Debemos prepararnos ahora para enfrentar las próximas emergencias sanitarias

Por Mamta Murthi*

WASHINGTON D.C. – La pandemia de COVID-19 puso al descubierto las debilidades y la falta de preparación a nivel mundial de los sistemas de salud. Cuando el virus estuvo en su apogeo, muchos países de ingresos bajos y medios lucharon por salvar vidas al mismo tiempo que debieron mantener los servicios médicos esenciales en funcionamiento, tales como la atención de la salud materna, la vacunación infantil sistemática y el tratamiento de enfermedades no transmisibles.

Después de ese período traumático, es tentador guardar esperanzas sobre que lo peor ya hubiese quedado atrás. Desafortunadamente, es probable que el futuro traiga crisis de salud pública más frecuentes debido al cambio climático, la urbanización, la deforestación, la escasez de agua, los cambios en el uso de la tierra, la transmisión de patógenos de animales a humanos y la fragilidad inducida por los conflictos.

Para limitar el impacto que tendrán las crisis que se avecinan en las vidas y los medios de subsistencia, los gobiernos deben tomar medidas urgentes para aumentar la resiliencia de sus sistemas de salud. Según un reciente informe del Banco Mundial, un sistema de salud con resiliencia es un sistema integrado que permite identificar más rápidamente las amenazas y los factores de riesgo; es un sistema ágil, y por lo tanto capaz de responder rápidamente a la evolución de las necesidades; es absorbente, a fin de contener las conmociones; y es adaptativo, para minimizar las perturbaciones que afectan a los servicios de salud.

El Banco Mundial ha estado trabajando junto con países de ingreso bajos y medios en esta agenda de resiliencia. Nuestra cartera mundial de salud que cuenta con 34 mil millones de dólares estadounidenses incluye más de 240 proyectos que ayudan a los países a adoptar un enfoque integral para mejorar los resultados, en especial a favor de las personas pobres y vulnerables, mediante el fortalecimiento de la atención primaria y las funciones clave de salud pública. Por ejemplo, en junio de 2022, el Banco Mundial aprobó 258 millones de dólares estadounidenses para el Programa Nacional de Apoyo a la Salud de Pakistán, cuyo objetivo es fortalecer al personal de salud y equipar a los centros de salud comunitarios para que puedan responder mejor a las emergencias y puedan brindar servicios de calidad, en especial a las comunidades más vulnerables.

El recientemente creado Fondo para Pandemias es una herramienta adicional para llenar vacíos de crítica importancia ya que ayuda en la canalización del apoyo financiero que tanto necesitan los países en desarrollo a medida que refuerzan sus medidas de prevención y respuesta, y mejoran su preparación antes de que sobrevenga la próxima crisis sanitaria. Establecido con el apoyo del G20, el Fondo está dirigido por una junta directiva inclusiva formada por representantes de donantes soberanos, gobiernos de países receptores, fundaciones filantrópicas y organizaciones de la sociedad civil. El Fondo para Pandemias ya ha conseguido que se realicen compromisos de contribuciones por un valor de 1,6 mil millones de dólares, y se acaba de anunciar la primera ronda de financiamiento.

Estos recursos adicionales a largo plazo ayudarán a que los países refuercen sus sistemas de salud pública, aumenten su toma de conciencia sobre riesgos, mejoren sus funciones de alerta temprana y amplíen el número de trabajadores sanitarios comunitarios. Contar con sólidos sistemas de comunicación de riesgos y con una activa participación comunitaria puede aumentar la confianza y puede construir alianzas fuertes que sostengan respuestas rápidas y eficientes ante crisis.

A medida que los países avanzan hacia su recuperación posterior a la pandemia, enfrentan desafíos adicionales como por ejemplo la inflación, la sostenibilidad de la deuda, el cambio climático, el envejecimiento de su población, una alta carga de enfermedades crónicas y desafíos que pueden obstaculizar los esfuerzos a favor de la igualdad socioeconómica y de género. Los sistemas de salud con resiliencia pueden mitigar el impacto de estos desafíos al mejorar la preparación de los servicios para prevenir y gestionar otras crisis sanitarias y al fortalecer funciones esenciales.

Las necesidades y los enfoques variarán según los países y las regiones. Por ejemplo, Camboya, ubicada en un punto crítico con respecto a las enfermedades infecciosas emergentes, planea mejorar la colaboración multisectorial a fin de incorporar la salud humana, animal y ambiental. Kenia trata de reforzar su capacidad de vigilancia y de laboratorio con relación al control de infecciones. Y Bangladesh tiene como objetivo aumentar la capacidad de sus instalaciones sanitarias, aumentar su fuerza laboral y laboratorios de microbiología para hacer frente a futuras pandemias.

En todo el mundo, una gobernanza sanitaria sólida y unas instituciones sanitarias fuertes, respaldadas por marcos jurídicos y regulatorios estables, serán de crucial importancia para garantizar que la toma de decisiones y la planificación frente a crisis se fundamenten en hechos comprobados. Los países también deberán crear espacios fiscales, así como también atraer y utilizar recursos externos de manera inteligente, ya que deben tener en mente que la inversión en sistemas integrados y con resiliencia generará mayor impacto. Las inversiones que son más rentables son las que fortalecen las funciones de la salud pública, la promoción de la salud, la prevención de las enfermedades y los servicios de atención primaria de la salud, debido a que de esta manera se minimizan las interrupciones cuando se enfrentan conmociones. Al evitar los mucho más altos costos que se asocian con las emergencias de salud pública, tales inversiones desembolsadas producen beneficios a largo plazo. 

La construcción de resiliencia requiere de alianzas dentro y fuera del sector de la salud, así como la participación de la sociedad civil y el sector privado, los cuales desempeñaron un papel importante en la respuesta a la pandemia COVID-19. La protección frente a las crisis sanitarias también implica impulsar la capacidad de investigación y adoptar innovaciones mediante la aceleración de nuevas tecnologías médicas o la expansión de las tecnologías digitales aplicadas a la prestación de servicios de atención de la salud.

La tarea es inmensa, pero las crisis del pasado ofrecen lecciones valiosas y muestran lo que se puede lograr. Por ejemplo, el brote de Ébola del período 2014-16, que mató a más de 11.000 personas en África occidental, aceleró el establecimiento de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de África en todo el continente, consiguientemente se mejoraron las capacidades de vigilancia y seguimiento de la región.

En el momento actual, a medida que la pandemia de COVID-19 va disminuyendo, no debemos quedarnos dormidos sobre nuestros laureles. Todos hemos sido testigos de los efectos devastadores de la pandemia. La Organización Mundial de la Salud estimó que en los años 2020 y 2021 casi 15 millones de muertes adicionales en todo el mundo podrían atribuirse a la pandemia COVID-19, la cual también ha menoscabado los logros obtenidos con tanto esfuerzo en los ámbitos de reducción de la pobreza, de la educación, la salud y la igualdad de género.

Para mejorar la resiliencia y la preparación se requiere de acciones decididas. Con seguridad en el futuro se presentarán más crisis, los países que tomen ahora decisiones políticas adecuadas con respecto a la aplicación de medidas duraderas y sostenibles estarán en una mejor posición a momento de proteger la salud de sus poblaciones y de sus economías.

*Mamta Murthi es vicepresidenta de Desarrollo Humano del Banco Mundial.

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