Por: Rodolfo Pastor Fasquelle
Muchos no lo entienden, porque la prensa se dedica a otras cosas. Producto y herencia del golpe de 2009 perdimos el impulso de la década anterior, y ahora enfrentamos una calamitosa situación internacional tensada. Cuando Honduras es un polvorín de conflictividad social, agravada por un trance político, enmarcado en una crisis económica, que fingen ignorar. Las poblaciones defienden sus fuentes de agua y bosques. En el Sur y en el Oriente en Tocoa y Namasigüe las comunidades se resisten a proyectos que afectan sus condiciones y calidad de vida, mientras que el capital se empeña en el extractivismo por su mayor tasa de retorno.
Invocando la “cocora” de un caos posible o un despojo eventual, la derecha y el tradicionalismo político rechazan el diálogo y la posibilidad de un pacto (no se puede decir nuevo porque no hubo antes ninguno) que parecería la única salida y el camino hacia la reconciliación negociada. Mientras que -a ratos- la izquierda parece alimentar esa paranoia, al fantasear con un proceso que margine o desoiga a los intereses de la empresa, la propiedad, del capital y las corporaciones, y plantear su constituyente como la panacea de una superstición sin fin.
Se trata de visiones contrastantes que permean incluso en cada uno de los bandos, en líneas paralelas imposibles de juntar. Aun en la cúpula, donde las realidades sociales mayormente se perciben por estadísticas. El Presidente de la Corte Rolando Argueta plantea que la subsistencia de la Misión contra la Corrupción y la Impunidad no es un asunto primordial, cuando faltan horas y voluntad para ratificarla. Mientras que, en Washington el Fiscal General Chinchilla replantea esa cooperación como indispensable para su misión. Y por otro lado, los diputados oficialistas acosados buscan fueros y estratagemas, uno al día, para escapar a la deducción de responsabilidades que reclama la Misión.
Hay un sector oficialista, de voceros del gobierno que nos asegura que todo está bien, que el país avanza como consecuencia de su disciplina macroeconómica, que vamos a crecer 0.4% más que el resto de la región vecina. Los empresarios nos explican que falta remediar la microeconomía, que es la de cada uno. Mientras que la oposición no ha sido capaz de articular un análisis coherente propio y una propuesta alternativa. (¿Cómo vamos a hacer?)
Otros hechos que trascienden contrastan con esas aseveraciones. Para un real crecimiento económico necesitamos inversión productiva, pero no solo no está llegando capital de inversión extranjero, sino que muchas empresas, y no solamente Unilever y Masesa se van del país, como sucede con los capitales que salen primero hacia El Salvador, Panamá y Gran Caimán. Y los mismos ejecutivos de la empresa privada advierten que Honduras está en plena recesión. Pero aun así las instancias encargadas de regular los negocios, los estorban para asegurar e instrumentalizarlos como control político. Se amaga a la producción con más impuestos, en vez de enfocar, en todo caso, la acumulación de los sectores que determinan la mayor desigualdad del continente para invertir en los servicios que pueden nivelar.
Aunque se aumenta en 200% el presupuesto de Seguridad, más bien se recortan los de Educación y Salud, de modo que no hay más aulas, ni maestros, ni hospitales en los que se cobran todos los insumos. Mientras se ofrecen cuatro mil millones a las FFAA para ejecutar programas de fomento a la agricultura y ganadería. Y el Jefe del Estado Mayor defiende que una mayoría silenciosa apoya al gobierno de Juan y es su obligación consecuente, protegerlo. Simple, los médicos y los maestros son sospechosos, los soldados leales y disciplinados. Todo invocando la prioridad del tema de la seguridad.
Pero quien sabe de dónde sacan que ha mejorado esa situación cuando, según el Observatorio de la Violencia de la Universidad, en manos oficiales, las tasas de homicidio han aumentado, igual que el número de matanzas múltiples que llegan en Octubre a 43 y se perfilan todos los días en las primeras planas de los periódicos, y aun asesinan funcionarios y parientes de altos funcionarios que -como la inmensa mayoría de los crímenes- quedan en la impunidad. Diz que han avanzado en la guerra contra el narco, pero todas las semanas capturan aquí, y en el extranjero, provenientes de Honduras, cargamentos, aviones y barcos llenos de drogas. Y aunque aseguran haber depurado la policía, la depuran para ser represor más eficaz y eliminar voces disonantes, no para mejorar su capacidad de investigación o su eficacia en la prevención o persecución del crimen.
Se suspenden los procesos incoados contra oficiales como la muerte alevosa de David Quiroz o los intelectuales del asesinato de Berta. En medio de una oleada de nuevos crímenes políticos. Cuando todos los días trascienden quejas, que son como anuncios de atropellos, de líderes comunitarios y gremiales, comunicadores sociales, defensores de los derechos, sobre el incumplimiento de las medidas cautelares ordenadas por instancias internacionales, previo al acoso y los frecuentes asesinatos de sus miembros. De modo que aun las discretas NNUU reclaman la negligencia y exigen mayor responsabilidad al estado que paradójicamente es el origen del mal.
Más allá de las percepciones de los poderosos la gente del pueblo desespera. No obstante que se ha repatriado al país a cientos de miles de migrantes que no alcanzaron su objetivo en el último año. Logran lentificar el éxodo e inhibir la formación de más caravanas, con la cooperación militar de los países que cruza su ruta, los convenios de país seguro que cuestiona el SICA y capturando a un par de los coyotes, pero no pueden detener la salida, ni mucho menos eliminar el móvil que empuja la migración forzosa. Que nada tiene de extraño o misterioso.
¿Cómo podría ser de otra manera si -como certifica FOSDEH- el 60% de la juventud en edad productiva está desempleada, y solamente cuatro de diez egresados de la universidad encuentran cualquier clase de empleo?
No es cuestión de pedirle que escuche a Juan Orlando, que asusta en un bunker a prueba de todo sonido externo a su propio aparato. Es cuestión de ponerle una camisa calientita, para estos fríos, meterle candado y sentarnos a convenir la única salida, la convocatoria a una constituyente abierta para establecer un pacto de convivencia con garantías, de libertad y justicia, derecho para todos.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas
Un comentario
Aunque muchos escépticos (los lacayos de siempre) rasgan sus camisas arguyendo que no es necesaria la Constituyente, una gran mayoría de hondureños exigimos una Nueva Constitución; ahora más que nunca.