo, sincero e incondicional amor del difunto marido, la inspiró para traer a este mundo a la sobresaliente hija.

Tener un televisor y una estufa es un lujo en esta casa. Pero es una necesidad a fin de cuentas. Es necesario divagarse viendo cualquier programa como calentar la comida para que el estómago haga buena digestión. Claro está que ha costado adquirir estos enseres; un trabajo tesonero y voluntarioso logró que tales cosas pasen a formar parte del menaje del modesto hogar. Se hizo de ellos con la recolección de plásticos. La alegría es enorme y dice que en el pasado “no teníamos tele, ni estufa. Para nosotros era un lujo y tengo gastos con la niña, porque todo lo que consigo es para la escuela”.

Esta madre es incansable: trabaja en dos casas; acude tres veces a la semana a limpiar una casa y en la otra hace el mismo trabajo durante un día. Por fortuna, no gasta en autobús ya que camina desde su casa hasta el legendario barrio La Leona, a unos 25 minutos de recorrido. Martha no se queja de nada, es más, se siente útil porque hace algo para llevar comida y “el trabajo me hace sentir que valgo, que soy un ser humano. He sufrido mucho mucho; pero también he reído, mi hija me da fuerzas, mis sobrinos –hijos de su hermana menor– son tremendos pero los quiero”. Se ríe con espontaneidad mientras los “gemelos” –como les llama–, están atentos escuchando el diálogo entre la tía y la periodista de CRITERIO.

El ejemplo de Martha se replica en millones de madres hondureñas que celebran este día en uno de los países más desiguales del mundo. De hecho, la organización británica Save The Children certifica que este país ocupa la posición 109, o sea, que es el peor lugar para ser madre. Martha no conoce estas cifras, pero forma parte de ellas y lo seguirá siendo por buen tiempo. El afán de esta emprendedora es levantarse cada día a trabajar, dar a Génesis un futuro que se olvidó de ella. Una pizca de carácter, decisión y humanismo la hacen sobreponerse a cualquier adversidad. El recuerdo de la explosión del cilindro de LPG la turba, pero se sobrepone –aun llamándose al silencio para no recordarlo– porque la niña tiene necesidades y debe satisfacerlas.

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