Por: Rodil Rivera Rodil
Algunas personalidades de la política, de la sociedad civil y de la iglesia católica han estado formulando emotivos llamados a los candidatos para que en la campaña electoral que recién empezó no prevalezca el insulto y la procacidad, sino el mutuo respeto y, más que todo, las propuestas de gobierno y el debate de altura. La intención, sin duda, es loable. Se pasa por alto, sin embargo, que el comportamiento que se busca corregir proviene, en lo esencial, de viejas prácticas culturales propias del grave subdesarrollo que padecemos. Pues este no se expresa solamente en lo económico, sino también, y como consecuencia, en lo político, en lo social y, en general, en todos los órdenes de la vida.
Nadie puede negar en la política debe haber ética y proposición, pero, hoy por hoy, en nuestro país esto es solo un mera aspiración. El puro clamor por el cambio, sin nada más de contenido, equivale a predicar en el desierto. De otro lado, en el acontecer de prácticamente toda América Latina, las ofertas electorales, por buenas que sean, pocas veces han sido determinantes para la escogencia de los gobernantes. La evidencia es abrumadora, como lo acreditan la infinidad de investigaciones y encuestas que diferentes organismos especializados en el tema han llevado a cabo desde hace muchos años, entre los que se destaca la Corporación Latinobarómetro.
Se puede afirmar que los propios candidatos presidenciales solo las conocen superficialmente, ya que son preparadas por diversos equipos de supuestos técnicos en las distintas materias. Los que, dicho sea de paso, en los últimos tiempos suelen integrarse con “expertos” internacionales que tampoco conocen a fondo la realidad nacional.
De ahí que los planes de gobierno de los partidos tradicionales tuvieran que ser plasmados en cientos o miles de páginas que, por razones obvias, fueron poquísimas las personas que se tomaron la molestia de siquiera hojearlas. De los que recuerdo, el más extenso fue el de Simón Azcona que constaba de 5 o 6 enormes tomos que se conservaban en el entonces Ministerio de Hacienda, ahora Secretaría de Finanzas, y el más corto, el de Carlos Roberto Reina, de 121 páginas, que, a solicitud de este y para ser presentado a la comunidad internacional, fue resumido en un folleto de 20 páginas.
Está comprobado que el factor primordial para que los pueblos elijan uno u otro candidato recae en la credibilidad que este logre transmitirles, esto es, en ese especial don o suerte de telepatía con que ciertas personas, casi con su sola presencia, infunden confianza en las demás. No obstante, la credibilidad del aspirante no garantiza su idoneidad para el cargo de que se trate. Y, de hecho, quizás pueda aseverarse que los que la poseen en raras oportunidades resultan estar a la altura de las expectativas que generan.
Dado que no ha sido aclarado expresamente, debo asumir que, en lo que tiene que ver, propiamente, con propuestas de gobierno, los reclamos a que he hecho alusión solo pueden estar dirigidos a los partidos de la oposición, y más específicamente, a los tres de mayor caudal electoral. Esto, porque sería un contrasentido que también se le estuvieraƒ pidiendo propuestas al partido de gobierno, siendo que este es el responsable del descalabro de la nación. ¿Por qué, entonces, no señalarlo con toda claridad y exhortar con la misma vehemencia a los electores a que voten contra él?
Tomando en cuenta que, por las razones apuntadas, la credibilidad de los candidatos y de los mismos partidos jugará un papel crucial en la próxima contienda, me permito esbozar a continuación un breve repaso de lo que, en la actual coyuntura política, está ocurriendo en los de mayor peso electoral que enfrentarán al nacionalismo, y más precisamente, al juanorlandismo que lo mantiene secuestrado.
La crisis que aqueja al Partido Liberal nace de la confrontación que se inició a comienzos de la década de los 60 del siglo pasado entre sus dos principales vertientes, la de avanzada, encabezada por el doctor Ramón Villeda Morales, y la conservadora, por el abogado Modesto Rodas Alvarado. Esta lucha, unas veces moderada y otras exacerbada, sirvió de pretexto a las élites reaccionarias, de nacionalistas y liberales, para dar los golpes de Estado de 1963 y del 2009 con los que se fue minando la existencia del partido.
Transcurridos los veinte años que se recetaron los regímenes castrenses después del golpe de 1963, perpetrado contra el gobierno progresista del doctor Villeda Morales con el público respaldo de connotados personajes del mismo partido liberal, la facción rodista y el movimiento de Izquierda Democrática, sucesor del Villedismo, se turnaron en el poder hasta la llegada de Manuel Zelaya Rosales en el 2006, cuando, por una ironía de la política, los rodistas, creyendo haber ganado, se vieron tan frustrados por los cambios que propugnaba que en el 2009 no vacilaron en propiciar otro golpe militar contra su propio gobierno. Pero el daño que esta vez le causaron al partido ya fue poco menos que irremediable.
Como consecuencia, los rodistas, ahora denominados “el lado oscuro” del partido, se volvieron colaboracionistas de los gobiernos nacionalistas que surgieron del golpe, en tanto que una buena parte de los liberales progresistas se sumó a la resistencia contra el mismo y, posteriormente, al Partido Libre. El sector que se mantuvo en la oposición, pese a haber obtenido la dirección del partido, cometió tantos errores que terminó allanando el camino para la entronización de la dictadura de JOH y aceleró el agotamiento de su institución política. Lo que, junto con su renuencia a formar parte de una alianza global de la oposición, le ocasionó la pérdida en las pasadas elecciones primarias.
Pero la oposición liberal rechazó, igualmente, unirse al ganador de los comicios internos, lo cual, como era inevitable, trajo consigo un mayor debilitamiento del liberalismo. Y, finalmente, por importante que pueda parecer la victoria de Yani Rosenthal, lo cierto es que la misma puede acabar en otra estrepitosa derrota. Primero, por su incomprensible renuncia a aliarse con Libre, única alternativa que, aun cediendo la candidatura, le podía garantizar una cuota de poder y la posibilidad de levantar al partido, segundo, por la profunda desconfianza de la población hacia muchos de sus candidatos por su complicidad con JOH, y por último, porque, según se dice, sobrestimó su éxito en las primarias y se olvidó del lastre personal que arrastra su candidatura para las generales.
En fin, que el hundimiento del Partido Liberal en este insondable abismo de agresiones de la extrema derecha, de absurdas fallas y de incontables enfrentamientos internos que ha experimentado a lo largo de todos estos años, lo ha ido conduciendo poco a poco, pero a inexorable paso, al final de su cita con la historia. Pero se trata de un proceso lento, lleno de altos y bajos, como no podía ser de otra manera en una agrupación con un arraigo de más de cien años en la vida nacional. Lo que explica la aparente contradicción de que en las elecciones generales saque siempre menos votos que en las primarias. Y es que, por nostalgia o por cualquier otro motivo, son muchos los liberales de Libre que en estos comicios suelen votar por su antiguo partido.
El partido de Salvador Nasralla, por su parte, compuesto por una abigarrada mezcla de militantes de casi todos los demás partidos, la mayoría de origen nacionalista, y por un número menor de liberales e independientes, está disfrutando de un período de auge, entre otras causas, porque recientemente, al igual que a Libre, se le han incorporado una fracción de los seguidores de Luis Zelaya. Pero la perdurabilidad de Nasralla en la escena nacional dependerá a la postre de la cohesión política de su partido. La que, como hemos visto en los últimos tiempos, ha sido muy frágil, en gran medida por su carencia de asidero ideológico.
Su principal sustento, por no decir el único, se encuentra en la credibilidad de su fundador, derivada de su invariable discurso, franco y directo, contra la corrupción pero que tampoco cuenta con una base programática que explique la forma concreta en que la combatirá ni cuáles otros cambios trascendentales echará a andar si llega al poder.
Y en cuanto a Libre. Más que un partido, constituye una especie de frente amplio, conformado, como antes dijimos, por liberales progresistas, por militantes de la vieja izquierda hondureña y por un sinnúmero de organizaciones de la sociedad civil, viejas y nuevas, reconocidas y poco conocidas. Y el cual, por definición, no requiere de presentación política, por cuanto sus principios y su plataforma de cambios se inscriben en el llamado “progresismo latinoamericano” que ya cuenta con carta de ciudadanía en todo el continente.
Pero al margen de las probabilidades que a los partidos de la oposición les atribuyan las encuestas que circulan en las redes sociales, todo indica que será la ciudadanía misma la que se encargará de enmendar la pifia en que incurrieron sus cúpulas al no ponerse de acuerdo en la alianza global para las elecciones de noviembre. Será a ella, entonces, a la que tocará seleccionar a quién considere que está mejor posicionado para desalojar del poder al juanorlandismo y que, a la vez, proyecte la mayor credibilidad para emprender la titánica tarea de revertir el desastre en que este dejará el país.
Tegucigalpa, 2 de septiembre de 2021.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas