El reto de Bukele

El reto de Bukele sobre la unidad de Centroamérica

Por: Rodil Rivera Rodil

(Foro del Movimiento Patria) 

 

El presidente Bukele, de manera sorpresiva, ha lanzado al resto de Centroamérica el reto a que, una vez más, tratemos de reconstruir la unidad con que nacimos a la vida independiente, y no solo por razones históricas y políticas sino también por motivos geográficos y económicos. Somos un istmo, dicen los expertos, “que surgió del mar hace tres millones de años y cambió la tierra por completo. El puente no solo unió dos continentes también formó dos océanos muy diferentes que crearon unas corrientes que afectaron al resto de los continentes y cambiaron la diversidad del planeta para siempre”. Por lo que la fusión de los países que lo conformamos se vuelve condición indispensable para garantizar y facilitar la comunicación intercontinental e interoceánica, y vital para sentar las bases de nuestro desarrollo.

Que el desafío haya sido arrojado en medio en una de las mayores encrucijadas que ha vivido la humanidad desde el fin de la Segunda Guerra Mundial no luce casual. Y al contrario de lo que opinan algunos analistas, es muy probable que Bukele esté muy consciente de que este es el mejor momento para que sus colegas centroamericanos se decidan a recoger el guante. Ello, porque todo indica que América Latina por fin se ha decidido a buscar por ella misma su propio destino y porque los conservadores, que siempre se opusieron a la unidad de Centroamérica porque no servía a sus intereses particulares, se han debilitado, en tanto que han aparecido nuevas fuerzas con igual o mayor poder. Y es que nunca fue cierto, como sostienen varios historiadores, que a los que lucharon contra Morazán en verdad los motivara el error que entrañaba la forma federal de la república centroamericana y quisieran cambiarla por la unitaria.

El origen último de los problemas que aquejaron a la federación subyacía, en la injerencia del imperialismo inglés y en las múltiples contradicciones que acarreaba el modelo feudal heredado de la colonia, sobre todo, en lo que concernía a los privilegios de la iglesia católica y de los criollos aferrados a la monarquía con los partidarios de la independencia.  Tan era así, y tan poco le importaba a los conservadores el tipo de gobierno que tuviera la república, siempre que no fueran tocadas sus prerrogativas, que no tuvieron reparo alguno en transmutarse de furibundos centralistas en jurados separatistas. Por eso adversaban a muerte cualquier reforma a la arcaica estructura política y social que nos legó la colonia. En una palabra, porque el arzobispo Ramón Casaus y Torres y el ex marqués José de Aycinena y Piñol, jamás iban a olvidar que Morazán les arrebató las desmedidas prebendas de que gozaban.

De ahí que hayan fracasado invariablemente los incontables intentos de restaurar la unidad centroamericana que se han emprendido en los más de ciento ochenta años transcurridos desde la disolución de la federación, comenzando por la “Confederación” que suscribieron El Salvador, Nicaragua y Honduras en 1848, a seis años apenas del asesinato de Morazán. Los volvieron imposibles la mayor influencia que con el tiempo fueron adquiriendo las élites conservadoras y los constantes conflictos que se suscitaron entre las distintas repúblicas.

El último esfuerzo unionista de alguna seriedad se produjo en 1921 con la firma en Tegucigalpa de una Constitución Federal por Guatemala, El Salvador y Honduras. Los distintos organismos regionales surgidos desde entonces han sido más mecanismos de integración y de cooperación, principalmente económica, que de otra cosa, y en cuya creación las referencias a la vieja unidad fueron, más que todo, retóricas. Nunca fueron parte de una genuina voluntad de hacer realidad los sueños de los federalistas de 1824.

De otro lado, los grandes obstáculos externos para la unidad centroamericana lo fueron Inglaterra y Norteamérica, para quienes nuestras cinco naciones separadas eran presas fáciles para sus designios de expansión y de explotación. Lo que explica, además, que esta última no haya mostrado interés alguno en que nos reconvirtiéramos en una sola república, centralizada o federativa. Quién podría negar que con la ayuda de los Estados Unidos, ya hace mucho tiempo que hubiéramos conseguido la reunificación de Centroamérica.   

Por lo que hasta ahora ha trascendido, en la propuesta de Bukele, presentada por su vicepresidente en la “Conferencia Sobre el Futuro de Centroamérica”, celebrada en la capital salvadoreña el pasado 22 de agosto, se contempla la reforma del Protocolo de Tegucigalpa de 1991, por el que surgió el SICA, a efecto de constituir un nuevo organismo supranacional que, inicialmente, estaría compuesto por los cinco países de la Centroamérica histórica más Belice, Panamá y la República Dominicana.

