Por: Mario Roberto Morales
Ciertas mentalidades obsesionadas con la «objetividad» entendida como ausencia de sentimientos y de emociones y como actitud que sitúa a éstos en un plano absolutamente secundario de la vida humana, suelen considerar los estados depresivos en otras personas como «debilidades ideológicas», «psicológicas» o «emocionales», sin percatarse que ellos mismos pueden acusar síntomas depresivos cuando por ejemplo no pueden concentrarse durante mucho tiempo en alguna actividad específica, sobre todo si ésta requiere de esfuerzo intelectual, o cuando pierden ocasional e inexplicablemente el apetito o cuando su sexualidad disminuye sin motivo aparente o cuando les invade una sensación de saberlo todo, de comprenderlo todo y, por tanto, de no importarles ya mucho nada y carecer de la ilusión por ver una nueva película, una nueva obra de teatro, conocer un paraje desconocido, etc. En una palabra, cuando se ha perdido el entusiasmo que por sí mismo debiera invadirnos ante nuestro solo contacto con la vida consciente.
La depresión no es solamente un estado de profunda melancolía o tristeza que hace que el enfermo se encierre en sus habitaciones a mirar el techo durante horas, ni es solamente el resultado de la pérdida de un ser querido o de cualesquiera formas de tragedia que puedan ocurrir en la mejores y en las peores familias.
La depresión puede ser un estado de permanente irritabilidad ante la supuesta estupidez del prójimo, de permanente exceso de criticidad y arrogancia, de persistentes sentimientos de incomprensión y malquerencia del prójimo hacia el enfermo y, en fin, un estado de ocasionales así como injustificados accesos de mal humor, de enojo consigo mismo o de desesperación, angustia y ansiedad sin más motivo que la llegada de la noche o la salida del sol o el calor del mediodía.
Además, la depresión no es solamente el resultado de una reacción psicológica inadecuada a un estímulo cualquiera: no es solamente una reacción neurótica aprendida, mamada durante la niñez, regalada sin costo alguno por nuestros padres, tíos, abuelos y demás familia. No es sólo una reacción mecánica inadecuada a la naturaleza del estímulo exterior. Resulta comprensible que si durante nuestra niñez presenciamos reaccionar con angustia o hipocresía a la persona que nos crio cuando ésta se enfrentaba a una situación alegre o triste de su cotidianidad, nosotros reaccionemos en forma similar: ante el fracaso, angustia e hipocresía; ante el éxito, angustia e hipocresía.
En otras palabras, gane o pierda nuestro equipo, de todos modos nos emborrachamos. La borrachera de angustia se convierte en una necesidad patológica de sufrimiento cuando desde niños aprendemos a reaccionar inadecuadamente a los estímulos positivos. Todo esto resulta comprensible como fuente psicológica de la depresión, pero la depresión no es sólo eso.
La depresión es también, y sobre todo, el resultado de una deficiencia orgánica, bioquímica, que tiene que ver con una débil producción, por parte del organismo del enfermo, de ciertas sustancias cerebrales que regulan emociones como el entusiasmo, la alegría y la capacidad de reaccionar adecuadamente según sea la naturaleza de cada estímulo. Si una persona ha trabajado sobre su propia neurosis, con o sin ayuda profesional, y sus estados depresivos persisten debe recibir tratamiento médico. Debe ser tratado con fármacos que, así como la insulina inyectada suple las deficiencias bioquímicas del diabético, aquellos regularán la deficiencia bioquímica del deprimido.
La depresión no es broma ni motivo de vergüenza. Es una enfermedad que tiene una base biológica y no sólo neurótica. Siendo como es que esta enfermedad es de las menos diagnosticadas y tratadas por los médicos en el mundo, y una de las más generalizadas entre los miembros de esta humanidad nuestra, justo es llamar la atención sobre su importancia. Sobra decir que el peor de los desenlaces de una depresión es el suicidio y que el mejor de ellos es una vida infeliz que también amarga a quienes nos rodean.
Así que es cosa de escoger: o la amargura eterna de la «neura»o una inyeccioncita de vez en cuando. Eso sí, debemos ilustrar a nuestro médico sobre el asunto, porque por lo general ellos no consideran la depresión como una enfermedad del cuerpo. Qué mal andan, ¿verdad?
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas