La batalla por la justicia

Carisma y sinsentido de la ley en Honduras

Por: Rodolfo Pastor Fasquelle

En una serie de ritos hogareños, como el Séder Pésaj, el judío conmemora su Pascua, la liberación del cautiverio de su pueblo, liderada por Moisés y la transformación de su conciencia colectiva como nación libre y dotada de una ley.

Tampoco hay que idealizar. Spinoza ¿fue el primero en explicar que el derecho deriva del poder? Para J. L. Borges, hijo de padre abogado y anarquista, nieto y bisnieto de héroes rebeldes, la ley es la representación de un pensamiento geométrico, una letra sibilina resguardada en tu contra por un guardián impío, injusta intrusión de lo público, atropello y abuso de los otros. Es inferior a la ética y puede por supuesto ser una trampa, un cepo de pies y manos.
 
La  neta es que la ley, la inventamos a la vez que imaginamos a la divinidad y al poder público. Shamash el Sol entrega su Código al Rey Hammurabi y Yahvé a Moisés.[1] El Compasivo Allah le dicta su ley a Mahoma. Por eso, para los antiguos, la ley era el cimiento del poder absoluto, y su propio fin. Aun si siempre es parte de la cultura y evoluciona en cada época. Y hay culturas distantes -en el tiempo y la geografía- que le dan más valor a la obediencia de la ley que otras, y castigan la infracción con más eficacia, que no es lo mismo que rigor. En China (el Fa), Corea y otros orientales aún hoy predomina un legalismo radical. Es ejemplar al respecto, ¿la cultura de los japoneses? Quienes -por cierto- tienen la menor cantidad y proporción per capita de abogados del mundo desarrollado, y acaso consecuentemente por eso ¡la menor tasa de conflictos judiciales o juicios![2] También parece emblemática la cultura legal del judío, que tiene un concepto originario de la ley.
 
Y quizás porque en Honduras tuvimos una inmigración colonial de conversos, sobreviven ahí algunas apreciaciones derivadas curiosas. A los jóvenes que se brincan la tranca e ignoran las consabidas reglas de la convivencia, las duras herederas del sefardita les llaman incircuncisos. A saber, criollos sin freno, ni pacto. Pero la misma ley tiene a menudo propósitos distintos que pueden entrar en contradicción y diversas leyes suelen oponerse entre ellas.[3] Esa relatividad nos exhorta a la rebelión ya en la cultura humanística del griego antiguo, donde ¡contrariar una ley arbitraria es deber derivado de la ley natural! Y para ser fiel a si mismo y honesto, Sócrates debe morir por la condena del jurado multitudinario, al que convencen cada vez menos los argumentos que él esgrime en su defensa, contra la santurrona ley de Atenas.
 
Muchos entendemos sin embargo -como Hobbes- que, para vivir en sociedad, se precisa que el poder asegure un orden legal. Porque la ley es la fuerza civilizadora que restringe las pasiones como dice Freud,  y los anárquicos podemos ser incontinentes salvajes, irredentos. Así, se ufanan de civilizados y de obedecer las leyes de la razón, los europeos y americanos modernos.[4]  Cuyas leyes consensuadas son fundamento y diseño del Estado, llamado de derecho, y principal compromiso del poder publico. Como se postula en el Espíritu de las leyes de Montesquieu, la Carta Magna inglesa y las Nuevas Leyes de Indias del español, enraizadas en la tradición legal romana, igual que en el humanismo renacentista de un F. de Vittoria y un Erasmo. Hasta la Constitución de los Estados Unidos de 1789, aun vigente.

De repente, justo porque independizarnos de España supuso romper con ella, liberarnos del derecho divino y de su ley a la vez, la de Cádiz, desgajarnos de ese compromiso de civilización, de al menos acatar la ley aunque no cumpliéramos,  quizás la America Latina en general tiene un problema con la ley, que fetichizamos.[5] Paradójicamente, la infamamos en forma paladina con todo, al tiempo que anhelamos una futura ley, como panacea. Aunque el anarquismo y la superchería juridicista del hondureño, dos caras del mismo real, pudieran tener una raíz histórica más honda, colonial al menos, por la debilidad extrema entonces de la autoridad civil y militar en un territorio desarticulado, el sin par raquitismo de la Iglesia y la general pobreza del capital local. ¿Acaso no fueron los hondureños siempre libres e independientes, de facto, por la total incuria oficial de la colonia?[6]
 
Por supuesto que también afuera siempre hubo resistencias, y gente que no quiso obedecer la ley a pie juntillas. En todo tiempo y lugar, los individualistas preferimos hacer lo que nos venga en gana, ideemos o propongamos. Pero corríjanme, por favor, si es arbitraria, tengo la impresión de que, por la lejanía o la razón que sea, el hondureño es el peor. Nadie aquí quiere obedecer la ley, ser legal, acepta ser llamado al orden o el poder para poner ley. Desde aquel tiempo colonial, ni el gobernante ni el gobernado. (Un par de los primeros  gobernadores fueron llevados amarrados a Guatemala). Los comerciantes contrabandeaban y los curas. Los  mineros abusaban de indios y negros igual que los añileros, sin freno. Los jueces que existían para implementar la ley, volteaban a ver a otro lado y nadie obedecía los fallos del litigio.[7] Y aun en tiempos independientes, ni los propios legisladores que hacen la ley, ni la ciudadanía la acatan. De cualquier persuasión que se miente, filiación religiosa o política, hombres ni mujeres que, para incumplirla, invocábamos toda suerte de excepciones. Foráneos y nativos. (No es casual que seamos los pioneros de la zede). Pero ¿resolvemos los problemas desmontando códigos, confiando que una nueva ley sería el remedio? ¡Y el talismán es la constituyente!
 
Con refinamiento filosófico, se invoca la verdad marxista de que la ley es irrefutablemente un orden establecido (impuesto) por una clase social dominante. La cual, por lo mismo que la impone, invoca fuero para soslayarla impunemente, de modo que solo obligue a los sometidos. He repetido muchas veces la frase No obedecen aquí la ley los ricos, porque no la hicieron para ellos, tampoco los pobres porque, ¿acaso no se hizo contra ellos? Y puesto que no la respetan ricos ni pobres,  tampoco los paisanos de clase media, porque ¿a cuenta de que se les podría exigir solo  a ellos? Aun si sorprende el extremo insolente de nuestra rebeldía, nadie se apena o arredra. Abiertamente ¡la gente pide o exige que se viole la ley a diario! Calla o esgrime mil raciocinios para contemplar los más escandalosos estropicios de la ley, sin hacer nada y, en todo caso, sin más que un rezongo. Compulsivamente, buscamos darle la vuelta, salirle al paso a la ley, rebasarla por la derecha, porque por la izquierda es legal. Incitamos cínicamente a romperla a diario para resolver problemas que se acusa a la ley de embrollar, o por simple conveniencia ¿sin que eso afecte la autoridad? ¿Incitamos a golpes y abusos, públicamente?
 
Todos buscan imponer sus caprichos contra los procedimientos. Y conociéndose entre ellos, negocian sus mutuos intereses particulares contra las instituciones y el bien público. Por miedo, codicia o por pereza la misma autoridad conspira contra le ley, y contra el derecho se conjuran los empleados públicos, que quieren asegurarse el sueldo más que el  trabajo, el ascenso en vez del interés general, promueven -a cambio de votos- invasiones del espacio público y de la propiedad privada igual, en las alcaldías que en los ministerios, en Santa Cruz y en San Pedro, promueven tomas de carretera en Copán Ruinas. Y acaso porque somos anarquistas todos, cansa debatir la ley, denunciar el abuso, aburre.
 
