Por: Leticia Salomón
En Honduras hemos vivido, y seguimos viviendo, un show mediático alrededor del juicio al expresidente Juan Orlando Hernández (2014-2022) en Nueva York por tres delitos relacionados con narcotráfico. Se agitaron las aguas, se movieron los intereses y se angustiaron los socios y cómplices mientras esperaban, al borde del colapso, su sola mención en el juicio que los colocaría en vitrina y en lista de espera, de cara al país y al mundo por obra y gracia del Departamento de Justicia de Estados Unidos, de ese país al que consideraron siempre su aliado incondicional en la cruzada anticomunista, anquilosada, primaria y obsecada en la que se empeñó la ultraderecha hondureña desde el golpe de Estado de 2009 y, con más intensidad, desde el inicio del gobierno de LIBRE en enero de 2022. Muchos de ellos no terminan de entender lo que ha pasado, particularmente “la traición” del aliado del norte al solicitar extradiciones e iniciar juicios en contra de sus incondicionales políticos e ideológicos y de sus sirvientes locales, sin comprender a cabalidad la diferencia sustancial entre los Departamentos de Justicia, de Estado y de Defensa que actúan con su propia lógica al interior y exterior de Estados Unidos.
No deja de ser divertido, a pesar del dramatismo, observar los análisis de conocidos y desconocidos abogados locales sobre los procedimientos del sistema de justicia estadounidense, del cual no tienen ni idea más allá de lo que pueden encontrar en Internet, radicalmente diferente al nuestro en lo bueno y en lo malo, al igual que periodistas de mayor o menor alcance, induciendo al público que les sigue a opinar sobre el juicio, los argumentos y pruebas de la fiscalía y de la defensa, y las perspectivas del fallo del jurado acerca de la culpabilidad o inocencia del hoy condenado (“no culpable” en el lenguaje jurídico de allá). Por todos es conocido el argumento defensivo preparado desde mucho antes de la extradición de Joh a Estados Unidos, sostenido durante y después del juicio, que quienes le acusaban eran narcotraficantes que reaccionaban en venganza por la política antidrogas y que hacían esas declaraciones únicamente para buscar una reducción de las penas que estaban pagando, olvidando el escrutinio obligado, la triangulación investigada por los fiscales y las pruebas documentales declaradas confidenciales por asuntos de seguridad, a las cuales tuvo acceso el Jurado y en donde se dieron gusto escuchando grabaciones de agentes encubiertos y del mismo JOH y sus cómplices.
Igualmente divertida es la mutación velada o encubierta de los dirigentes del partido Nacional y de la esposa del enjuiciado, de subordinados a críticos de Estados Unidos (¿y de críticos a nuevos “antiimperialistas”?), pero más divertido resulta el intento de la defensa local de convertir al máximo líder del partido Nacional, juzgado allá y protegido aquí, en una víctima comparable con Gandhi, Mandela y Magdalena, según el reciente comunicado del partido Nacional, hoy en la picota pública a nivel nacional e internacional, y comparado con Jesús por la esposa del expresidente, como consejo de los pastores asesores, resentidos y pícaros que se han convertido en el centro de la manipulación de la conciencia de sus seguidores alrededor de las consignas de inocente y víctima al borde de la santidad, resumidos en la sentencia casi bíblica de “¡Volverá!” sostenida por el propio partido Nacional cuando se aferra a esa sentencia señalando que la declaración de culpabilidad es “una parte del debido proceso que culminará hasta sentencia firme después de un proceso de apelación”, creyendo que la apelación ante un fallo unánime es fácil allá cómo lo es aquí, tratando de mantener viva la esperanza de sus militantes y de calmar la angustia de sus socios y cómplices.
Resulta igualmente divertido imaginarse el afán de los políticos locales, no solo nacionalistas, por borrar todas las fotografías y videos que antes mostraban orgullosos y oportunistas en los que aparecen divertidos, lisonjeros, arribistas y cínicos en cercanía peligrosa, abrazo obligado y entusiasmo compartido con “el hombre” y con los demás condenados o mencionados en el trasiego de drogas. Y no solo aquí y no solo los hondureños, también los altos líderes políticos y funcionarios estadounidenses que demostraron públicamente su agradecimiento al condenado por su colaboración con la política antidrogas de Estados Unidos, como si no supieran en lo que andaba, persiguiendo y entregando a los narcotraficantes que le estorbaban para poder convertirse en el socio de “algunas de las organizaciones narcotraficantes más grandes y violentas del mundo para transportar toneladas de cocaína a Estados Unidos” como lo declarara el mismo Fiscal General del Distrito Sur de Nueva York, Damian Williams. Y no podrán argumentar desconocimiento porque para ello cuentan, allá como aquí, con cuerpos de inteligencia militar, policial y civil que les informan constantemente de los movimientos de sus familiares, amigos, colaboradores y opositores, por lo que no valen las excusas de Juan Orlando con respecto a su hermano Tony, igualmente juzgado y condenado en Estados Unidos por tráfico de drogas y delitos conexos, y tampoco las del expresidente nacionalista Porfirio, Pepe, Lobo (2010-2014) en relación a su hijo Fabio Lobo, también juzgado y sentenciado por delitos similares.
¿En serio viene la calma?
El juicio ha puesto en evidencia las deformaciones, limitaciones, debilidades y manipulaciones del sistema de Justicia hondureño; del partido Nacional que sostuvo la concentración de poder de su máximo líder desde el Congreso Nacional con sus diputados incondicionales; del partido Liberal que acordó un pacto de gobernabilidad con el partido Nacional con el cual avaló las decisiones del entonces presidente sin cuestionarlas, convirtiéndose en socio y cómplice; desde el Ministerio Público y la Corte Suprema de Justicia neutralizados por acción u omisión; desde organizaciones empresariales que se asociaron con el corrupto y narcotraficante sin decir nada sobre sus actividades ilegales; desde los pastores de determinadas iglesias evangélicas y la cúpula de la iglesia católica que se mantuvieron cerca del poder para legitimarlo en sus excesos; desde los medios de comunicación grandes, medianos y pequeños que se alinearon con “el hombre”, alabándolo y defendiéndolo, sabiendo mejor que nadie en lo que andaba; desde las Fuerzas Armadas y la Policía que conocían todo lo que ocurría y se callaron, lo encubrieron y se convirtieron en socios del hombre que potenció la corrupción y narcotráfico a niveles insospechados y le dio rango de actividad estatal de alta prioridad.
1. Falta ver al partido Nacional pidiendo perdón por sus errores y no solo por los del expresidente condenado por narcotráfico. No es casual que ya suman dos expresidentes de ese partido enjuiciados en Estados Unidos, uno por corrupción internacional y otro por narcotráfico; otro expresidente nacionalista que puede ser solicitado en extradición en cualquier momento, al cual se suman el hermano de un expresidente y el hijo de otro; y que dejen de seguir buscando excusas para encubrir sus errores repitiendo una y otra vez, no solo en comunicados recientes: “Condenamos… la sobredimensión de las causas por las cuales fue condenado” y que su partido “ha sido siempre el de las mayores transformaciones por el bienestar de Honduras y quien ha buscado el bienestar de los más desprotegidos”, porque ni ellos mismos lo creen.
2. En la misma línea, falta también ver y oír al partido Liberal pidiendo perdón a la sociedad por su complicidad con la corrupción y narcotráfico del partido Nacional, lo cual se suma al necesario perdón por haber promovido el golpe de Estado de 2009.
3. Del condenado y su familia se esperaría un perdón similar a la sociedad hondureña por el daño ocasionado al país a nivel nacional e internacional, pero ellos terminaron creyendo sus propias mentiras, culpando a todos menos a ellos mismos de lo que está pasando y continuará pasando en sus vidas por la voracidad con que arrasaron las arcas públicas.
4. Todas las instancias electorales relacionadas con política limpia cuyos integrantes han sido incapaces de descubrir, investigar y sancionar el exceso de gastos electorales que superan con creces la deuda política sin señalar la procedencia ilegal de tales recursos, tal como ha sido señalado una y otra vez en los juicios realizados por narcotráfico en Estados Unidos.
5. El escándalo asociado al narcotráfico debe colocar la atención en todas las leyes y procedimientos que permitan la prevención, sanción y extradición oportuna sin que juicios circunstanciales impidan su juzgamiento en otros países con mayor garantía de juicios justos, evitando la impunidad en la que están interesados los socios y cómplices.
6. La atención al narcotráfico debe dar lugar a la atención a la corrupción y los delitos conexos por los cuales no han sido juzgados en Estados Unidos, con excepción de la corrupción asociada al narcotráfico. La corrupción que arrasó con los recursos públicos se realizó en territorio nacional perjudicando los intereses nacionales, lo que demanda que la corrupción del expresidente, su familia, socios y cómplices sea juzgada en nuestro país. Esto es responsabilidad del Ministerio Público, de la Corte Suprema de Justicia y de la CICIH que ojalá pueda llegar algún día.
7. Después de esta tormenta por narcotráfico deben venir otras tormentas como la de la corrupción y, por supuesto, no debe venir la calma, debe venir una sacudida igual o mayor de las instituciones y organizaciones que perdieron el rumbo, abrir juicios contra todos los cómplices y obligarlos a pagar por lo que hicieron, y si alguien apela a la misericordia y al perdón, puede hacerlo en el ámbito privado, porque en el público diremos con fuerza, como los defensores de los derechos humanos: “Ni olvido ni perdón” y para reafirmar lo dicho acudo nuevamente a Nicolás Guillén, tan oportuno ayer como hoy:
“No me dan pena los burgueses vencidos
Y cuando pienso que van a darme pena
Aprieto bien los dientes y cierro bien los ojos
Que todo lo recuerdo y como todo lo recuerdo
¿Qué carajo me pide usted que haga?
Además, pregúnteles
Estoy seguro de que también
recuerdan ellos”
(“Burgueses”, Nicolás Guillén,
cantada por Pablo Milanés”)
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