Por: Khadyja Sy y Lindsay Glassco
DAKAR – La manifestante sudanesa Alaa Salah se convirtió en un símbolo de la revolución de su país tras subirse encima de un coche, vestida de blanco, y cantarles a sus compañeros de protesta. Vanessa Nakate, activista ugandesa por la justicia climática, pasó de protestar a solas ante las puertas del parlamento nacional a exigir medidas concretas a los líderes mundiales en las Naciones Unidas. Y la activista senegalesa Oumou ha aprovechado las herramientas digitales para entablar conversaciones que desafían los tabús sobre salud íntima, sexualidad, anticoncepción y menstruación para chicas en situación de pobreza.
Estas jóvenes mujeres están luchando por una mejor vida para ellas, sus comunidades y el mundo, y no están solas. Miles de chicas y mujeres jóvenes de África y el mundo entero están combatiendo las dinámicas de poder que perpetúan la desigualdad e impiden que los grupos marginados ejerzan sus derechos fundamentales. Hacen discursos, crean organizaciones sin fines de lucro y programas comunitarios, y participan en marchas para acelerar el cambio transformativo. Son buenas noticias para todos: incontables estudios demuestran que, cuando las chicas y mujeres jóvenes están empoderadas, se benefician comunidades enteras.
Sin embargo, hoy están en peligro logros de igualdad de género ganados con gran esfuerzo. La pandemia del COVID-19 ha deshecho años de avances en cuanto a reducción de la pobreza e originado un gran aumento de la desigualdad, con consecuencias desproporcionadas para las jóvenes y las niñas.
Varios estudios muestran que, cuando hay dificultades económicas, es más probable que las familias concierten el matrimonio de sus hijas jóvenes, negándoles con ello el derecho a elegir con quién pasar el resto de sus vidas y cuántos (y cuándo) hijos tener. La UNICEF estima que diez millones de niñas en todo el mundo se encuentran en riesgo de un matrimonio infantil en la próxima década debido al COVID-19. Más aún, es más probable que las chicas y las mujeres sufran violencia sexual y de género en tiempos de crisis, tendencia que se ha visto confirmada durante la pandemia.
Para empeorar las cosas, la Relatora Especial de la ONU sobre el Derecho a la Salud Tlaleng Mofokeng ha planteado que los confinamientos, las restricciones al desplazamiento y el desvío de fondos hacia programas vinculados con la pandemia han puesto en peligro el acceso a servicios de salud sexual y reproductiva, tales como información sobre la menstruación, la fertilidad y la anticoncepción. Además, para muchas personas los servicios especializados en violencia de género se volvieron físicamente inaccesibles.
Todos estos factores han contribuido a una fuerte alza de los embarazos tempranos y no deseados, y reducido enormemente las chances de que las niñas retomen sus estudios cuando se reabran las escuelas. Según la UNICEF, es posible que más de 11 millones de chicas nunca vuelvan a las salas de clases después de la pandemia de COVID-19.
En pocas palabras, la pandemia ha tirado por la borda décadas de avances hacia la igualdad de género, afectando especialmente a los grupos más vulnerables, como las mujeres y niñas desplazadas. No cabe duda de que, incluso frente a estos tremendos retrocesos, ellas no están dejando de luchar. Pero no pueden superar por sí solas las poderosas fuerzas a las que se enfrentan.
En este punto, es crucial el involucramiento de los hombres. Iniciativas como los clubs des pères (clubes de padres) o las écoles de maris (escuelas de maridos) en Senegal pueden significar una diferencia real. El objetivo es fomentar una masculinidad positiva (en lugar de tóxica), alentar a los hombres a asumir mayores niveles del trabajo de cuidados no remunerados, y propiciar mejoras en la salud materno-infantil.
También es esencial la colaboración con los líderes comunitarios y religiosos, así como con los trabajadores de la salud y las organizaciones de derechos de la mujer. Dado el poder comprobado de los modelos de roles femeninos para inspirar a las generaciones más jóvenes, dar mayor visibilidad a las plataformas de líderes y activistas femeninas de más edad -como la “superabuela” Aminata y la matrona Madame Badji- puede potenciar la ambición y el impacto en las mujeres jóvenes.
De manera similar, difundir las voces de las lideresas jóvenes puede inspirar y fortalecer a sus pares. Ubah Ali, activista de Somalilandia, se convenció de que ella también podía liderar, que podía “alzar la voz” y “ser una agente de cambio” cuando vio a otras chicas en funciones de liderazgo. Hoy lucha por erradicar todas las formas de mutilación genital femenina en Somalilandia y apoyar a las sobrevivientes a esa práctica.
Pero quizás nada haga más para asegurar que las jóvenes y niñas cumplan su potencial de ser fuerzas de cambio que proteger y respetar sus derechos, incluidos sus derechos sexuales y reproductivos. Esta es tarea de los gobiernos, en primer lugar, aunque todos tenemos un papel que desempeñar.
La pandemia es apenas el comienzo. En momentos en que el cambio climático y la creciente inseguridad alimentaria también afectarán desproporcionadamente a mujeres y niñas, las barreras al avance en la igualdad de género son tan altas como lo que está en juego. El primer paso hacia su superación es reconocer los desafíos que ellas enfrentan, y difundir el difícil e importante trabajo que están haciendo.
Para todos sería mejor un mundo en que todas las niñas y mujeres jóvenes disfruten de igualdad de condiciones que los hombres. Por eso es del interés de todos nosotros ayudarlas a lograrlo.
Khadyja Sy es activista por los derechos de la juventud y las mujeres de Dakar, Senegal. Lindsay Glassco es presidenta y directora ejecutiva de Plan International Canada.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas