Ensayo: CICIH o el nuevo intervencionismo estadounidense en el “patio trasero”

CICIH

Por: Redacción CRITERIO

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Tegucigalpa. La renuncia, enjuiciamiento y cárcel para el expresidente de Guatemala, Otto Pérez Molina, se escuchó estruendoso en una región donde la impunidad es norma.

Escuchar el nombre de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), con el patrocinio de Naciones Unidas, es hasta “temeroso” para mafiosos que encontraron en el Estado el botín perfecto, al que pueden acceder, con sólo el respaldo de masas ignorantes, que hacen trueque con el hambre por un par de bolsas con comida por podrirse y unos 2.50 dólares para saciar el hambre.

Resulta hasta ilusorio para un pueblo, en este caso, el hondureño, que ha venido reclamando justicia en una región donde ser político es igual a ser mafioso o como se quiera ver, contar con una Comisión Antimafias todopoderosa, que destrabe redes criminales aupadas por oligarcas o que se usa al Estado como sucursal bancaria o una inagotable chequera para acceder a multimillonarios recursos que salen del lomo de cada contribuyente.

O, en el más ruin de los casos, que sea para engordar la faltriquera de los que gobiernan; la chapina Superintendencia de Administración Tributaria (SAT) o el Instituto Hondureño de Seguridad Social (IHSS), son los dos mejores ejemplos del raterismo político que se aplica a gran escala en el Triángulo Norte de Centroamérica.  

Estalló el júbilo en Guatemala cuando Pérez –acosado por la presión popular con poca conciencia de clase, la oportunista y traicionera cúpula empresarial, apoyadas por la embajada de EEUU–, dimitió a la medianoche, como el tradicional cobarde que huye en la oscuridad para no dejar rastro de su crimen.

Las gentes salieron a las calles en un presunto patriotismo por haber echado a la calle y a la cárcel al militar que prometió combatir la corrupción…días después, cometían el más grave retroceso: eligieron a un ultraconservador, vestido de cómico, apoyado por militares que cometieron el peor genocidio en la guerra civil (1960-1996), que se opone al avance de los derechos sociales, que ofrece combatir la corrupción –como lo hizo el prisionero general Pérez–, pero negando la matanza de indígenas.

La escritora feminista Ilka Oliva Corado, en una opinión, deja en evidencia su frustración y plasma: ¿Entones para qué tantas manifestaciones en las plazas los sábados de parrandas patrias? ¿Entonces para qué darse golpes de pecho si al final vinieron a morir con otro ojete como Otto Pérez Molina? Que el tipo no sea militar no le quita que se preste a representar la corrupción y la impunidad de un sistema ultraconservador.

Cualquiera que niegue el Genocidio es tan o peor que los mismos genocidas que lo perpetraron. Porque no hay nada tan cruel como solapar con el silencio y la negación de los hechos.

¿Qué futuro le espera a Guatemala con estos dos presidenciables que van a segunda vuelta? Por un lado Sandra Torres y por el otro Jimmy Morales, los dos son idénticos, votar por uno o por otro es lo mismo, los dos manejan el mismo plan de trabajo, los dos le apuestan a la corrupción, a la impunidad, al saqueo. Cualquiera de los dos que quede como presidente seguirá hundiendo más a Guatemala.

Esta explicación no se plantea en el aire; bien dice un refrán popular que “no hay comida gratis”, sino, el propio comisionado jefe de la CICIG, el colombiano Iván Velásquez –quien fuera perseguido por el neofascista de Uribe y sus bandas paramilitares–, le confesaba al destacado periodista de Telesur, Jorge Gestoso, que “recibían fondos occidentales”, o sea, plata de EEUU, Unión Europea, Suiza y otros para mantener el programa de la ONU, creado hace casi una década y que Pérez quiso desmontarla, para no ser sujeto de investigación que hoy lo tiene como otro reo más –con privilegios– en el sistema penal guatemalteco.

Mientras tanto, en Honduras, donde la justicia y el Estado se volvieron personalistas, se aboga por un híbrido (CICIH y SIHCIC), que esté supeditado al antojo del secretario general de la OEA, Luis Almagro que, de concretarse, sería el mejor hito político de Juan Hernández, que combate con todo lo que tenga al alcance, para no tener a la Comisión Antimafias respirándole el cuello, contándole cada costilla y auditando cada acto de corrupción en el que está involucrado su inner circle conforme a revelaciones de David Romero.

En contracorriente, la masa grita cada viernes o fin de semana en el interior de Honduras –con o sin conciencia– “¡queremos la CICIH!”. La ven como la panacea (por ahora y en las actuales circunstancias, lo es) a la crisis estructural de la justicia que tiene en su haber casi 200 mil casos sin resolverse o, qué decir del Ministerio Público, que se quedó con la cifra que daba el exfiscal Luis Rubí que sólo 20 de cada 100 casos son resueltos. No quieren diálogo con el presidente Hernández si no autoriza la Comisión.

Se fue maldiciendo a la oposición el tristemente chileno John Biehl del Río, el mismo que dilató la restitución de Zelaya en la presidencia; acusó a Mel de “creerse el dueño de los Indignados”…se fue de Honduras con unas gruesas gafas negras y con palabras audibles, como haciendo un esfuerzo por articularlas para que resultaran comprensibles.

Se vería hasta correcto y perfecto que la lucha anticorrupción en el norte de Centroamérica diera frutos, pero hay un factor que comienza a descubrirse y no sorprende, tampoco debería resultar extraño: la “mano invisible” de la diplomacia estadounidense. ¡Exacto! EEUU ha encontrado la bandera para seguir interviniendo en los asuntos internos de cada país. Esta vez, usando la bandera de lucha contra la corrupción.

Debemos citar para comprender este análisis un editorial del periódico El Libertador, quien afirma que la imposición de un laboratorio del Pentágono para medir la reacción social, que se aplica la anticorrupción como punta de lanza para seguir con su intervención.

En últimas líneas, quieren imponer la “Pax Americana” a cualquier costo.

Ellos saben que mienten y nosotros debemos saber que a ellos no les importa si nosotros como sociedad caemos o no en su farsa. Honduras es hoy un laboratorio ideológico del Pentágono, se afina un modelo de dictadura y se mide la reacción social.  

Los ratones deberían saber que después de la fiesta del queso sigue el sacrificio; bueno sería recuerden cuantos expresidentes endulzados en maldad por EE.UU. mas tardaron en entregar la banda presidencial para salir del tribunal a un avión que los llevó directo a la cárcel; algunos cuando ya eran insalvables fueron tirados a las aguas violentas”, reza la postura del impreso.

Y así, se configura un nuevo panorama –dirigido por outsiders que van levantando perfil para posicionarse, tomar posturas críticas, pero sin propuestas que impliquen cambios estructurales–, otra vez, cambiar para que nada cambie. Que el status quo siga impermeable.

Veamos la postura de los dirigentes de los indignados –jóvenes entusiastas, hasta cierto punto, inocentes, pero carecen de planteamientos concretos para cambiar las estructuras, relaciones de poder, las relaciones de la sociedad frente al Estado, entre otras–, que hasta ahora, tienen en su mente la CICIH, como el cielo a tocar; se resisten ir más allá de marchas o cualquier forma de protesta, ya sea por la tradicional indolencia del gobierno ultraconservador de Hernández o por otras que ellos, a solas con su conciencia, sabrán.

En tanto, la nueva oposición surgida con la resistencia al golpe militar de 2009, ha visto apocado su capacidad de convocatoria, hasta han sido absorbidos por el entusiasmo indignado –que no debe ser malo–, sino por el silenciamiento de su propuesta de refundar el Estado a través de la Asamblea Constituyente.

Se nota la frustración por haber perdido las elecciones de 2013, cuando denunciaron fraude, supuestamente perpetrado por el actual gobernante, porque se ha ido reduciendo el poder de convocatoria; la marcha paralela del 15 de septiembre es un indicador que, a vista de un político con buen nervio, lo alarmaría y echaría andar su maquinaria para mantener vigente una agrupación histórica que marcó el rumbo de Honduras que, hasta antes del 29 de junio de 2009, no había un legítimo representante de la indignación y marcó el punto de no retorno de la protesta social, altamente atacada y diezmada por un régimen que aspira a un proyecto –más que personalista– que busca profundizar el neoliberalismo.

Debe quedar claro que no es oponerse a la CICIH por mero antojo. No. Es tomar conciencia que esta iniciativa puede ser el caballo de Troya para que el mal llamado “patio trasero” siga siendo controlado. De hecho, la llamada sociedad civil, en este caso, la mexicana propone una Comisión Internacional Contra la Impunidad en México (CICIM), siguiendo la moda y, por qué no decirlo, las líneas del consejero de la diplomacia estadounidense, Thomas Shannon, que pidió a Honduras y El Salvador que imitaran el ejemplo guatemalteco.

En un país de leyes, se debería mandar a la cárcel a los que roban el erario (Israel apresó al corrupto Ehud Olmert y Alemania castigó a Christian Wulff); en Honduras es sueño, aun con los escándalos provocados en las dos administraciones nacionalistas que superan con creces a gobiernos y dictaduras que han controlado Honduras.

Es cierto, se requiere de una Comisión Antimafias, al final, es un “mal necesario”; pero no nos deberíamos conformar con una muleta para un diabético Poder Judicial, se necesita de una nueva Constitución Política que redefina al Estado en su verdadera concepción. Ese es el camino a seguir.     

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