Por: Rodolfo Pastor Fasquelle
Primero los hechos: [1] La derecha internacional conspira contra los pueblos y gobiernos populares en América Latina, y no hay que hacerle el juego. Da pena ajena y un poco de risa la Derecha Bruta que -en Honduras- reacciona ufanándose, amenazante, de ser socia de la peruana dizque victoriosa. La OEA para nada es confiable y, en cambio, se puede contar con la omnipresencia corrosiva de la CIA en la desestabilización y los golpes. Pero… esa fórmula axiomática general no explica la calamidad política que vive Perú, menos orienta para interactuar ahí o para sacar nuestra moraleja consecuente.
Ora la historia. De casta inicua han salido, en nuestro turno, los presidentes peruanos que casi sin excepción fueron cuestionados: Alberto Fujimori que de prófugo internacional pasó a preso por corrupto y abusivo, aunque su partido fue clave para este golpe también. Recuerda el amigo Julio: Alejandro Toledo que camina con orden de extradición, Allan García que se pegó un tiro cuando fueron a detenerlo a su casa, Pedro Pablo Kuczinsky imputado ampliamente de corrupto, Martín Vizcarra, sucesor del anterior por unos meses, hasta que el Congreso lo condenó por incapacidad moral permanente (¿la hay temporal?) y Manuel Merino que solo duró unos días en la presidencia (que se cuide Dina).
Perú ha tenido siete presidentes, en cuatro casos, por dudosa Sucesión Presidencial, de seis distintos partidos, en los últimos seis años. Hace rato Perú padece ingobernabilidad terminal, producto de la degradación del sistema y la clase política y del modelo, que ha generado conflictividad social creciente: paros agrícolas, huelgas de médicos y maestros en ciudades, y en las minas. Pese a la campaña de medios feroz en su contra, el Profe Pedro Castillo Terrones (PC) fue democráticamente electo presidente a mediados del año pasado.[2] La venal legislatura peruana conspiró contra él desde antes de su investidura, y primero anunció su vacancia (destitución parlamentaria) antes que Castillo tomara posesión. Se demoró un año porque ocupaban dos tercios de votos y varios partidos quisieron –antes- negociar con Castillo posiciones, presupuestos y favores.
Como consecuencia nunca pudo formar el Profe un gobierno estable. Castillo había ganado la Presidencia por un estrecho margen. Y con la propuesta magna de una constituyente, necesaria, pero que requería apoyo popular masivo y consolidación parlamentaria. Recibía así un mandato para hacer algo que era imposible por definición. Un premio envenenado y una causa imposible. Muchos sectores, partidos y partiditos, casi privados, se alinearon luego con el propósito antidemocrático de destituirlo. La semana pasada, el Congreso se encaminaba a un golpe de estado, con acusaciones dudosas de una corrupción no probada, que no pudo haber cometido PC antes de gobernar, pero no hizo falta. Sin formación P.C.T. no tuvo visión de Estado, quiso gobernar como militante. Le falto consejo y conocimiento. Pero no cayó por izquierdista; tenía ínfima aprobación y antes de él, habían caído igual, por la misma causa, luego de meses de gestión fallida, Sagasti, Merino, Vizcarra y Kuczynski, del centro moderado o de franca derecha.
Y ahora cae Pedro Castillo es probable que injustamente -como Cristina- acusado de corrupto, por abusos de parientes y colaboradores. Aunque solo había una manera de demostrarlo: sometiéndose paradójicamente, en la cueva de los leones y ladrones, a un juicio político que hubiera estado súper vigilado. Eso hubiera sido heroico. Lo ético si no, era renunciar ya que no tenía salida del laberinto. Le ganaron el pulso, en un pestañeo, lo provocaron y lo hicieron caer en su propio embeleso.
No que tuvieran sus contrarios el favor del pueblo. Si ayer tenía -unos dicen un 5, otros 10% de aprobación- el Congreso Nacional de Perú, no tenía autoridad moral para perseguir al presidente Castillo; y ese órgano sufre, en mayor medida aún -por comparación con el nuestro- de falta total de credibilidad, representatividad, y sobra de corrupción. Maquinado por actores autónomos y hasta automáticos, de una clase política perversa, a la que le importa un bledo el sufrimiento que infiere a su pueblo, en el Congreso de Perú están representada una multitud de partidos y partiditos, que se fraccionan y recombinan, más allá de toda posibilidad de consenso. Pobre Perú, pobre.
Hay derecho a lamentar como hace AMLO; es triste la anarquía de El Perú y tonta la suposición de que lo acontecido resolvió no soluciona nada. Nada se ha acabado ahí. Tiene que preocuparnos a todos, la situación del Perú que es sintomática de la región. Podemos solidarizarnos con P. Castillo, claro que sí, sin caer en la trampa de justificarlo. Como personas, ciudadanos informados de América Latina, como partido popular incluso hermano del Partido de Castillo. No tenemos derecho a confundir los hechos y las fechas, a tergiversar la historia. El presidente Castillo no tenía apoyo político ni facultad legal, o atribuciones para levantarse ayer por la mañana y disolver a los demás poderes del estado, declarándose gobierno de excepción. Simplemente, no podía hacer eso. No era Inca ni Virrey. No tiene esa atribución un presidente en un orden republicano, en ninguna parte del mundo. Antes había renunciado Dina Boluarte y casi todos sus ministros renunciaron en masa minutos después de ese anuncio, salvo el más cercano primer ministro que le había aconsejado esa apuesta de globo sonda. Por lo tanto, hay que verlo a Castillo golpeado, como víctima de una ingobernabilidad sistémica, que intentó salir solo, a golpe partido, del timo que le pusieron y no pudo. Pero como estado, es incorrecto e impolítico afrentar la institucionalidad de Perú. Porque entonces Honduras se vería marginada de la comunidad que va a reconocer la legitimidad del gobierno de Dina Boluarte electa ayer también según ley; la reconocerán no solo la OEA si no también Celac, Unasur y NNUU.
Dina debe escuchar el clamor de la gente que echa de menos la democracia fracasada y también cuenta. Pero la reconocerán los países más grandes y evolucionados de América Latina, cuya clase política incluida la izquierda, entiende que no debe ideologizar o confundir los temas de estado. Lo roñoso que se ha hecho en Perú se hizo de acuerdo a las reglas, en el marco legal obligado y porque Castillo no tenía el apoyo político necesario.
Así lo entienden los gobiernos de Chile y Argentina, de Perú y Colombia, como ya anticipó el presidente electo de Brasil, Lula da Silva. Y solo porque lo acepta en esos términos puede México negociar un asilo. Porque los presidentes los eligen los pueblos para que resuelvan los problemas, implementen eficazmente sus programas, unificando a los países, por lo menos a las mayorías, en respaldo y para que integren la región. Quedan sueltas varias moralejas. Ha quedado evidenciado que el poder no es la presidencia y que, los líderes que quieren realmente gobernar, tienen que reconciliar, y reconstituirse como jefes de estado. En Perú ya está claro. ¿Podríamos estar a las puertas de un final para el presidencialismo histórico para América Latina en general? Se van aislando y marginando los presidentes autócratas y empoderando las legislaturas plurales.
Para Honduras la moraleja es múltiple. También aquí, se ha distraído el gobierno actuando a la defensiva, pestañeando frente a sus declarados enemigos, tratando de complacer la exigencia de intereses creados, a costa de la seguridad del estado. Aquí también tenemos en plena ebullición la conspiración legislativa corrupta que -por lógica- terminaría de nuevo neutralizando al ejecutivo. Xiomara tiene que superar la catástrofe de la Comunicación oficial, que sigue a la deriva entre los amigotes, y debe poner esa función pública en manos de profesionales, al servicio de una agenda principal: consolidar la imagen del gobierno y liderazgo personal de la presidenta, quien debe actuar como jefa de estado, comprometida con un proyecto, sin temor ante baladronadas y chantajes intransigentes.
También la presidenta Castro debe retomar sus compromisos de reformas rezagadas, en las que pudiera radicar la posibilidad de poner al pueblo de su lado y salvar el proyecto político de cambio, frente al acoso y la amenaza del bipartidismo y de la hegemonía, e impulsar la economía, Hay que hacerlo bien. Siguiendo las reglas. Pero ya.
Está claro, que las fuerzas oscuras no van a transigir. Urge la CICIH que pueda detener los resortes de la corrupción, enemiga. Luego de controlar el abuso patrimonial del Estado, la Presidenta Castro debe: a) apelar a los mejores aliados y a la unidad de PSH honesto, los Liberales lúcidos y los propios LIBRES, para detener -sin corrupción- la conspiración en su contra, b) abrir el país al mundo para neutralizar el alineamiento de intereses extranjeros en su contra, y procurar una inversión dinámica, directa y diversificada, mientras renegocia las obligaciones del país y para eso c) buscar el apoyo entre los gobiernos del Sur que, además de amistosos, están comprometidos con las libertades cívicas y los derechos humanos y de los pueblos y d) iniciar el proceso de reforma profunda para forjarnos un sistema electoral genuinamente abierto y democrático, eliminar privilegios, exenciones, monopolios y procurar y consolidar un Estado más eficaz y responsable.
[1] Desde su Independencia hasta nuestros días, 36 oficiales militares dominaron la presidencia de Perú, un país dividido socialmente en raza y castas contrapuestos y
[2] Como Candidato de Perú Libre, nueva Coalición de Izquierda y venció en esa buena lid, y con desventajas tanto al Partido Morado, fusión del bipartidismo azul y colorado, y al partido advenedizo (outsider) de los Fujimori
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas