Por: Erick Tejada Carbajal
La sociedad hondureña parece adicta a las crisis. Históricamente se recuerdan las escaramuzas y montoneras del siglo XIX y principios del XX. Da la impresión que a los hondureños nos cuesta ponernos de acuerdo. He vivido en otros países y a veces, cuando uno le dan accesos de nostalgia patria, añora este clima de inestabilidad política y noticias de última hora cada cinco minutos. Vivir en el extranjero suele ser aburrido a ratos si a uno le afectan los vaivenes de la política nacional.
El origen de las crisis que vivimos durante los últimos 12 años y medio tiene su raíz en el golpe de Estado; y es que el golpe no sólo polarizó a la sociedad catracha, sino que hizo trizas la máscara de falsa democracia y virtuosismo electoral que vestía Honduras en su rostro desde —lo que llamo— «la época dorada del bipartidismo», que fueron los años ochenta y los noventa con tasas altísimas de participación ciudadana en las elecciones y una alternancia medianamente funcional y estable para las élites.
El gobierno de Zelaya empleó sobre todo al final de su mandato una retórica directa y sin tapujos para señalar a las familias, empresas y medios de comunicación poderosos en el país. A los dueños del sistema. El origen de la crisis tiene que ver con una buena parte de la población históricamente ninguneada en la toma de decisiones reclamando su participación directa en los destinos de la nación. El inicio, fue la revalidación de la lucha de clases como eje de la disputa del poder entre las clases antagonistas, ese 10% que controla la mayoría de la riqueza del país y, ese 70% precarizado y en condiciones de pobreza.
Las manifestaciones de los maestros el 2011 y 2012, las movilizaciones de las antorchas el 2015, el movimiento contra los PCM que privatizaban la salud y la mayoría de manifestaciones populares en contra del orlandismo, tenían en su ADN estructural el hipocentro fundacional de la crisis que es una sociedad extremadamente desigual y que ha convertido al país en una maquila de emigrantes. Claro que los altos niveles de corrupción, de violencia, el narcotráfico y descaro cachureco han sido elementos catalizadores de las crisis, pero, la crisis de fondo no podrá ser zanjada si no atiende a su raíz original de legitimidad y a la implementación de un nuevo modelo económico que favorezca la redistribución de la riqueza y el apoyo a los sectores vulnerables olvidados por décadas.
La nueva crisis institucional del Congreso Nacional, plantea la disputa entre el viejo régimen que se resiste dejar de tener control y a la nueva forma de administrar el país que presenta Libre y la coalición. La política de Estados Unidos —agente fáctico clave en la dinámica política nacional— había sido en sostenimiento del régimen sucedáneo al golpe exigiendo únicamente lealtad y fidelidad geopolítica. Recordemos que del 2009 al 2017 fueron los demócratas al mando de Obama que dirigieron al hegemón y su política exterior con Honduras —al igual que la de Trump— fue de colaboracionismo con JOH y su narcodictadura. Sin embargo, la polarización ciudadana durante los comicios estadounidenses de noviembre 2020 marcó que el Partido demócrata se moviera un poco más a la izquierda para desafiar la agenda ultraconservadora del magnate neoyorquino.
La administración Biden, parece que le ha dado un giro si bien no radical al menos interesante a su política exterior con el triángulo norte. Da la impresión que la idea es iniciar una cruzada de total anticorrupción —que inició en Guatemala con la CICIG y después siguió Honduras con la MACCIH—, además, pretendería atacar a los políticos criollos que tengan vínculos con el narcotráfico y proponer una agenda económica en búsqueda que la gente no opte por emigrar en un entorno de legitimidad institucional avalado por elecciones limpias y civilizadas. Sin embargo, el hegemón siempre tiene sus intereses geopolíticos y económicos intactos; y, sea como sea, varios puntos del programa de gobierno de Doña Xiomara Castro desafían esos intereses. Todos somos víctimas de las contradicciones y el gigante del norte no es la excepción.
En definitiva, a la hora que escribo estas líneas, la crisis institucional que se vive por la disputa de la junta directiva del Congreso Nacional tiene serias posibilidades que se salde a favor de Redondo y con apoyo del departamento de Estado, las Fuerzas armadas, la policía nacional, y más importante aún, con el masivo apoyo popular a la presidenta y a la coalición LIBRE-PSH. Sin embargo, la crisis fundacional, seguirá abierta y, las élites, sin duda van a reaccionar. Veremos si el bloque LIBRE-PSH y el apoyo masivo de la gente mantienen la cohesión durante todo el gobierno y si son capaces de impulsar la agenda de transformación planteada desde el ideario de LIBRE.
Pero algo sí hay claro también, después de 12 años de un régimen dictatorial y autoritario, fuertes sectores populares parece que están dispuestos a jugar un rol trascendental en el futuro del país. Veremos en cada coyuntura como se van saldando las correlaciones de fuerzas. Insisto, nadie podrá decir que es aburrido vivir el vodevil político catracho plagado de crisis tras crisis, aunque, evidentemente, abogamos porque el país entre a un ciclo de estabilidad y legitimidad democrática arropados por el avasallador triunfo de la Presidenta electa Xiomara Castro.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas