Por: Ricardo Arturo Salgado Como suele ser común, Honduras es considerado como “el traspatio deltraspatio” de los Estados Unidos. La mayoría de los países del mundo, se molestan poco en ver lo que aquí sucede.
Las potencias colonialistas (Unión Europea, Japón, entre otros) han llegado con una cooperación destinada a fortalecer este papel de enano microscópico al que parece condenado este pequeño país. Por si esto fuera poco, la izquierda también ve de lejos a Honduras, quizá convencidos de que cualquier cosa aquí es ganancia; de esa manera somos noticia (por puros escándalos) y nunca novedad (excepto entre 2008 y 2011).
Sin embargo, esta parcela de tierra es manejada con pinzas desde Washington, a sabiendas de que son muy pocos los sobresaltos que en ella se producen, y aquellos que de vez en cuando surgen por las injusticias, la impunidad y la corrupción, son parte del esquema impuesto, nunca un problema. Después del Golpe de Estado Militar de 2009, un evento que todos quieren olvidar (como para seguir la tendencia de que es mejor echar la historia al cesto de la basura), Honduras ha sufrido una transformación drástica, tanto en su estructura económica como política, que merece un poco de análisis para entender lo que muy posiblemente se está fraguando en “algún lado” contra el pueblo hondureño y el latinoamericano.
Comencemos por la ya trillada historia de la reelección de Juan Hernández. Es clave aquí notar el asunto del lenguaje utilizado por los grandes medios, que han hecho un trabajo tenaz en darle a la reelección presidencial una connotación negativa (mientras ha convenido a los intereses de la clase dominante). De esta forma la oposición política en lugar de estar contra el continuismo de Hernandez, está convencido de que es natural e históricamente “anti-reeleccionista”. Esto no es casual, más bien es una vacuna del pentágono contra “inconvenientes” como los que ahora mismo se producen en toda América Latina.
La idea “anti-reelección” actúa como un agente inmovilizante de la clase media, que creció en medio de la tristemente célebre “alternabilidad” en el poder que permitió imponer regímenes bipartidistas en todo el continente luego de las dictaduras militares. Evidentemente, la sucesión constante de presidentes de un partido a otro ha servido bien a la continuidad neoliberal, así como para crear la ilusión de una democracia sólida. Sin embargo, en este país, el único que hasta ahora no se ha reelegido es el presidente; tenemos diputados y alcaldes que nacen, crecen, se reproducen y mueren en la administración pública, en cargos de elección “popular”; de hecho, muchos de ellos incluso trasladan sus posiciones, ejerciendo así una opción de título hereditario para sus descendientes (La sola familia de Juan Hernandez está presente en el Congreso Nacional desde 1990, y el mismo creció literalmente en los pasillos legislativos).
Ahora la reelección del presidente ha entrado en una nueva etapa; se encuentra en proceso de “limpieza”. La mal llamada “sociedad civil” no tiene opiniones sólidas al respecto, y poco a poco se inclinará por una opción para “perfeccionar la democracia”. Sin embargo, las condiciones para una relección de Juan Hernandez no son del todo favorables. Para comenzar, el proyecto continuista es una estrategia de la Seguridad Nacional de los Estados Unidos (a través del Southcom), no un plan del Partido Nacional, ni una locura del “desquiciado” presidente de Honduras.
Un problema evidente para la opción de la relección y continuismo de Hernández, es la inminente participación en ese proceso electoral del expresidente, José Manuel Zelaya Rosales, quien, a pesar de seis intensos años de resistir el asedio de la maquinaria de propaganda de la derecha hondureña, mantiene un importante nivel de aceptación entre los electores hondureños, quienes ven en él una figura anti sistémica. Esto se complica aún más, pues los más prominentes actores del sector de inteligencia de los Estados Unidos no confían para nada en Zelaya, por lo que, abrir la posibilidad de su retorno, les produce una aterradora sensación de que se “echaría a perder” el golpe asestado en 2009 a la Alianza Bolivariana para los Países de América, ALBA), con el derrocamiento de Zelaya y la posterior criminalización y persecución de sus más importantes seguidores, incluyendo a la ex canciller Patricia Isabel Rodas, figura claramente antiimperialista y revolucionaria en América Latina.
Así las cosas, se abre una opción diferente, que podría evitar el riesgoso camino de un proceso electoral: la elaboración de una nueva Constitución de la República, a partir de una Constituyente inventada y basada en el Congreso que actualmente controla el régimen mediante corruptelas, componendas, chantajes, sobornos, lavado de dinero y toda una gama de porquerías que posiblemente no seamos siquiera capaces de imaginar. Este escenario no es más que un nuevo Golpe de Estado, que busca terminar con el rosario de entuertos iniciados desde 2009, lo que, a todas luces, no puede augurar nada bueno.
Los remedios de la NSA y de la CIA tienden con frecuencia a ser más dolorosos y perniciosos que los “males” que quieren “curar”. El continuismo de Juan Hernandez es una operación cargada de problemas internos que han ido tratando de subsanar, habiendo tenido hasta ahora un éxito moderado, sobre todo a nivel mediático. Para comenzar, Hernández resulta ser un presidente impuesto con menos de 34% del electorado (sin considerar el fraude electoral, es un individuo claramente impopular), a pesar de que llego a elecciones en 2013 después cuatro años como presidente del Congreso Nacional.
Además, Hernández era el Jefe de Bancada del Partido Nacional en el Congreso que presidia el famoso Roberto Micheletti (el mismo que regaño a Miguel Insulza personalmente en una transmisión televisada a todo el mundo). Es decir, Hernández es parte del engranaje de aquel cuartelazo, no un inocente actor foráneo. Si, optamos por mantener la historia, en lugar de tirarla a la basura, todos estos personajes están tratando de remendar un “estado de derecho” que ellos mismos destruyeron.
Tanto en su gestión legislativa como en el ejercicio de la presidencia, Juan Orlando Hernández, ha sido muy obediente siguiendo las pautas del neoliberalismo. En el sector laboral provoco la precarización del trabajo y criminalizó la protesta; entregó los recursos naturales, violando los derechos de pueblos originarios y violando los derechos humanos. Destruyó todos los sectores gremiales, especialmente el magisterio, que hoy se encuentra arrinconado, viendo impávido como ha sido sojuzgado.
Básicamente quitó a los trabajadores todas sus conquistas e impuso el trabajo temporal y por horas. En pocas palabras se encargó de llevar la miseria y la incertidumbre a amplios sectores de trabajadores (ojo aquí, trabajadores de todos los sectores); les hizo creer en el “empleo” como una especie de premio divino a la individualidad para alcanzar el éxito y quitó el carácter social al trabajo. Al mismo tiempo, incremento las políticas de militarización de la sociedad que ha sido dirigida a la estigmatización, persecución y eliminación de los molestos remanentes de una población creciente que nunca volverá a tener la opción de “obtener un empleo”.
Resulta interesante la interrelación entre cada una de las partes, en una construcción política económica e ideológica que nada tiene que ver con los “políticos científicos” o “académicos” del Partido Nacional o sus hijos del Partido Liberal. Se le ha robado la autoestima y la dignidad a un gran sector de la población, al que irónicamente ahora “benefician” con bonos, bolsas solidarias, y otro material propagandístico que llaman “ayuda” y “justicia social”. Todo esto es neoliberalismo puro; el monetarismo que ha arrasado ya con otras naciones, y que vuelve a cobrar vida en otras.
El “Proyecto Hernández” pues, es un engendro de la Seguridad Nacional de Estados Unidos, como parte de su plan geoestratégico para el continente americano. Este incluye un plan continuista que se ha preparado a lo largo de los últimos seis años (al menos), con tal precisión que mucha de la gente que ha destruido sería la misma base de apoyo a sus aspiraciones; y nosotros cometemos tantas veces la ligereza de llamar a estos hermanos y hermanas “lumpen proletariado”.
Notemos como la política internacional de Hernández (desde Porfirio Lobo) ha sido de la mayor dualidad, estructurada con el fin de “erradicar” de la discusión continental el tema del golpe de estado de 2009, darle un ropaje de credibilidad al régimen hondureño (que como ya dijimos nunca cambió desde aquel año), y permitir a la derecha local un espacio de movilidad dentro de la integración latinoamericana. Increíblemente, Hernández, un furibundo anticomunista que se atrevió a condecorar a Fariñas y a María Corina Machado en el Congreso Nacional, aparece hoy como un “confiable” respaldo para Latinoamérica.
Es tan vil todo este asunto, que el vicepresidente hondureño, Ricardo Álvarez (cuyo anticomunismo solo es superado por su ignorancia) llegó a la cumbre de CELAC con un discurso “agresivo” que no dejo de llamar la atención de presidentes como Maduro y Correa. Lo que son las cosas, el trabajo imperialista a lo largo de nuestra historia ha rendido frutos, Álvarez en su discurso evocó a José Cecilio del Valle, no a Francisco Morazán, verdadero héroe unionista en Centroamérica, ese fue un hecho deliberado que se pasó por alto, y permitió que Álvarez en lugar de provocar a la audiencia ganara su aplauso.
La idea de aislar al pueblo hondureño desde afuera, también ha dado sus frutos. Muchos políticos e intelectuales del mundo, reclaman la falta absoluta de información sobre este país, aunque desde aquí seguramente se fraguan agresiones constantes contra diversos gobiernos progresistas de la región.
Como hemos visto, el proyecto continuista está en marcha, ha sido construido bajo la más feroz construcción neoliberal, para servir los propósitos de la seguridad nacional de los Estados Unidos en América Latina. La versión de una lucha electoral es solamente eventual y, como también mencionamos, presenta serios inconvenientes que terminarían por hacerla inviable. Ante esto, se presenta la opción de un nuevo golpe de estado, esta vez configurado constitucionalmente.
El año 2016, cargado por la virulencia de las acciones imperiales en todo el mundo, especialmente contra las democracias progresistas de nuestra América, trae consigo una inusual carga de inestabilidad en Honduras, que quizás pase desapercibida para la mayoría de nuestros pueblos, pero que tendrá una participación activa en la agenda geoestratégica imperial así como en el avance neoliberal o neoconservador.
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Me encanta desafiar el poder y escudriñar lo oculto para encender las luces en la oscuridad y mostrar la realidad. Desde ese escenario realizo el periodismo junto a un extraordinario equipo que conforma el medio de comunicación referente de Honduras para el mundo Ver todas las entradas