Redacción de Semana.com
La lucha del jurista José Ugaz contra la corrupción tiene algo de paradójico. Tras convertirse en los años noventa en una autoridad en la materia, el expresidente de Perú Alberto Fujimori lo designó en el año 2000 como procurados ad hoc para investigar los delitos de Vladimiro Montesinos.
Pero desde esa posición no solo investigó las irregularidades de ese exasesor presidencial, sino que también abrió más de 200 procesos judiciales contra 1.500 miembros de la red del propio Fujimori, que al verse acorralado huyó a Japón.
Ugaz ha estado vinculado a la prestigiosa ONG Transparencia Internacional desde 2011, y desde 2014 es el presidente de esa entidad. El jurista estará en Colombia desde el lunes 25 de abril hasta el viernes 29 para la semana de la Sociedad Civil.
Semana.com: ¿Por qué es grave la corrupción?
José Ugaz (J.U.): Porque es un fenómeno que impacta en los derechos humanos, sobre todo en los países en desarrollo. No se trata simplemente de un problema económico o moral. La corrupción genera muerte. Piense en lo que pasa cuando se cae un edificio y mueren mil personas porque un corrupto pagó un soborno para saltarse unas normas técnicas. O cuando alguien se roba el dinero del tratamiento de una enfermedad. La corrupción mata, enferma, empobrece y genera exclusión.
Semana.com: Pero muchos piensan que en ciertos casos la corrupción favorece la gobernabilidad…
(J.U.): Eso es falso. A los gobernantes a los que mejor les va es a los más íntegros. Cuando empiezan a ceder a la corrupción es cuando la gobernabilidad se complica. Piense en los millones de personas que se han movilizado en Brasil. O la suerte que corrieron el presidente y la vicepresidente de Guatemala, que están presos por corruptos. O en mi país, donde el expresidente Fujimori purga una condena de 25 años de prisión. Esa idea de que la corrupción no afecta el desarrollo y dinamiza la economía es una falacia.
Semana.com: Muchos gobiernos de América Latina afrontan casos de corrupción. ¿Qué está pasando en el continente?
(J.U.): En América Latina estamos atravesando por un periodo con luces y sombras. Por un lado, es cierto que se han destapado grandes casos de corrupción. Pero por el otro, es bueno que se destapen, pues eso significa que los sistemas están reaccionando. Piense en Guatemala, donde la Comisión Internacional contra la Impunidad (Cicig) desmanteló una trama que funcionaba desde la presidencia. O en Brasil, donde un puñado de fiscales y jueces han destapado una olla tremenda. O en Honduras, donde la Misión de Apoyo contra la Corrupción y la Impunidad en Honduras (Maccih) ha logrado a su vez importantes avances. No todo es blanco o negro. Estamos viviendo una época en la que hay un despertar. Y en este proceso, la movilización popular ha sido clave.
Semana.com: A quién afecta más la corrupción, ¿a la izquierda o a la derecha?
(J.U.): La corrupción es como el sida. Ataca indiscriminadamente. Afecta a los ricos y a los pobres, a los de derecha ya los de izquierda. Por eso no es mejor la corrupción en Argentina o México, que en Venezuela o Nicaragua. En todos esos casos, el problema es la opacidad de sus administraciones. Cuando los gobiernos son autoritarios o dictatoriales –sean de izquierda o de derecha– la falta de transparencia favorece los nichos de corrupción. Y esa es una cuestión que no tiene nada que ver con la ideología.
Semana.com: En los países anglosajones, a quienes denuncian la corrupción se les ve como héroes. Pero América Latina es frecuente verlos como ‘sapos’. ¿Son las sociedades latinoamericanas corruptas por naturaleza?
(J.U.): No. En primer lugar, porque la corrupción es un fenómeno mundial. Y en segundo, porque nadie es corrupto por naturaleza. Además, es falso que unas culturas sean más corruptas que otras. La corrupción se genera porque hay un contexto favorable para su aparición. También, por la forma en que la sociedad responde ante los corruptos. En Perú, el 75 por ciento de la ciudadanía es indiferente ante ese fenómeno, y eso obviamente genera un caldo de cultivo propicio para que florezca. Pero eso no se debe a que los peruanos coman ceviche, bailen salsa o que Lima esté frente al mar… Lo que pasa es que, por derrotismo o por falta de claridad sobre sus implicaciones, su sociedad ha asimilado y aceptado la corrupción. Y algo muy parecido sucede en el resto de la región. Lo cierto es que en América Latina la corrupción se ha enquistado en las estructuras del Estado. Ha impactado en el poder, en los partidos políticos y eso le da una capacidad de afectación mucho más grande que en otras sociedades.
Semana.com: ¿Por qué es importante la sanción social en contra de los corruptos?
(J.U.): Cuando la Justicia no funciona, los corruptos no solamente logran evitar las consecuencias de sus actos ilegales. En muchos casos, en nuestras sociedades son exhibidos como casos de éxito. Aparecen en las páginas sociales de las revistas o en los noticieros como si fueran grandes emprendedores. Pero todo el mundo sabe que están untados, o que tienen vínculos con el crimen organizado. Y en esos casos le corresponde al resto de los ciudadanos imponer una sanción social. Es decir, identificar a los corruptos, aislarlos y contar sus historias, para que el público conozca así su delito y los avergüence como elementos que le hacen mucho daño a la sociedad. Retomando la pregunta anterior, no es que los escandinavos por ser escandinavos sean menos corruptos. Lo que sucede es que la forma como ellos han organizado su sociedad, los valores que han puesto por delante y los principios en los que creen. Y eso implica un rechazo implacable de sus ciudadanos hacia los corruptos.
Semana.com: La corrupción suele asociarse con el sector público. Pero, ¿qué nos dice del sector privado?
(J.U.): Como en el tango, donde se necesitan dos para bailar, en la corrupción normalmente hay un privado que paga y un funcionario público que recibe. Para bien o para mal, el sector privado es un actor clave en este escenario. Volvernos al caso de Brasil. Las megaempresas de construcción –como Odebrecht, Andrade Gutierrez, OAS o Camargo Corrêa– fueron protagonistas del juego de pago de sobornos que le ha costado al país cinco mil millones de dólares. Pero mire, lo que muchas veces los empresarios no entienden es al corromperse lo que están haciendo es cavando su propia tumba, pues eliminan la posibilidad de una competencia sana, de un mercado que juegue con sus propias reglas espontáneas. Por el contrario, donde hay un sector privado que le apuesta al buen gobierno corporativo, se desarrolla un ambiente positivo y vigoroso, que le permite a ese mismo sector privado obtener una mayor rentabilidad en sus propios negocios.
Semana.com: ¿En dónde se deben concentrar los esfuerzos de la lucha contra la corrupción?
(J.U.): La corrupción tiene que tener un tratamiento integral. Por un lado, es fundamental trabajar en la prevención. Tenemos que educarnos y educar a las futuras generaciones para que actúen según valores que tengan que ver con la integridad, la honestidad y la transparencia. Hay que diseñar instituciones y reglas que permitan fiscalizar para que no se produzcan estos problemas. Pero cuando la prevención no funciona o no alcanza, entonces tenemos que entrar en el ámbito represivo para evitar la impunidad. No puede ser que quienes cometen actos de corrupción estén caminando impunemente por la calle, como si no hubiera pasado nada. Eso es inadmisible.