Por: Omar Palacios y Rodolfo Pastor
Aunque debe entretener y alcanza, como todo arte genuino, a ser su propio fin, el teatro -hay que decirlo- secularmente, ha servido como vehículo e instrumento espiritual. Ha servido en el corazón de la civilización, para civilizar a sus nativos, porque en todas partes nacemos salvajes, y en todo tiempo y latitud hay que sembrar la fe y, para que se entienda, la duda. En el ruedo de Lope y de Calderón, en el viejo Madrid o en el Globo de Shakespeare en Londres, en el teatro barroco de París y en, or off Broadway.
Y antes de aquel, también llamado Siglo de Oro, los primeros misioneros en América se valieron del teatro, para ilustrar la historia de los misterios, como seguía haciendo, hace doscientos años, Reyes el obcecado, en sus pastorelas. Y éste aparejo escogió Jack Warner para su prédica. Para civilizar progreseños, que no es cosa fácil. Aún hoy.
Los suscritos somos vecinos. Hemos estado aquí, vimos y vivimos, escuchamos y tomamos nota. Y por esa vía devenimos obligados a dar testimonio a su partida, sobre esta vocación y esta determinación total de servicio, que encarna Jack Warner. Obligados a darle nuestro agradecimiento, en la forma de una pequeña orquídea encarnada, sobre la camisa de manta que lleva, y que era la que llevaban los abuelos.
Por cuarenta y dos años, desde la última dictadura militar hasta el presente, tiempo que representa más de la mitad de su propia vida, Warner, originario de San Luis Missouri, y muy conscientemente, un alma universal, se dedicó a servir a Honduras, no solo en el plano ritual como sacerdote jesuita en El Progreso, Yoro, sino también desde el escenario de la cultura, del teatro.
Warner edificó Teatro La Fragua -en un sitio que abandonaba la United, en su fuga- aprovechando las viejas pero buenas tablas de aquellas antiguas casas de los capataces, para transformarlas en tablas musicales. Sobre las cuales, varias generaciones de rústicos nativos han entonado poesía clásica y moderna, han elevado en el calor del infiernillo tropical canciones celestiales, han recreado la historia sacra y la historia popular de la nación, rememorando a nuestros lúcidos próceres, aunque fueran anticlericales y come curas.
Armando y pintando las escenografías, operando tramoyas y cuando hubo, cortinas, confeccionando, importando, traduciendo obras y dirigiendo el talento de estos salvajes nobles, que, por esa vía, se convertían en espíritus críticos imbuidos de esperanza. Nada hay más poderoso en el universo. Ni más noble nada que cultivar para saciar el hambre de justicia y de solidaridad, que no solo de pan vivimos, sino también de amor con amor pagado.
Dícese que una fragua es un horno en el que se calientan los metales para forjarlos y moldearlos y martillarles un temple y una forma específica, de cruz, reja o espada. Así, justamente, en la plenitud de su creación artística, se hizo en Teatro La Fragua, con la sensibilidad y el talento de sus jóvenes actores. Fundiendo el lenguaje llano y popular con aquel espíritu residual de la Huelga del 54, en la conciencia social solidaria, hoy emblemática de la Zona Norte, esta donde los espíritus más arcaicos y acomodados del interior de la así llamada república, creen que solo nos dedicamos a sembrar guineos.
En ese céntrico lugar del viejo Progreso, los obreros bananeros, y la muchachada de los barrios circunvecinos, que caminaba fácilmente hasta ahí, en el fresco de la tarde, se convirtieron en auditorio, porque primero hay que hacer el auditorio, en espectadores, pero después en músicos, poetas y actores, Que ahora legan la tarea de llevar adelante esta cosecha para el espíritu de toda La Costa. Porque con ellos, El Progreso exportó teatro, a Tela y La Lima, a San Pedro y aun a La Ceiba, donde también –otrora- se hizo buen teatro.
Y ese arte del teatro que otros decían: “¿que en estos lares” podría parecer un exceso o un lujo. Sin embargo, ha demostrado ser, hecho con esta sensibilidad del forjador, una necesidad social y un medio útil para construir identidad regional y nacional, para hornear conciencia social y, cuando hizo falta, para fraguar la denuncia y la solidaridad, que otros querían ocultar. Otros también después de nosotros enumerarán las obras, las cómicas y las trágicas, rememorarán las actuaciones estelares, las historias de éxito y los ensayos fallidos. Quizás los especialistas descubran ahí recónditos retruécanos teóricos del teatro del absurdo y de la avant-garde.
Nosotros no podremos olvidar el deleite que nos colmó en cada temporada, de cada marzo, septiembre y diciembre, cuando asistimos, nuestro descubrimiento del arte y sobre todo, la vivencia de espacios compartidos de identidad propia, y de emoción profunda. Desde los Cuentos de Tío Coyote, de origen precolombino, o las obras sobre Morazán y Monseñor Romero donde aprendíamos en una hora intensa, la gesta de los héroes verdaderos, los que no enseña la escuela oficial, hasta la pasión cristiana a la Kierkegaard en El asesinato de Jesús, obra favorita de Jack Warner, según él mismo ha relatado.
Muchos en el valle, hemos gozado de sus obras y hasta hemos podido llevar a nuestra descendencia, de la mano, años después de ir la primera vez, a La Fragua. Para muchos esa experiencia ha sido su primera experiencia de teatro, si no, incluso, para algunos, la única. Ahora que va de salida, Warner se enorgullece de que, a su partida, tendremos un teatro cien por ciento hondureño. Y confiesa que lo hizo muy feliz ver caras contentas, al finalizar cada una de las más de cien obras, que creó o dirigió.
Muchas cosas destacan de esta quijotesca obra de Jack Warner. Resalta en todo su concepto de que la belleza no debe ser privilegio de ricos y famosos, y que las expresiones artísticas, que experimentamos, deben estar al alcance de los menos favorecidos. Teatro La Fragua no fue estático, y jamás fue elitista. Fue, por el contrario, en ocasiones incluso, un teatro de emergencia, llevando su obra a los damnificados del huracán Mitch, hasta los albergues, y sus comunidades, queriendo dar con lo lúdico, reparo emocional a los magullones” del destino, sanar hondas heridas.
Seguiremos varias generaciones de nosotros asistiendo a ese teatro al aire libre. Pues semillas tan esenciales como las que ha cultivado la Compañía de Jesús, a través de La Fragua, seguirán floreciendo aun cuando, desde su creación, han tenido poco apoyo oficial, y aunque ya no esté Jack.
Es un soldado de la Compañía y obedecerá la orden de sus superiores, aun a contrapelo. Pero ha confiado a quien escucha que se va del país en contra gana, después de arraigar en esta tierra dura, donde incluso ya había elegido un lugar umbroso en el camposanto.
También nos ha intimado que alberga una esperanza mayor, más íntima, y es que la vida aún le permita ver aquí un “gobierno decente”. Y lo dice, confirmando que adoptó a Honduras también como un espacio cívico y político, como su querida patria.
El último proyecto material al que dedicó sus últimos días en Honduras, ha sido coordinar la instalación técnica del nuevo sistema de iluminación del Teatro La Fragua físico. Acaso ¿es metafórico que Jack se ocupe de que quede todo bien iluminado, cuando tiene que irse, y dejarnos en las terribles tinieblas de esta pandemia, y con despotismo alienado? Ojalá esas otras luces, que esparció su teatro etéreo, ayuden a movilizar la conciencia que se ocupa para botar al tirano. Y que Jack, en su retiro, ¡pueda brindar por la Revolución florida!
En sus entrevistas de despedida, ha dicho que se lleva de aquí dos bellezas. La del paisaje y nos comparte su creencia, que muchos hondureños aún no apreciamos asaz bien incluso cierta grandiosidad del trópico. La segunda, es la belleza espiritual del cariño sincero de nuestra gente, que lo rodeó y amó sin reserva ni prejuicio.
Él a su vez, a sus cabalísticos setenta y siete años, se declara intensamente enamorado de Honduras. Con un amor incondicional por un candor que acaso es muy particular, o por lo menos, más común aquí que en otro rincón. Y dice que aspira a regresar.
A los compatriotas desarraigados de varias generaciones, pasadas de estas que se van yendo hoy, pero que también se fueron cuando no pudieron encontrar una oportunidad, y que no han podido regresar, acaso les mistifique este amor inextricable que una multiplicidad de hondureños, de condición humilde y mediana, seguimos sintiendo por este país de mierda, como dice Trump y piensa el turco.
Mas no deja de ser muy significativo que, paradójicamente, por otra parte, compartan este sentimiento absolutamente injustificado, de nuestro amor patrio, pasional, varios emigrados en Honduras. Jack no es el único. Como antes de él, su maestro y antecesor Guadalupe Carney SJ, este gringo también se ha ganado a pulso, el derecho de ser catracho, y un lugar en la memoria colectiva. What thou loves best, reza el verso del poeta americano, Ezra Pound, is thine true heritage. Y un día Teatro La Fragua será Patrimonio Cultural de la Nación.
Te debemos una estatua en el jardín del Museo. ¡Hasta pronto Jack Warner! Que te sea llevadero el exilio, del retiro en tu país natal y, si te cala el frío, consuélate recordando el calor de El Progreso. En esta tu patria verdadera, te extrañaremos como a quien dedicó su vida a forjarnos, y a fraguarnos como hombres y mujeres libres, y a hornearnos durante casi medio siglo, el pan de una cultura cuestionadora y solidaria. Ojalá, nuestros hijos, repatríen tus cenizas.
31 de enero del 2021.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas
Un comentario
ADIOS JACK,PROGRESO TE EXTRAÑA ASI COMO A OTROS JESUITAS JERRY TOLLE,RAMON PEACE,DOS PARROCOS QUERIDOS Y SE NOS FUERON AL PALACIO CELESTIAL .