Por: Bradford DeLong
BERKELEY – El mundo enfrenta dos desastres que duplican la gravedad de la crisis de la COVID‑19. El primero es la difusión de la variante delta, dos veces más contagiosa y entre 1,5 y 2 veces más letal que el coronavirus original. El segundo desastre es que los gobiernos del Norte Global no comprometieron recursos para aumentar la producción de vacunas hasta la escala necesaria para inmunizar a la población del mundo antes de que termine el año. Para peor, toda demora aumenta la probabilidad de que la inmunidad conferida por las vacunas y por contagios anteriores comience a debilitarse.
En vista de estos problemas, es demasiado pronto para empezar a hablar de la economía mundial «pospandemia». La salud pública debe seguir siendo la prioridad principal. En cuanto a la economía, el acento debe estar puesto en mantener andando el motor económico básico y evitar un aumento masivo de la pobreza. Con la variante delta aún descontrolada, hay que posponer los intentos de volver a una «normalidad» de las economías con pleno empleo hasta que hayamos conseguido una combinación de inmunidad colectiva adquirida y por vacunación.
Al fin y al cabo, como no sabemos en qué situación estará la economía mundial dentro de seis meses, tampoco sabemos qué políticas serán las más adecuadas para impulsar una recuperación fluida y sostenible. Por eso mismo hay que rechazar las propuestas que hablan de «enfriar» la economía mundial para evitar una incierta espiral inflacionaria o un regreso al «vigilantismo» en los mercados de bonos. A la variante delta no hay que responderle con enfriamiento, sino todo lo contrario.
Quitando a unos pocos expertos realmente informados (y por desgracia casi inaudibles en medio de tanto ruido) nuestra ignorancia sobre la variedad de trayectorias posibles de la pandemia es inmensa. No tenemos un panorama global claro, lo único que podemos hacer es analizar muestras más limitadas.
Uno de nuestros tubos de ensayo podría ser el Reino Unido. El país padeció incompetencia e irresponsabilidad generalizada. Y aunque pueda parecer lo contrario, no fue todo culpa del primer ministro Alexander Boris de Pfeffel Johnson (más allá de que continuó con su modus operandi de mentir y seguir saliendo bien parado a pesar de sus errores). De no haber aparecido en poco tiempo vacunas seguras y eficaces, es indudable que el país habría perdido por COVID‑19 muchas más personas que las 130 000 (0,2% de la población) que ya perdió.
Otro tubo de ensayo son los exitosos países del este de Asia. Sus mecanismos de control de contagios (los mejores del mundo) se mostraron eficaces por mucho tiempo, pero ahora comienzan a ceder a la presión de la variante delta. Podemos concluir que medidas de esa naturaleza son necesarias, pero no suficientes, y que su única utilidad es ganar tiempo mientras se implementan programas de vacunación universal.
Un tercer tubo de ensayo es Estados Unidos. Aquí la enseñanza no es que un gobierno inepto pueda alcanzar a los tumbos la inmunidad colectiva por tener detrás todo el poder de la industria biotecnológica del Norte Global. Tampoco extraeremos alguna enseñanza de un virus cambiante que supera todas y cada una de las medidas de supresión de contagios. La enseñanza real de Estados Unidos es que es un caso aparte. Más de 600 000 personas han muerto por COVID‑19, y parece que en los próximos meses esa cifra aumentará en otras 100 000.
En tanto, el mensaje que proclaman Fox News y la mayoría de los medios de prensa de derecha es más o menos así:
«El superpresidente Donald Trump lideró el muy exitoso proyecto Operation Warp Speed, que obró milagros biotecnológicos y creó una vacuna sumamente eficaz contra una enfermedad que no es muy distinta de la gripe. Pero ahora, las vacunas no están probadas y no son seguras. No tendríamos que haber usado mascarillas. El virus es un arma biológica china financiada por el Dr. Fauci, que mal aconsejó todo el tiempo a Trump en relación con este fraude gigantesco. El establishment médico no quiere que se publique información acerca de medicamentos realmente útiles como la ivermectina, la hidroxicloroquina y el peróxido de hidrógeno».
Si este galimatías conspiranoico le parece absurdo, he aquí un hecho aterrador: parece que alrededor de la cuarta parte de la población estadounidense se lo cree entero (o al menos en parte). Uno de cada cinco estadounidenses piensa que el gobierno de su país usa la vacunación contra la COVID‑19 para implantarles microchips en el cuerpo. Decenas de millones de estadounidenses encontraron motivos suficientes para correr un riesgo de muerte del 1% por rechazar una vacuna extremadamente eficaz, extremadamente segura y ampliamente disponible.
Pensemos en las consecuencias de este exitoso acto de lavado de cerebros. Un país donde operadores políticos y medios malevolentes y cínicos pueden provocar fracturas psicológicas tan profundas en una proporción significativa de la población es sumamente vulnerable a una amplia variedad de amenazas. ¿Cuál será la próxima mentira que se creerán los estadounidenses? Incluso si el único motivo de la próxima campaña de manipulación psicológica fuera vender más publicidad, ¿qué estela de destrucción social puede dejar a su paso?
La conclusión es la misma que hace un año, cuando los primeros resultados de ensayos de fase tres indicaron que las vacunas de ARNm contra la COVID‑19 eran un enorme éxito. El siguiente paso es obvio: eliminar barreras burocráticas y abrir las fuentes de dinero para movilizar cuantos recursos sean necesarios para inyectar vacunas de alta calidad en cada brazo del mundo lo antes posible. Ya tendremos tiempo de resolver las cuestiones financieras y de aprobación regulatoria más tarde.
Ya pasó un año desde que la magia de la biotecnología nos dio las herramientas necesarias para vencer al virus. ¿Cómo es posible que todavía estemos en esta situación?
- Bradford DeLong, ex secretario adjunto del Tesoro de los Estados Unidos, es profesor de Economía en la Universidad de California en Berkeley e investigador asociado en la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas de los Estados Unidos (NBER).
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas