Las protestas ya no tienen visión ni estrategia, organización ni liderazgos, finalidad ni filosofía. Atacan los síntomas del sistema pero no al sistema.
Por: Mario Roberto Morales
Haciendo eco de algunas ideas de Byung-Chul Han, digamos que la hegemonía de la lógica del mercado es absoluta porque, como él dice, la explotación del trabajo se ha convertido en auto-explotación, ya que el trabajador no necesita de un amo que lo obligue a someterse a la deshumanización del sobre-trabajo, sino que gustoso la asume envuelta en religiosidades, autoayudas y otras conductas socialmente aceptadas por la patronal e impulsadas por la lógica del mercado.
También, que como la monotonía de lo uniforme ha anulado el sentido del otro, las otredades se han uniformizado en compartimientos estancos, inventados por la corrección política, la identity politics, la affirmative action y toda suerte de extravagancias teóricas posmodernas, algunas de las cuales parten de bases cognitivamente firmes pero se banalizan en el híper-moralismo políticamente correcto. Esto ha hecho que no tengamos idea de lo que son las otredades en el mundo de lo concreto y que cierta subalternidad subsidiada haga de la industria de la victimización su divisa moral, degradada y pedestre.
Dentro de esta hegemonía, la represión militar ha sido sustituida, dice Byung, por el exceso de información y de placeres. Y la necesidad (adictiva) que tenemos de entretenernos ha destruido nuestra capacidad de discernir y reflexionar. En otras palabras, nos auto-controlamos al reprimir nuestra conciencia de clase sustituyéndola por la entretención compulsiva y los paliativos del culturalismo neoliberal oenegista. Tanto así, que incluso la protesta se ha vuelto una forma de entretención, como lo prueban las revoluciones de colores y el tragicómico 2015 guatemalteco.
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La entretención se ha tornado obligada, forzada, angustiosa. El deber de divertirnos nos lleva a trabajar más, a hacer del tiempo libre otra obligación laboral al tratarse de actividades consumistas. La banalidad del ocio lo ha vuelto triste, desesperante, por lo que llenamos ese vacío con compulsiones forzadamente divertidas. Y al unísono, el mercado nos manda superarnos, ser mejores obreros, optimizarnos, dándonos con ello una visión esquizoide del tiempo que, como Byung dice, ya no es narrativo, pues no tiene secuencia ni sentido, sino es una mera sucesión de presentes inconexos, yuxtapuestos y des-jerarquizados: un simple pasar el tiempo.
¿Los medios digitales? Simulacro de libertad, manipulación vestida de albedrío, dominación total de la mente y triunfo de las guerras de quinta generación: una humanidad de autómatas. Por eso, las protestas no tienen visión ni estrategia, organización ni liderazgos, finalidad ni filosofía. Atacan los síntomas del sistema pero no al sistema. De ahí que la cooperación internacional las financie prostituyendo así a la sociedad civil.
Es la feroz dictadura de la carita feliz.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas
5 respuestas
Paracitos k viven del pueblo
Excelente columna Sr Morales.
Esos son perros kuydan bien la coca k les mandan de colonbia
Que foto mas triste.Un monton de jovenes prometedores, convertidos en simples seres violentos e irracionales.Nuestras humildes mujeres pariendo a sus propios verdugos.Nuestra juventud convertida en perros guardianes de una casta militar, de una oligarquia y de los intereses gringos.
LOS GUACHIMANES DE LA COCA