Viendo los debates sobre la ley de amnistía y los argumentos de los defensores o acusadores de JOH ante la extradición, nos vemos obligados a pensar otra vez en el problema de la ley, las leyes complejas y contrastantes, y los paupérrimos profesionales de ese oficio. Quizás por aquello de la mala conciencia, preocupa  siempre a los abogados, el problema de si la ley es justa (¿Cómo podría serlo? ¡Si es una expresión del poder![8]) e incluso el de si es legal, la ley (constitucional, dicen), que es asunto de congruencia interna, de acercamientos textuales sucesivos. Como si no sencillamente fuera la ley, y hay que acatarla. (No tomen ofensa los pocos grandes juristas y los más honestos hombres y mujeres de leyes lectores presentes. Fuera de los falsos pastores que trafican, venden y compran el cielo y el infierno, de los merolicos que pregonan amuletos y milagrosas medicinas naturales y de los políticos en campaña, ningún gremio habla tanto carburo como el de los leguleyos, inclusos muchos bien pagados. Uno se queda alelado con la redundancia insulza, la invocación de los números mágicos del articulado en los códigos, el retruécano, el juego y el silogismo en su argumentación y la aparente confianza con la que, dándonos la espalda -felices- suponen habernos vencido con su nada al cuadrado.) A veces pareciera que a los profesionistas de las leyes, los producen nuestras honestas universidades y las otras principalmente para encontrar las trampas con que evadir la ley. Valiéndose del adagio que asegura hecha la ley, hecha la trampa.
 
Mas allá de tantas quimeras, para el estudioso de lo social y de lo sucedido, el asunto es más bien averiguar si la ley es funcional. A saber, si sirve para resolver las contradicciones, para cohesionar la sociedad, superar los ineludibles contrastes de visiones, y para el mayor bien y convivencia de la mayoría. Y la respuesta nunca es fácil, dura, ni precisa. La ley es blanda. Será siempre sujeta a una negociación y a una mejora, pero ¿mientras tanto es la que hay, y rige? ¿O se puede, por lo mismo ignorarla impunemente? No sé. ¿Se puede ser nación y libre, sin ley, a pura…?

El Carmen 4 de Abril, a diez días del Seder de Pesaj 2022

[1] Aunque el esquema completo es más variado y los reyes que son encarnaciones de dioses, pueden legislar en su lugar. Por ejemplo, entre los maya yucatecos del posclásico descreído hiperrealista el poderoso tolteca Ah Xupan es el que da las leyes y señala las ceremonias y ritos, según Relación de Cansahcab. Ética si, y dioses quizás, pero antes del Estado no puede haber ley ni religión.
[2] En Japón con 124 millones de habitantes hoy hay unos 20 mil abogados, el mismo numero que en Honduras, con 9 millones de almas.
[3] El fin de la ley es mas asegurar al inocente que castigar al culpable, dice el Barón de Montesquieu y Antígona viola la ley de su tío el Rey, para cumplir con la ley divina que ordena enterrar al hermano.
[4] Eran acaso los conquistadores. De repente solo es mito, the law abiding citizen ¿Trump acaso no es cínico ejemplo de premio al delincuente? Después de todo la esclavitud fue legal hasta el siglo XIX tardío
[5] Así como, al nacer laicos, reñimos con la Iglesia y aun renegamos de la propia lengua, que traicionamos a la primera ocasión, francófilos y después anglófilos.
[6] Esa contradicción se prolonga en el s XIX vid Marvin Barahona, Honduras, el estado fragmentado, 97 114 Identidades nacionales y estado moderno en Centroamérica,  Taracena y Piel, editores, CEMCA, 1995. María de los Ángeles Chaverri, Apuntes sobre la  historia de la corrupción en Honduras, CNA 2003
[7] Russel Sheptak descubre que los nativos del Valle de Sula ganaron en La Audiencia su pleito contra los ganaderos españoles, que destruían sus cultivos impunemente sin conseguir que acataran el fallo los condenados que eran tenientes de gobernador. Masca,… Leyden University, 2008?
[8] Cuando el poder es antinomia de la justicia, en tanto que ¿cuando prevalece la justicia, el poder sale sobrando y cuando prevalece el poder, sobra la justicia? Y la ley no mueve nada, menos la estructura de lo real, ni dicta el curso de los acontecimientos.

  • Jorge Burgos
    Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. jorgeburgos@criterio.hn

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