Por: Kenneth Rogoff
CAMBRIDGE – En respuesta al «minipresupuesto» de la primera ministra británica Liz Truss (una mescolanza de políticas que incluyen desde rebajas de impuestos a las corporaciones y a los ricos al estilo de la Reaganomics hasta precios máximos para la energía a la vieja usanza socialista), los comentaristas han reaccionado con exageraciones cada vez más floridas. Muchos se preguntan si el Reino Unido estará empezando a parecerse menos a una economía avanzada y más a un mercado emergente que ha perdido el rumbo.
Por cierto, los mercados financieros hundieron de un porrazo la libra hasta un mínimo histórico (en relación con el dólar) y no se sabe hasta dónde puede llegar. Su condición de moneda de reserva (último vestigio de la otrora aclamada centralidad del RU en el sistema monetario internacional) ha quedado en duda. Aunque en el caso del RU hablar de una cesación de pagos lisa y llana sería exagerado, es razonable prever un doloroso ajuste de cuentas que no le andaría muy lejos.
Y hay que recordar que el RU recibió varios rescates del Fondo Monetario Internacional desde la década de los cincuenta hasta la de los setenta incluida (lo que lo convierte en su cliente más fiel). Sería ingenuo pensar que no puede volver a suceder, sobre todo si los tipos de interés mundiales para instrumentos con vencimiento largo siguen volviendo a su tendencia a (muy) largo plazo. No extraña que el FMI ya esté poniendo reparos al dudoso paquete económico del RU, como suele hacer con los mercados emergentes en posibilidad de necesitar acceso a sus recursos.
Pero la sangre no llegó al río (al menos, por ahora). Cabe destacar que a fines de septiembre, el rendimiento de los bonos a diez años del gobierno británico está más o menos medio punto porcentual por encima del de los títulos del Tesoro estadounidense. O sea que todavía es muy inferior al de mercados emergentes como Indonesia, México y Brasil, cuyos gobiernos deben pagar tipos de interés que superan a los de Estados Unidos por tres, cinco y ocho puntos porcentuales, respectivamente. Aun así, los tipos de interés pueden subir muy rápido, sobre todo si los mercados pierden la confianza.
Las dos políticas más problemáticas del gobierno de Truss son la rebaja de impuestos a los ricos y los subsidios a la energía. Aunque la prensa conservadora las haya aplaudido, son difíciles de entender, sobre todo la rebaja de impuestos. Es verdad que la escasez de inversión privada puede haber sido el principal obstáculo al crecimiento del RU desde la crisis financiera de 2008, y que en principio, una rebaja de los tipos impositivos marginales debería alentar la inversión. Pero eso sólo vale si las empresas esperan que la rebaja sea permanente: no tiene mucho sentido empezar a construir una fábrica que tardará tres años en estar lista, si uno cree que en ese lapso puede volver al poder un gobierno laborista y revertir la rebaja de impuestos (y muchas otras cosas). Y por supuesto, cuanto más incoherente es un paquete de políticas, más probable es que se termine revirtiendo, esté quien esté en el poder.
Los subsidios a la energía son incluso peor idea. Además de sumar unos cien mil millones de libras (108 000 millones de dólares) a la carga de deuda del RU, que ya es alta, también distorsionarán los incentivos para la reducción del consumo de combustibles fósiles en un momento de gran demanda. Y aunque a la medida se la presentó como «temporal», los subsidios a la energía son muy difíciles de eliminar una vez que se los adoptó (como bien saben muchos países en desarrollo y emergentes).
Es verdad que otros países europeos también están apelando a medidas desesperadas para hacer frente a los enormes encarecimientos que los consumidores han debido enfrentar desde la invasión rusa de Ucrania, pero el plan de Truss, por su alcance y su escala, parece propio de los mercados emergentes. Es común que estos países, en particular los exportadores de combustibles, traten de limitar lo que pagan los consumidores por la energía, muchas veces con un enorme costo fiscal.
También existen semejanzas entre el paquete impositivo de Truss y el intento del presidente estadounidense Joe Biden de implementar un sinfín de políticas económicas progresistas que exceden con creces lo que prometió en campaña. Pero al menos esas políticas también estaban en las plataformas de otros contendientes demócratas en la elección presidencial de 2020, en particular Bernie Sanders y Elizabeth Warren. Además, no es imposible imaginar que en 2024 un candidato presidencial demócrata gane con una plataforma similar, sobre todo si el oponente republicano es Donald Trump.
Pero las políticas de Truss no son algo de lo que se viniera hablando. La primera ministra obtuvo el cargo tras una breve campaña entre los 180 000 y pico afiliados activos del Partido Conservador. Nadie fuera de este grupo tuvo voz en el asunto, y no había buenos motivos para creer que el programa de Truss pudiera ganar en una elección.
Además, incluso suponiendo que el minipresupuesto fuera puro teatro político, entonces no es una actuación muy eficaz. Los votantes tienden a prestar más atención a la economía y a la generosidad estatal el año anterior a una elección, y hay pruebas de la existencia de «ciclos políticos presupuestarios»: en los años de elección, los gobiernos impulsan proyectos de gasto muy visibles y recortan las inversiones a más largo plazo no tan visibles. Pero puede que la próxima elección en el RU no sea antes de enero de 2025. Para entonces, ya tendría que estar claro que las rebajas de impuestos no habrán alentado un crecimiento económico que las compense, y cualquier reacción inicial positiva de los votantes se habrá disipado. Truss podría llamar a una elección anticipada para conseguir más mandato para sus políticas, pero sería extraordinariamente arriesgado.
Es verdad que las políticas radicales (en particular las de políticos conservadores) suelen recibir críticas furibundas de la prensa hasta que resultan mucho más exitosas de lo que se creía. Margaret Thatcher en el RU y Ronald Reagan en Estados Unidos son dos grandes ejemplos de esta tendencia, y Truss no oculta su admiración por la Dama de Hierro. Pero Thatcher y Reagan al menos tenían un marco de políticas coherente y lo habían comunicado en forma clara; hasta ahora, no se puede decir lo mismo del gobierno de Truss.
Truss y su ministro de hacienda, Kwasi Kwarteng, tienen razón al afirmar que el mayor problema económico del RU en las últimas dos décadas ha sido el anémico crecimiento de la productividad, y que la solución pasa por implementar reformas del lado de la oferta. Además, todavía están a tiempo de idear planes mejores y de explicárselos mejor a la gente. En esto también será fundamental el Banco de Inglaterra. Pero hasta entonces, la libra recibirá golpe tras golpe y las cosas seguirán yendo de mal en peor.
Kenneth Rogoff, ex economista principal del Fondo Monetario Internacional, es profesor de Economía y Políticas Públicas en Harvard.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas