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A propósito de constituyente

 

Por: Edmundo Orellana

 

Enmanuel Sieyés se destaca en la revolución francesa por sus aportaciones al campo de la ciencia política y del derecho constitucional. De él se ha dicho que “es el espíritu mismo de la revolución francesa”.

Abandonó su aspiración a dedicarse a la carrera de las armas por su frágil condición física y aceptó sumisamente el proyecto familiar de dedicarse a la carrera eclesiástica. Funge como vicario general en varias ciudades y escribe dos opúsculos: el “Ensayo de los Privilegios” y ¿“Qué es el Tercer Estado”? La popularidad alcanzada por este último lo lleva, sin ser candidato, a ser electo para representar el tercer estado de París ante la Asamblea de los Estados Generales, convocada por Luis XVI.

Redactó el decreto constitutivo de la Asamblea Nacional Constituyente, que marca el inicio de la revolución, promovió el golpe de Estado del 18 brumario perpetrado por Napoleón y firmó el acta de abdicación de este.

Vivió los momentos más intensos y peligrosos de la revolución y, sin embargo, alcanzó la edad de 88 años. Cuando le preguntaron, al final de sus días, qué había hecho durante la época del terror, contestó: “Yo sobreviví”.

Lo ejemplar no fue su vida, sino su obra escrita. Particularmente, su libro “Qué es el Tercer Estado”. En esa época la sociedad estaba dividida en estamentos: la nobleza, el clero y el denominado tercer Estado, en el que se comprendían los habitantes de los “burgos” o ciudades (patronos, aprendices, prestamistas, comerciantes y profesionales que no eran nobles), y por eso llamados “burgueses”, quienes, si bien no tenían acceso al poder político, eran poseedores de conocimientos, de tecnologías y de importantes fortunas, por lo que terminaron exigiendo participar en el poder político, enfrentándose a la nobleza y al clero, quienes retenían para sí los privilegios, apoyados en sus guardianes: la burocracia, la iglesia, los jueces y el ejército.

Sieyés se plantea: “¿Qué es el tercer estado? todo”; “¿Qué ha sido hasta el presente en el orden político, nada”; “¿Qué pide? Llegar a ser algo”; con el desarrollo de esas respuestas ofrece, en su obra, la fundamentación filosófica-política del tercer Estado.

Sostiene que la libertad es un atributo del ser humano, anterior y superior al Estado, por lo que la nación, que es una asociación de seres humanos, también es libre. La nación, que es el conjunto de voluntades individuales, es el origen de todo poder.

El poder constituyente reside en esa voluntad expresada por la nación de constituirse como organización. Ninguna regla existe antes del poder constituyente e instituido no está sometido a límite alguno. Obra suya, y no del poder constituido, es la Constitución. Se trata de un poder cuya naturaleza es estrictamente política, no jurídica; su legitimidad es, pues política.

Así concebía el poder constituyente Sieyés, quien fue el primero en plantear el tema, impulsado por la necesidad de sustituir el antiguo régimen, monárquico y despótico, por un nuevo régimen, republicano, democrático y representativo.

La doctrina del poder constituyente se ha enriquecido desde tiempos de Sieyés por la aportación de juristas, politólogos y demás investigadores del tema, como consecuencia de los estudios sobre las revoluciones, golpes de Estado o interrupciones del orden constitucional.

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El pensamiento de Sieyés, sin embargo, siempre estará presente al momento de abordar el tema porque el estudio de su obra es necesario para entender el origen, alcances e importancia de ese originario poder cuyo titular exclusivo es el pueblo.

Conocer y analizar la realidad económica, social, política y cultural del país no sería suficiente para quienes están comprometidos con la idea de convocar la Asamblea Nacional Constituyente, si se desprecia o ignora el pensamiento de los estudiosos del Derecho Constitucional y de la Ciencia Política, antiguos y modernos. Por ser conscientes de esta responsabilidad, los constituyentes de 1894 y de 1957 nos legaron, apoyados en su indiscutible acervo cultural político-jurídico, las mejores constituciones que hemos tenido en nuestra historia.

Imitar la conducta de nuestros más conspicuos antecesores, precursores de los más elevados legados históricos, deviene un imperativo categórico si queremos renovarnos, trascendiendo hacia un futuro de certezas políticas y de solidez institucional, venero de libertades públicas cuyo ejercicio goce de garantías plenas y efectivas, y promotor del bienestar económico, social, político y cultural de nuestras próximas generaciones.

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