Por: Irma Becerra*
El periodismo no es una simple profesión más sino una ciencia que tiene repercusiones para la historia humana porque consiste en el trabajo de informar y comunicar la verdad para descubrir y proteger sus determinaciones universales más relevantes. Esas determinaciones de la verdad al servicio de la ciudadanía son las siguientes:
Primero:
Nada malo se puede ocultar, ignorar o encubrir.
Segundo:
Siempre sale a la luz lo que está mal, lo que es incorrecto o lo que es inmoral e injusto.
Tercero:
Las calumnias o la degradación de alguien bueno no se quedan sin justicia para el calumniador
Cuarto:
La mentira es siempre menos favorecedora del Bien que la verdad y se descubre tarde o temprano.
Quinto:
La verdad siempre prevalece en la historia por encima de la mentira porque la verdad implica que resplandezca la luz necesaria de la vida consciente que enfrenta y afronta la realidad sin manipular a ésta última o destruirla.
Es así, entonces, que de lo anterior se deriva que el sentido y la función del periodismo es universal para la consecución civilizada de la historia y su moralidad y civilidad, por lo que dicho sentido y dicha función son impedir que las épocas históricas se denominen falsamente como épocas que se pueden saltar la verdad o que están cómodamente más allá de la verdad, como se ha dado en llamar a la época que vivimos en nuestro tiempo: se dice que vivimos “la era de la posverdad”, o, en otras palabras, la era de la mentira total galopante e indetenible que ya no necesita de ninguna justificación y a la que los medios de comunicación se pliegan sin remedio.
Pero resulta que ante esto, la historia como proceso infinito de evolución de la verdad humanizadora del hombre y la mujer en su conjunto, se rebela (porque es un proceso sujeto a leyes de libertad y determinación simultáneas y no solo de liberalidad) a los falsos y cínicos propósitos de convertirla en una mentira absoluta que ya no nos posibilite distinguir entre realidad y ficción y en la que ya todo esté permitido. Aquellos individuos que, por carecer de compromisos éticos serios y relevantes, aplauden el “sueño” de encontrarse por encima de toda valoración moral legítima, o por encima de toda ley y regulación que ordena la sociedad y la vida en base a principios universales humanistas, tarde o temprano terminan siendo víctimas de su propio cinismo e indiferencia de un relativismo amoral absolutista y fracasan en la vida. Ello, porque tanto las ciencias como las profesiones tienen una función social universalizadora en la que todo está conectado, por lo que la conducta individual siempre tiene consecuencias, buenas y malas, según sea el comportamiento, los pensamientos, las acciones y los propósitos e intereses ocultos de la persona.
En un mundo tan interconectado e interrelacionado socialmente como el nuestro, todas las conductas individuales son sometidas a examen y escrutinio, y son inevitablemente relacionales, es decir, tienen efectos positivos y negativos sobre los demás, aunque en esa interrelación los efectos positivos de una persona que siempre actúa en base al Bien Común, sean siempre en definitiva consecuentes con las convicciones que elevan a los demás y no con las que los denigran ni anulan, por lo que éstos efectos y estas consecuencias son siempre las más importantes y exitosas.
La esencia, el sentido y la función de la ciencia del periodismo para la historia es la determinación del proceso auténtico de democratización de la misma, lo que quiere decir por ello lograr esa relacionalidad de los efectos y consecuencias positivos para darles una voz que pueda ser escuchada a los ciudadanos y a las personas en la lucha contra la sumisión, la impunidad y el autoritarismo que puedan concretizarse falsamente en una realidad que está actuando de manera antisocial contra sus integrantes y miembros. Eso significa, que el periodismo tiene el deber histórico de ayudar a que los ciudadanos se motiven a ayudarse unos a otros para ejercer las iniciativas ciudadanas que les ayuden a enfrentar situaciones de abuso de poder, narcotráfico y corrupción política y económica, o sea si los ciudadanos se enfrentan a una situación generalizada de pérdida de la función de cohesión social que es el fundamento de su unidad para poder ser productivos y creativos a pesar de sus diferencias, desigualdades y divergencias.
En este sentido, la función y la esencia de la ciencia de la información y comunicación de la verdad para que prevalezca la autenticidad en la historia, no pueden ser, sobre todo en una dictadura, más que las de descubrir y proteger la verdad para que los ciudadanos se percaten del crimen de lesa humanidad que significa la violación de sus derechos, especialmente los derechos civiles y sociales porque no pueden ejercer la libertad positiva de salir adelante y progresar. En esto consiste precisamente la Ética del Periodista: la defensa y protección relacional de la verdad como función comunicadora de lo social en la historia en tanto determinante concreta de lo que más nos mantiene fuertes y no nos doblega ante los obstáculos y acontecimientos.
Para ejercer dicha función los periodistas deben por eso unirse a la población y basar su trabajo en alianza con la iniciativa ciudadana, porque si no se protegen a sí mismos, corren el riesgo de aislarse y ser asesinados por los regímenes opresores que no respetan la vida. Los periodistas deben, igual que el resto de las profesiones, buscar el escudo protector del pueblo y trabajar en conjunto a la población que es la que puede orientarlos, guiarlos y formarlos en su impulso creativo para, de ese modo, desde un trabajo en conjunto impulsar la creatividad pacífica y firme ciudadana que frena el abuso de poder. De ahí, que, según señala Juan Carlos Suárez Villegas, el periodista hoy se convierte en un centinela, guardián y vigilante de los intereses de la ciudadanía frente a las injusticias sociales, la situación de indefensión y la impunidad que intentan ineludiblemente corromper a una sociedad, por lo que deben dejarse a su vez vigilar y guardar por la población ciudadana porque ¿quién vigila al vigilante?, pues, sencillamente la presión ciudadana organizada.
Por tanto, son actuales aún las palabras expresadas por José Martí cuando dijo que “solo quien sabe de periodismo, y de lo costoso del desinterés, puede estimar de veras la energía, la tenacidad, los sacrificios, la prudencia, la fuerza de carácter que revela la aparición de un diario honrado y libre”. Son estos, entonces, los primeros y últimos fundamentos para una Ética Ciudadana del Periodismo del Siglo XXI en tiempos en que, en nuestro país, muchos periodistas y profesionales son baleados, amenazados de muerte o incluso, asesinados por defender la verdad. Protejamos a los profesionales que arriesgan su vida y marchemos unidos hacia la defensa de la función social de las verdaderas asociaciones humanas, porque solo ésta última es la que garantiza que las personas no solo piensen en sí mismas sino también en beneficio de toda la colectividad. Para crear historia funcional y no para generar intereses disfuncionales de la Humanidad.
*Irma Becerra es Licenciada en Filosofía por la Universidad Humboldt de Berlín y Doctora en Filosofía por la Westfälische Wilhelms Universität de Münster, Alemania. Es escritora, catedrática universitaria y conferencista. Ha escrito numerosos libros y ensayos sobre temas de política, filosofía y sociología.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas