Por: Rodolfo Pastor Fasquelle
a Rosemary y Russel
Foto de portada: Claudia Morales/Pinterest
También el mesoamericano antiguo entendía que había un agua de muerte y plasmaba -en términos de terror mítico- la efigie del monstruo celestial que la vomita sobre la tierra. Pero el agua abrumadora que -hoy 16 de noviembre de 2020- pareciera maldecirlo fue, en la época precolombina, bendición del Valle de Sula. Talismán que acaso asombró a su descubridor original, con que sus primeros pobladores pudieron sentirse devueltos al seno materno, una garantía de abundancia, la perfecta imagen del Tlalocan (Paraíso de agua) o quizás un mito más antiguo sobre la entraña de La Montaña Florida. Había entonces más agua en el Valle de Sula de la que es fácil imaginar incluso ahorita que está lleno. Por eso, se ha especulado que Sula pudo significar abundancia de agua.
El escurrimiento de las cuencas altas bajaba por los cauces actuales del Ulua y el Chamelecon, pero cerca de la punta Sur, en la zona alta del Valle que hoy llamamos Tibombo, al Norte de La Lima confluían los afluentes para formar un solo gran río, el Balahama. Y también en tiempos antiguos, los desbordamientos de esos cauces mataban gente, a la cual, excavando, se encuentra, arrastrada por crecientes súbita. Pero el Valle y continuó poblado por más de tres milenios. Y en el sentido antiguo, era rico. Sustentaba una cultura propia que evolucionó desde modestos orígenes olmecoides hasta tener identidad propia desde el horizonte formativo. Un mundo ligado al tol en el Este y a su pariente lenca en el interior montañoso. Como con el mundo maya, que impactó aquí con sus vicisitudes, desde la erección de Copán del s. V hasta la resurrección posclásica de Yucatán.
Los Arqueólogos -pero Rosemary Joyce antes y primero- también nos enseñaron que, en la más remota antigüedad, hace unos cuatro mil años, tan antiguamente dice Joyce como en cualquier lado del Continente, el Valle de Sula estaba ya habitado con un patrón disperso, con pocos centros de población modestos como Puerto Escondido. Mostraron que más tarde, a inicios de nuestra era, su población creció y se revolvió en torno a una decena de sitios más elevados, con espacios ceremoniales, canchas de pelota, templetes, estelas y altares lisos (como hoy puedes ver en Curruste) aunque la mayoría fueron borrados por los tractores agrícolas.
Había, asimismo, en las orillas del piedemonte, aldeas dispersas bañadas por pequeños ríos que descendían del Merendón y que se repartían de ordinario ¿o eran repartidos? en una multiplicidad de cauces para conducir el agua a las viviendas dispersas y a las milpas, en esa zona. Ahí, hay evidencia asimismo de construcción de reservorios o lagunitas, quizás para conservar agua limpia donde no había nacientes, cuando las lluvias revolcaban los cauces. (Tengo a la vista restos de ese sistema.) Aunque también pudieron servir esas piletas para cultivar tubérculos harinosos y otros aromáticos, con que se podía hacer chicha como la zarzaparrilla, natural del pantano y acaso berros, jutes que no se llevara la corriente, ranacuajos y alimañas innumerables a las que, con el hambre, nunca abstracta, le habían cobrado afición los nativos.
Entre esas orillas y los núcleos, explica R. Joyce, poblaba el valle un archipiélago de islotes artificiales, las llamadas plataformas. Estructuras levantadas en la parte más expuesta del suelo aluvial, a las márgenes del gran Río y sus afluentes. Plataformas pues de dos metros o más de altura, construidas en medio de la gran expansión aluvial, de las que aún se conservan algunas pocas, entre la Lima y Progreso.
Esos islotes porta refugios, eran levantados, en tiempo de secano, con tierra apisonada y amalgamada, con intensa mano de obra del clan familiar extenso. En la época de lluvia cada año, los cauces se rebalsaban, y extendían sus aguas -como en cualquier selva tropical lluviosa no perturbada- mansamente. Y quedaban las superficies de estos islotes por encima de la inundación, apenas quizás en tiempos de huracán. Y sobre estos pisos se construían las residencias temporales, de bajareque y palma. Para distintos núcleos familiares o generaciones convivientes. Que compartían -en el centro- un fuego custodiado y talleres, espacios de trabajo, para cocina y producción de artesanía utilitaria, absorta con su propio estilo, en la vivaz representación amorosa de la naturaleza.
Era un sistema hidráulico genial, que yo sepa único, que dejaba pasar –aprovechando- la llena. Diseñado para optimizar el uso de los recursos disponibles. Parecido a otros sistemas de manejo de tierras húmedas de los mayas y los zoques. Aunque la economía autárquica de los islotes quizás no requería del mismo control social y jerarquía. Las fronteras eran fluidas, y quizás ¿se podían desplazar entre centros alternos, que tendrían que competir por ellos?
Mientras duraba -varios meses- la inundación anual, los “vallesuleños” navegaban el agua mansa en canoas. Y como queda claro por los basureros de huesos y espinas en las plataformas, aprovechaban la flora y fauna acuática, cuasi lacustre para alimentarse con sus escasas reservas de grano y tubérculo.
Y al bajar las aguas, alrededor del islote construido, absolutamente propio, como marcador, aquellos primeros cultivadores usufructuaban la tierra -fertilizada por la llena- para el cultivo de granos (un maíz adaptado) y otros cultivos de ciclo corto. Mientras en el soto elevado, que sobresalía entre el río y el llano inundado, cultivaban el poco exigente y delicioso, más tarde se dirá que el mejor, cacao del mono, de abundante cosecha. Del que extraían además del grano amargo, la dulce pulpa blanca para fermentar en chicha, ¿y quizás la pulpa de la cáscara molida, masa para mezclar? Este sistema de poblamiento y explotación no resistió el embate, quizá más destructivo por difícil y prolongado de la conquista española, que redujo la población.
- Cortés había conquistado México en dos años. En 1524 mandó a Honduras dos ejércitos (el de Olid, el de Las Casas) y en su viaje malhadado del año siguiente, trajo consigo otro ejército, ya muy desbaratado al llegar, luego de cruzar los valles aluviales de Tabasco y El Petén. Y los amalgamó a esos ejércitos con la expedición que encontró en Trujillo. Pero esos ejércitos españoles no pudieron dominar el Valle de Sula hasta que en 1537 arribó el de Montejo ¡doce años después! Y en gran parte eso se debió a que su principal arma, la caballería era perfectamente inútil en el valle inundado.
¡Sesenta leguas de cacaotal a ambas márgenes del río! Escribía pretendidamente asombrado, al Rey, Cristóbal de Pedraza quien llegó como Protector y llegó a ser primer Obispo de Honduras. Cuando el Valle era Honduras, y San Pedro 1538 a 1545, su capital, modestísima de construcción, pero rica en oro de placer y en cacao, el primer tesoro colonial.
Un par de relatos de ese tiempo indican que el Río Balahama, muy poblado de cocodrilos, se conectaba en aquel entonces con Jucutuma y Ticamaya, que eran sus remansos permanentes. Y que era navegable para las carabelas de modesto calado, que transportaron y abastecían a los conquistadores hasta esos lagos, rodeados de asentamientos, y eso, hasta 1536, ¡los cacaotales patrimoniales de Cicumba! A quien varias fuentes designan como el Señor único del Valle. Aunque se habla de cabeceras, digamos, una cincuentena de circunscripciones, que luego de la batalla de 1536, Alvarado encomienda entre sus favoritos. Consumado es.
Para entender esa época, hay que imaginarse esas carabelas -que también debieron asombrar a los nativos, acostumbrados a naves más chicas, de un solo tronco- ancladas tranquilamente en Ticamaya. Donde debían de cargar agua limpia, algún alimento, fruta y rarezas, especies exóticas como la zarzaparrilla, y otras sustancias medicinales, la cañafístula.
En una larga batalla centenaria, que ha descrito con rico detalle Russel Sheptak a lo largo de los siglos XVI y XVII, las nuevas aldeas indígenas, se desplazaban con sus cacaotales sobre el Valle, teóricamente huyendo de los piratas pero también claramente de los ganados y de los mismos españoles abusivos, de todas las condiciones… que les iban quitando terreno. A fines del siglo XVII, Sheptak puede documentar todavía casi una decena de esos asentamientos móviles. Y describe su lucha legal y su situación ante el acoso.
Luego de la construcción y entrada en funciones de la nueva fortaleza de San Fernando de Omoa, 1785 San Pedro Sula volvió a ser una población con ocupación y destino, Concretamente con la función de embodegar antes del avistamiento de las naves, la mercadería que se exportaría y -antes de su reparto para remisión a distintos destinos en el interior- la mercadería importada. Así como la obligación de proveer de alimentos a los navíos españoles. Era un puerto interno.
A fines del siglo XVIII, los asentamientos de los nativos casi desaparecieron o se ralearon, mientras que el valle acomodaba a importantes ganaderías itinerantes. Visitaban los ríos también las naves de los estadounidenses que buscaban entonces ya más bien el chito (en vez del boucan) la carne de res salada y asoleada de las matanzas de ganado, que el criollo llegará a considerar una exquisitez. Pero para esos compradores foráneos eran proteína barata para alimentación de esclavos, el chito.
Pero también la zarza, cuya producción y acopio era aún la vocación de los sampedranos en la época de la Independencia (gesta de que participaron poco y quizás entendieron aún menos). (¿Quién le hace caso al rey?) Y seguían siendo su patrimonio a mediados del s XIX y hasta los 1860s. Todavía entonces la parte baja del Valle era pantanosa y estaba casi despoblada. Quedaban quizás tres aldeas de nativos que parecían deambular por el Valle.
El Carmen San Pedro Sula 17-11-2020
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas
2 respuestas
Excelente aporte a la educación a las generaciones actuales, que han perdido toda identidad y desconocimiento de su país, la historia se repetira, perdidas de seres humanos lo más lamentable, todo por qué las autoridades actuales en todo sentido no respetan los logros y experiencias de nuestros antepasados de nuestros ancianos de nuestros mallores.
Excelente escrito, sobre el valle de sula y la situación actual que atraviesa lo cual es un fenómeno cíclico repetitivo, y que fueron las compañias bananeras las que canalizaron el valle de sula y lo volvieron productivo y que irresponsabllemente se construyen viviendas a ras de suelo, lo cual es una tragedia anunciada. Por eso los precolombinos se establecieron en zonas altas como curruste, Ticamaya, la sabana San Manuel, etc. Parece que ellos eran mas precavidos que los habitantes de siglo xxI