Ni la renuncia de Arbenz ni mucho menos la de Evo sirvieron para evitar ―según soñaron ambos― el
derramamiento de sangre
Por: Mario Roberto Morales
Los pueblos de América Latina están siendo protagonistas de una lucha antineoliberal que jamás se había visto en la historia de nuestro Continente. Chile y Bolivia son los principales escenarios de las movilizaciones más contundentes que las derechas fascistas hayan podido imaginar. Nuestra América se ha tornado por ello en el principal teatro de operaciones de la guerra popular contra el neoliberalismo, pues en ninguna otra parte vemos a las masas ― primero espontánea y luego organizadamente― movilizadas por la desesperación, tomar las calles, las plazas y los caminos rumbo a los centros simbólicos de poder y desafiar de frente a los ejércitos oligárquicos.
Si el caso de Chile es emblemático por ser la cuna del espejismo neoliberal de un “milagro económico” que lo fue sólo para las élites, el caso de Bolivia lo es más en tanto que aquí el fascismo se ha desembozado como una ideología racista que masacra sin ambages a los pueblos originarios de ese país con la anuencia “legal” del gobierno golpista y usurpador, usando a la parte del ejército y la policía que se vendió a la oligarquía local y a las transnacionales que buscan apropiarse de los mayores yacimientos mundiales de litio, ubicados en territorio boliviano.
Si bien es cierto que Evo no pareció entender la lección amarga de la Guatemala de Arbenz, tan bien comprendida por el Che y tan rotundamente asumida por Fidel ―en cuanto a que una revolución jamás debe dejar intactas a las fuerzas armadas, sino que debe destruir el viejo ejército para fundar uno propio―, sí comprendió que para convertir a los pobres en clase media, debía centralizar en el Estado la inversión estratégica en productividad física, y por eso Bolivia era el país con mayores índices de desarrollo material y espiritual en América Latina hasta antes del golpe. Por desgracia, la dura lección de Arbenz se ha perfilado hoy más vigente que nunca en vista del caso boliviano, en donde, como en la Guatemala de 1954, ni la renuncia de Arbenz ni mucho menos la de Evo sirvieron para evitar ―según soñaron ambos― el derramamiento de sangre.
Ahora, en Bolivia, el fascismo quema libros, enarbola biblias en nombre de las que pisotea los símbolos de los pueblos originarios y masacra indios. Todo, para entregar los recursos naturales a las transnacionales y para que la oligarquía local se guarde una tajada del pastel. Los 30 mil libros quemados de la biblioteca de Álvaro García Linera y el saqueo de su casa, así como el de la casa de Evo y el de las de sus familiares, es una muestra de lo que la ideología fascista hace para imponer su concepto único de dios, de patria y de libertad.
¿Es eso lo que nos espera a todos? Sólo la capacidad de organización, ¡formación política! y movilización de los pueblos (originarios o no) lo dirá.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas