La batalla por la justicia

El Hondureño frente a los vientos  de guerra

Por: Rodolfo Pastor Fasquelle

Hoy día, hay guerra abierta en Medio Oriente y de atrición en Ucrania, peligro de guerra táctica en el Mar del Sur de China y el Indo-Pacífico. Honduras, dije hace una quincena al Presidente Yoon Suk Yeol -cuando recibió mis credenciales- es muy pequeña, pobre y débil para prevalecer en el orden mundial, pero ama la paz como Corea. No puedo imaginar una circunstancia en la cual Corea buscaría la guerra, y Honduras no ha marchado a la guerra desde que salió Morazán en 1829 a restaurar el orden federal en Guatemala, donde su usurpador nos quiso avasallar, hace casi 200 años.[1]

Pero las guerras han sido la constante de la historia humana; más bien es excepcional el estado de paz que vivió nuestra generación en Occidente. Sin perder de vista (ojo, que no solo los medios virtuales, la industria de la información en general nos provoca esa elusión óptica) que, en la actualidad alrededor del mundo, hay una treintena de conflictos bélicos agudos, sin hablar de otros endémicos como en Haití o aquí. [2] Y el conflicto en Medio Oriente a la luz de la literatura parece centenario e irresoluble. De tal forma que sabemos mucho acerca de la guerra: sabemos desde hace siglos que la primera víctima de su violencia es la verdad, que se tropieza con la razón objetiva en la falta de información fidedigna ya que, después de la agresión inmemorial, que se desdibuja en el tiempo, la confrontación letal siempre deriva en deshumanización, calamidad, estupidez y barbarie.

Por eso he mencionado en otra página semejante -hace varios meses- que los sabios y creadores, constructores de la civilización siempre fueron pacifistas, que es algo más que pacífico o solidario con una de las víctimas. Me complace que muchos amigos hondureños expresen hoy una conclusión semejante.[3] Y me obligo otra vez a reflexionar sobre lo que ocurre en Palestina, según el mejor relato periodístico. El New York Times cubre la grotesca degradación del lance sin prejuicio. 

Los líderes de Hamas declaran que Israel es un estado fascista que se propone el exterminio de la nación Palestina, a la que por lo menos es cierto que no se ha querido reconocer el derecho que la obligaría a ser vecina responsable. Pero nunca es un problema jurídico. Israel es un estado igual de legítimo que cualquier otro, que no es mucho decir, obligado por su constitución a garantizar la seguridad de sus residentes. No hay forma de definir con rigor responsabilidades y consecuencias; el relato anudado con sangre es inextricable desde el primer estallido.

En la guerra, la saña y la barbarie no están, nunca, de un solo lado de la trinchera. Nuestra solidaridad se debe extender a todos los  inocentes. No se puede defender legítimamente, en terceros países, los derechos humanos e ignorar el apartheid que la ONU ha condenado a Palestina.  No tenían culpa de ello ni de las maquinaciones expansionistas y la política de Netanyahu, las víctimas del 7 de Octubre, tan inocentes como las de los bombardeos en Gaza; y mientras los gobernantes israelíes alegan que están en guerra contra animales, los líderes de Hamás, igual de sanguinolentos, aseguran combatir el racismo imperialista cuando, después de asesinar a mansalva a judíos por ser judíos, torturan a rehenes inocentes. Y en cuanto a la guerra concierne, lo más importante no es elucubrar su justeza o geoestrategia trascendente, lo advertía Gandhi; sino prevenir que nos arrastre a tomar partido entre las bestias y sancionar a cualquiera de ellas. Entendidos de que los inocentes son los pueblos.

El mayor peligro en todo caso, el que impulsa la exigencia universal de cese al fuego en una ONU casi atónica es un desbordamiento potencial de la guerra, que degrade el contexto que ya es una nueva guerra fría a la vista. No hay que perder de vista la tragedia en Palestina, pero lo que aún podemos evitar es vernos arrastrados a una guerra global, quizás nuclear y que tendría consecuencias devastadoras para la humanidad entera.

Constrúyase o no el Corredor  Interoceánico, Honduras y su vecindario seguirán siendo paso estratégico de un océano a otro. Y por lo tanto en una guerra mundial, un blanco estratégico que nunca ha sido en el pasado. Queremos seguir siendo amigos de Estados Unidos (falta que los Estados Unidos sean amigos), socios y colaboradores para la seguridad, contra el terror fanático y contra el crimen internacional, que no solo es el narco. No queremos ser blanco de guerras que nos destruirían, porque además en el istmo, no tenemos donde huir, como saben bien los migrantes. Corea no puede dejar de alinearse, mientras esté dividida y tenga sobre la yugular el filo del potencial nuclear del norte; la ROK existe en tanto aliada. Nosotros no amenazamos a nadie, ni tampoco estamos amenazados para necesitar una sombrilla nuclear, si nos mantenemos neutrales, ni nadie nos la está ofreciendo.

Entonces Honduras, ojalá toda Centroamérica y América Latina deben ser no solo como hoy área libre de armas nucleares y de obligaciones bélicas ante un nuevo conflicto mundial, sino también una región de países no alineados, comprometidos con la Paz, la cooperación y la no intervención mutua para ser capaces de ubicarnos al margen de un conflicto externo. Los BRICS tienen el interés profundo y la fuerza material, pero necesitan de un acompañamiento internacional más representativo. Hace días que, con algunos amigos, hemos estado deliberando para movilizar a la fuerza social con el propósito de conseguir que el Estado hondureño se active de nuevo en el Movimiento de los países no alineados MNOAL, que, desde los 1990s, con la disolución de la URSS, entró en una especie de suspensión animada sin resolver problemas, como el de Palestina y los de las antiguas repúblicas soviéticas.

Pero que debería reactivarse frente a las nuevas tensiones. Esa podría ser nuestra causa trascendente y mayor logro para institucionalizar un orden justo y respetuoso de las leyes internacionales, que es el que más conviene a nuestros intereses, a la propia sobrevivencia y el que contribuye a la paz mundial y a garantizar los derechos de los pueblos. Pero reanimar a los no alineados exige otra clase de claridad, más política y diplomática; que no fuera solo retórica y declarativa. Se necesitan nuevos liderazgos y consensos difíciles de construir, resolver contradicciones, entender el peligro, comprometiéndonos en un trabajo inteligente, discreto, sin descanso. 

Seúl, 28 de Noviembre de 2023


[1] Aun si mayormente por conflictos de una clase política incircuncisa, que prefiere la montonera al debate cívico, agravados por intereses extranjeros, nos hemos visto arrastrados en otro tiempo a breves guerras civiles, un par de veces en el siglo pasado 1919-1920 y 1924 y a defender fronteras contra Guatemala (1925); Nicaragua (1956) y El Salvador (1969), en guerras que, por otro lado, nunca duraron más de unos días.

[2] Después de recién negociada la paz entre Armenia y Azerbaiyán, prosiguen las guerras entre los carteles y gobiernos en Colombia y México en donde esa violencia ha cobrado hasta 10 mil muertos en cada caso, hay una veintena de guerras civiles o por insurrección terrorista (entre las cuales no es fácil distinguir) en países africanos (Ghana, Côte de Ivoire, Libia, Mali, Mauritania, Mozambique, Níger, Nigeria, Somalia, Sudán del Sur, Sudán Tanzania, Togo, Tunicia, Uganda), guerras en Medio Oriente en Siria e Iraq, Myanmar en el Indo-Pacífico,  y violencia étnica y religiosa en Afganistán e Indonesia. 

[3] Firman este documento apasionado hoy circulado y muy alineado con una vertiente de la política exterior, entre otros, los editores Isolda Arita y Julio Escoto también novelista, los diputados Hugo Noé Pino, vicepresidente de El Congreso, economista y el abogado Ramón Barrios, los escritores Helen Umaña, M. E. Ramos y Patricia Murillo, los científicos sociales Leticia Salomón, el colega Mario Argueta y Marvin Barahona, el Profesor Armando García y muchos más jóvenes de mérito sentimiento.

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