
Por: Breidy Hernández
Hoy, 24 de octubre, Día Internacional contra el Cambio Climático, Honduras se enfrenta a una crisis ambiental que ya no puede esperar. Las costas se encogen, los cultivos se pierden y las comunidades costeras sobreviven entre la erosión y la migración forzada, en un país considerado entre los más vulnerables del mundo ante los embates del calentamiento global
En Honduras los efectos del cambio climático ya no son una amenaza futura, son una realidad que se mide en metros de costa perdida, en familias desplazadas por la erosión y en comunidades que resisten en medio del abandono estatal. En localidades como Cedeño, en el sur del país, el mar ha avanzado con fuerza durante los últimos años, dejando casas bajo el agua y una playa convertida en una línea de escombros. Las olas se han llevado parte del territorio, pero también las oportunidades de quienes dependen del mar para sobrevivir.
Ante la pérdida de medios de vida, muchos jóvenes han emigrado en busca de ingresos, mientras otros permanecen anclados al borde de una costa que retrocede con cada marejada. En ese escenario, el cambio climático se traduce en un ciclo de vulnerabilidad y desplazamiento que golpea especialmente a las mujeres y la niñez.
PERDIDAS Y DAÑOS: ¿QUIÉN LOS PAGA?
Una de las principales líneas de debate internacional sobre esta crisis es el eje de pérdidas y daños, un concepto que reconoce los impactos irreversibles del cambio climático y la necesidad de compensación para los países más afectados. En mi proceso de formación profesional, este enfoque se ha convertido en un punto de interés fundamental. Gracias al taller de Climate Tracker, participé en un espacio sobre pérdidas y daños y hoy formo parte de los fellows – representando a Criterio.hn –que cubrirán la COP30 en Brasil, donde Honduras –uno de los países más vulnerables del mundo que enfrenta los impactos sin los recursos ni la atención que merece— deberá rendir cuentas sobre su papel en la respuesta global al cambio climático.
Esa misma preocupación guio mi participación en el taller de Connectas, del que surgió el especial “Migrantes del mar, el sol y la lluvia”, con el reportaje “Los expulsados por la erosión costera”. Este trabajo regional explora la relación entre el cambio climático, el desplazamiento forzado y la migración, evidenciando que el impacto ambiental se está convirtiendo en un motor silencioso de la migración en Centroamérica, en dónde aún no hay cifras de cuantas personas migran por causas climáticas.
El reportaje “Los expulsados por la erosión costera” retrata la realidad de Cedeño, una comunidad del sur de Honduras donde el mar ha avanzado de forma acelerada en los últimos años, devorando calles, viviendas y parte de la infraestructura local. A través de testimonios y observación en el terreno, el trabajo muestra cómo la erosión ha obligado a decenas de familias a desplazarse, mientras otras resisten aferradas a terrenos que cada marejada reduce. Este fenómeno, que mezcla causas naturales y la falta de planificación costera, evidencia cómo el cambio climático se traduce en una forma silenciosa de expulsión, donde la pobreza y la ausencia de respuestas estatales agravan los impactos de un mar que no deja de avanzar.
Otro de mis proyectos, “El mar se calienta, los peces huyen y los manglares desaparecen: la resistencia de las mujeres pescadoras de Honduras”, desarrollado junto a la Red Centroamericana de Periodistas y Oxfam. El trabajo documenta cómo el cambio climático ha alterado los ecosistemas y reducido la pesca, afectando la economía familiar de cientos de mujeres que dependen del mar para subsistir.
A través de sus historias, se revela la resiliencia de las pescadoras y marisqueras que, pese a la pérdida de especies y la destrucción de los manglares, continúan organizándose para proteger sus medios de vida y exigir medidas de adaptación.
IMPACTOS EXTREMOS Y RESPUESTAS INSUFICIENTES
Pese a que el país ha recibido fondos internacionales para la adaptación y mitigación climática, organizaciones ambientalistas advierten que esos recursos no llegan hasta las comunidades en la primera línea del impacto. En cambio, la respuesta estatal sigue siendo limitada, fragmentada y muchas veces politizada.
Estos casos apenas representan una muestra de la dimensión del impacto del cambio climático en Honduras, un país que además se enfrenta a desafíos recurrentes como prolongados periodos de sequía que arruinan las cosechas y épocas lluviosas que generan graves inundaciones en zonas rurales y urbanas.
La alternancia de eventos extremos se traduce no solo en pérdidas materiales y económicas, sino en una constante amenaza para la seguridad alimentaria, la salud pública y la estabilidad de miles de familias que viven diariamente entre la incertidumbre y la resistencia.
Honduras necesita una agenda climática, que no solo gestione proyectos, sino que proteja vidas y territorios. Y el periodismo puede y debe acompañar ese proceso, visibilizando a quienes hoy resisten frente al avance del mar, la pérdida de los bosques y la incertidumbre del futuro.
Contar el cambio climático desde el territorio no es solo un ejercicio informativo: es un compromiso con las voces que viven la crisis más allá de las cifras y los discursos internacionales.





