Por: Rodolfo Pastor Fasquelle
A Raúl, para animarlo
Simplemente apoteósica, dice la mas que nonagenaria Gladys Juana, viéndome -desde sus ojitos hundidos en su cabeza blanca disminuida por la falta de aliño, con una apenas sonrisita burlona que no se atreve a más- comentándome la inauguración, que había recién visto en CNN, de la nueva Embajada estadounidense en Jerusalén. Y ella, que podemos decir que regresa sin sed de la orilla del Leteo, que oteó el portal y dispuso que aún no estaba lista, insiste en saber que esta pasando en el mundo y sigue con cierta degustación mi argumento, cuando le explico. Sentado frente a ella. Creo que lo que pasa ahí es que los gringos se sienten los herederos del pueblo escogido. No lo enfocan o explicitan así. Pero desde el siglo XVII sus muy admirados predicadores sembraron la especie de que -no El Edén, ni tampoco la Tierra Santa allende del Mar Rojo- si no La America que les fuera entregada a los peregrinos era la genuina prometida tierra de leche y miel. En donde, sobre luminosa Colina de Plata se erguiría la Nueva Verdadera Jerusalén. El Reino antes de la apoteosis final, del Ascenso a los cielos de todos. ¡Agárrense! Y el siglo XIX sus pintores pintaron la belleza iluminada del Gran Cañón y más allá, los grandiosos auríferos paisajes que se abrían al rapto del Oeste por el tren, no importa qué arrebatados mediante injusta guerra a los mexicanos, que no cuentan en esta metahistoria, porque esa vastedad era -ella misma- la prueba de su superioridad, a saber su condición de escogidos y bendecidos…. No le digo todo eso, pero sí. Ni le agrego que esa visión, al fin y al cabo, está cifrada en El Libro del Mormón Joe Smith, profeta.
O sea, no estoy hablando aquí solo de los rednecks que votaron a Trump, sino de sus seguidores más refinados en Salt Lake City. Y acerca de las raíces de una mentalidad que, por supuesto, era ya racista desde su origen, y siguió siéndolo después de la purga de la Guerra Civil. Y entonces, ratificar la condición de Jerusalén antigua como capital de los escogidos de antes ¿de alguna manera anticipa la revelación de la Nueva Profecía? Washington forever. Sin importar Irán, ni Turquía, viejos imperios vencidos desde la antigüedad…. Pero, a ver ¿para quién escribo esto? ¿Tú crees que el Grillo lo podrá digerir, Madre? ¿Lo entenderá Mel o Salva o Tito Mejía en su círculo? ¿La Moncada? ¿de Martínez? ¿Valle?
A veces vacilo. Me confieso que no se porque insisto en escribir. Hay ¡tan poca gente que lee! no digamos que sepa leer. Llevo cuenta de mis usuales lectores. Me aprecian algunos colegas de la comunicación, Lagos, Burgos, Ramos. Me leen Euraque y a veces Meza. Carolina me lee, y me conmueve su cariño y la fe naif que incuba en mis filípicas. Mi alter ego Arechavala me lee con fruición, y no sé si me sigue leyendo Jorge Bueso. (Porque los diarios impresos me dejaron de imprimir hace muchos años, y solo circulan mis compulsivos garabatos en las redes y medios digitales que precisa destreza dominar). Los intelectuales son igual de ociosos que los banqueros y los políticos empedernidos. Es una de las cosas que resiento, que me siento ocioso cuando me siento a escribir y recuerdo que por ahí andan los muchachos, con las antorchas y añoro irme con ellos a incendiar mi sentimiento.
Nadie tiene por qué exigirle a un lector de prosa Castellana más que el largo de un capítulo del Don Quijote de la Mancha. Ninguna de las piezas que publico en los periódicos tiene más de tres páginas, estrictamente medidas, a doble espacio con apenas 5 mil caracteres redondos. Pero he hecho pruebas y una mayoría de quienes dicen leerlas no pasan de la segunda, o sea no habrán llegado aquí, cuando en efecto logran sortear la primera página. Y aún gente que me profesa cariño les da la espalda. Jerónimo que se queja de lo rebuscado y de mi arbitrariedad con la puntuación. Estefanía se queja manda grandes testamentos y confiesa que los borra antes de curiosearles el exordio, claro, le contesto amargado, y tú tienes cerebro de twit. Simplemente son demasiado largos lamentan, los ingenieros Jaime Rosenthal y Salvador Nasrrala, que alguna vez sucumben al curio. Pero no aprecian mis esfuerzos poéticos y encantamientos de historia. Y es un problema que se va agravando porque tengo la impresión sostenida de que cada vez me leen y entienden menos un menor número número de lectores, muchos de los cuales corrigen mis errores de dedo, me los notifican incluso con algún sadismo, sin parecer más convencidos cuando les explico que escribo al garete, sin filete. Que tiro estos textos al foro como cachinflines para asustar enaguas flojas y que no me interesa si sobreviven el juicio severo de mi profesor, o del poeta mayor. Porque no los hago para ser contemplados como objetos de la estética sino para impulsar una irreflexión, una burla, un chiflido o una acrobacia.
No es que sean verbosos para nada, ni que estén mal armados, faltos de rigor en el análisis o lógica en la gramática, como tantos otros que -a diario- se publican aquí de seudo escritores sin formación ni lectura, ni pensamiento serio, pero laureados. Casi nunca me permito más que dos adjetivos o adverbios subsecuentes. Sencillamente se extienden y cansan porque se ubican frente al espejo y reflexionan. Y exigen reflexión de compañía. (Mi madre escucha aun, como una antigua emperatriz de baraja oriental, para dominar el silencio, decir la ultima palabra u ordenar una decapitación. Sonríe y cabecea, antes de toser)
(Y en esta práctica de ponerlo todo en tinta negra y roja, he descubierto que aquella circunstancia del origen en la Conquista de esta cultura esquizoide y borderline, bífida y teologal, no solo explica por qué la gente en el auditorio o entre el lectorado alegre, aplaude el discurso irracional, del sin sentido extravagante, sino que –igual- porque rechaza la prosa limpia, por ligera, por pretendidamente transparente, cuando cualquiera puede ver que la verdad es opaca. ¿O no?) ¿Y por qué a mí, dios no me dijo nada, de que fuera esta tu tierra prometida? ¿Y tu religión, la verdadera?
D.T. no sabe lo que hace. Antes he recordado en otro sitio, que en el Alto Medievo antes de la catástrofe de las Cruzadas, por siglos circuló la sabia leyenda de Los tres anillos de Dios, el judaísmo, el cristianismo y el Islam. A los mitos de las distintas tribus la leyenda le concedía que solo uno de esos anillos era el verdadero, porque solo podía haber ¿no es cierto? Una Religión Verdadera, y que en aquel día también será revelado cuál. Pero que mientras Dios oculta cual para que convivamos en paz. Jerusalén pertenece por partes iguales a las tres grandes religiones que la tienen por santa, y ninguna nación puede apropiársela, a costa de otras…
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas
2 respuestas
Excelente como siempre
MUY BUEN ESCRITO Y ESCRITOR