Se trataría, dice la noticia, “de una organización regional supranacional, con personalidad jurídica propia y que tendría alcances en lo económico, político, monetario, fiscal, social, seguridad democrática y ambiental”. Estaría formada por el Consejo de la Unión, integrado por los jefes de Estado de los países miembros; un Parlamento y Tribunal, además del Consejo de Ministros, una Comisión, entre otras instituciones.

Y agrega la información que “El vicepresidente salvadoreño indicó que el reto es que, a partir del borrador, se pueda generar para 2024 una propuesta final de reforma al Protocolo de Tegucigalpa para presentarla a los presidentes de los países del SICA. Dicho protocolo se firmó en 1991 y es el que dio vida al SICA, y con la reforma se pasaría pasando, según Ulloa, de la integración a la unión”, lo que requería de ingeniería constitucional” y arquitectura legislativa”.

Como puede estimarse, en la iniciativa de Bukele, en lo que a la estructura de la nueva organización se refiere, no se aprecia mayor novedad, pero en el fondo de la misma, a juzgar por lo que manifestó en el discurso en el que la anunció, hay mucho más. Pues en él hizo alusión a la verdadera unidad de Centroamérica, a semejanza de la antigua república federal. Es cierto que la audacia es una característica muy propia de Bukele. Pero no abrigo duda que detrás de ella hay algo de mucho más peso que un súbito arrebato unionista. Aquí, a mi parecer, radicaría la diferencia fundamental con las anteriores tentativas, las que siempre surgieron, exclusivamente, de los propios centroamericanos. Este nuevo impulso que quiere darle Bukele, en mi opinión, solo puede provenir de su plan de insertar a su país, y por añadidura a Centroamérica, en el gigantesco proyecto global de la Nueva Ruta de la Seda que puso en marcha la República Popular de China desde el año 2013, y con cuya finalidad ya ha negociado acuerdos portuarios y marítimos con Guatemala y Costa Rica,

Si estoy en lo cierto, como creo que lo estoy, estamos ante la posibilidad más clara que jamás se haya presentado a Centroamérica en toda su historia, no solo de alcanzar la unidad por la que dio su vida Morazán, sino de dar el primer paso real hacia el desarrollo. La que puede convertir a la región rápidamente en la plataforma de servicios para el transporte intercontinental e interoceánico terrestre, portuario, aeroportuario y ferroviario, más grande del mundo. En una palabra, la herramienta idónea para generar los servicios y beneficios que presta y recibe Panamá proyectados a la enésima potencia, lo que inmediatamente desencadenaría un enorme efecto multiplicador en la economía del nuevo Estado centroamericano, tal como lo percibieron nuestros próceres desde los primeros tiempos de la independencia. 

Honduras, simplemente, no puede quedar fuera de semejante empresa, en la que ya buena parte de América Latina se está preparando para participar. La relación de fuerzas se está inclinando de manera definitiva a favor de los sectores que favorecen el cambio en esa dirección, entre las que se incluye un fuerte contingente de empresarios del área que han entendido que el futuro se halla en el nuevo ordenamiento mundial que se está gestando y en el que China tendrá un rol preponderante.

No pasemos por alto el gran atractivo que paulatinamente la potencia asiática va ejerciendo sobre los países subdesarrollados, no solo por el masivo financiamiento que brinda sin condiciones, sino por su peculiar modelo económico, que combina sabiamente lo mejor de los sistemas socialista y capitalista, para promover el máximo desarrollo de sus fuerzas productivas, con el que, en menos de cuatro décadas. pudo producir una inmensa riqueza y, a la vez, distribuirla en forma tal que, a la vez, ha podido sacar de la pobreza a cerca de 800 millones de sus habitantes, o sea, a más de la mitad de su población.

Y no le empecemos a poner peros a la proposición de Bukele sin conocer sus detalles y sus alcances. ¿Por qué nosotros no podemos ser tanto o más audaces que él? Y tiene toda la razón en lo que afirma: si no lo hace esta generación lo hará la próxima. Por supuesto que sobrevendrán múltiples dificultades, entre ellas, la impenitente resistencia de los grupos conservadores, regionales e internacionales, y, cómo no, las asimetrías económicas que persisten en Centroamérica, pero nada que con voluntad e inteligencia no se pueda resolver. La idea la arrastra irresistiblemente la locomotora de la historia que, hoy por hoy, es China.

  • Abogado y Notario, autor de varios ensayos sobre diversos temas de derecho, economía, política e historia; columnista por cuarenta años de varios diarios, entre ellos, EL Pueblo, El Cronista, Diario Tiempo y La Tribuna, y diputado por el Partido Liberal al Congreso Nacional de 1990-1994. Ver todas las entradas
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