Por: Rodolfo Pastor Fasquelle
Velada Musical en el Centro Cultural Sampedrano
a Morrow, Godfrey, Melton, White, Marble y Hill
No sé si ellos entendían a quien le estaban cantando, pero intentaron cantar El Encarguito. En un concierto, patrocinado por la Embajada de EUA, la First Baptist Church y otros, ayer en el Centro Cultural Sampedrano, una decena de negros sanos, de variopintos genios y figuras del gran Coro de Morehouse College, fundado en 1911[1], nos cantó a Capello en Ingles I dream a World, Sueño un mundo en que ningún hombre desprecie a otro, un mundo en que todos conozcan el dulce camino de la libertad, en que la codicia no desangre el alma y la avaricia no plague el día (de cada día)…
No invento nada, Encargada. Traduzco solo fragmentariamente ese poema de Langston Hughes, del grupo (generación) llamado Renacimiento de Harlem, musicalizado por Uzee Brown, Director del Departamento de Música de Morehouse, poema que acaso inspiró el famoso discurso I have a Dream de Martín Luther King frente al Capitolio quien, en efecto, asistió a esa universidad emblemática. Y fue martirizado luego de pronunciar ese discurso.
Esa entre tantas otras canciones que cantaron, como un Calypso trinitario (de Trinidad y Tobago) que se burla del chisme (gossip gossip evil thing/much unhapiness it brings) y de la chismosa. Y una canción navideña Nigeriana, llevada a Morehouse por el baterista Olantunji, titulada Betherhemu, por la ciudad del milagro…Y los clásicos spirituals que se llaman, afroamericanos, Mece mi alma en el pecho de Abraham (Rock my soul in…) y, déjenme decirlo en Ingles, Got a Mind to do Right y traducir los versos, Pienso hacerlo bien cada día, cantar bien, rezar bien, vivir bien, amar bien, cada día, Monte Zion (esta última frase comprimida en solo Zion) que cantan entre chasquidos y silabas sin vocales. Con ritmo de tambor, cuando el ritmo es esencial.
Solamente de vez en cuando el piano acompaña, animando inspirándonos a cantar con ellos, Go out and tell your story/ Make them hear you…Ve ahí y cuenta tu cuento/ Y haz que te escuchen/Y diles a quienes nos culpan/Por la forma en que escogemos luchar/Que algunas veces hay batallas/Y que no pude deponer mi espada/Cuando la justicia era mi derecho/ Ve ahí y cuenta tu historia/ a tus hijas y a tus hijos/Hazte escuchar/ Haz que te escuchen/Y diles que en nuestra lucha/No estábamos solos /¡Haz que te escuchen!/ (y háblales) De la Fuerza de la pluma/ Enséñale a cada niño a levantar su voz/ y entonces exigirán la justicia/diez millones de justos/Make them hear you!/When they hear you/ I´ll be near you. ¿Podría ser más claro ese mensaje?
Grité ¡Bravo! Y me erguí con los demás aplaudiendo, aun sin saber cabalmente, si ellos entendían a quien le estaban cantando, ni quien aplaudía. Sin que importara eso. A sabiendas de que no todos los que aplaudían conmigo entendían lo que aplaudía o aplaudían lo mismo. ¡Lleno del espíritu de su música, su ritmo!
Al final también, tuve el privilegio de asistir al cóctel. Ahí saludé a un par de viejos amigos entusiastas, hice nueva amistad con el agregado cultural y otro par suyo, ex alumnos de Morehouse. Tomé una copa de vino. Felicité a los músicos. Les agradecí haber venido, les dije que tenía por qué saberlo y que su concierto es la mejor muestra de arte estadounidense que hemos tenido en este país, en muchos años. (Algunos grupos de jazz son buenos, otros menos) Y mientras platicaba con el Cónsul Werner de la historia de los estadounidenses en San Pedro Sula, se acercó la Encargada de Negocios Fulton y a ella también la felicité y le agradecí, sinceramente, por haber traído el concierto y le conté, por qué los viejos somos platicones y nos gusta recordar, mi cuento.
Ojalá alguien escuche: porque al principio fue la palabra. Le conté que cuando a los 12 años fui a estudiar a Nueva Orleans, a uno de los mejores colegios católicos, no aceptaban ahí negros, los que además tenían que sentarse aparte en el templo, en una sección señalada con un ropo. Tampoco cuando me gradué, en 1964, había ningún estudiante negro en la Universidad de Tulane en donde después hice mi carrera. Porque eran negros. Y apenas estaban exigiendo sus derechos con grandes marchas, con que se tomaban las calles y carreteras y puentes y plazas, justamente liderados por M.L. King. Y que ese fue el momento de la peor violencia, no aun de los negros, porque King abanderaba la manifestación pacífica, pero si contra ellos. Violencia de Klan que asesinaba gente; violencia de la policía con garrotes, envistiéndolos con caballos y armas de fuego en la calle; violencia de la sociedad que encarcelaba a los manifestantes. Le conté que entonces, amé al negro americano. Amé su música y su comida, su alegría y su valentía; su spiritual y sus rice and beans and sausage y la sopa de tortuga. Ya no pude contarle que marché en las calles con ellos, de 1965 a 1968, en Nueva Orleans y en Nueva York y escribí en los periódicos y revistas, para exigir que les permitieran ir al colegio y luego para que dejaran de mandarlos, como carne de cañón, a una guerra injusta y ajena. No pude contarle que marché allá, como marcho aquí hoy con mi pueblo, para lo mismo; para exigir justicia y libertad; para que podamos ser felices los hombres y mujeres libres. En un mundo distinto.
Ya no quiso escuchar más papadas, como dice Guillermo, la Encargada, y se fue a platicar con otros contertulios, menos memoriosos o gárrulos, que tendrían otras historias que contarle. Mas mejores. Pero se me ocurre pensar, Julieta, que si la Embajada por casualidad, en vez de al teatro con aire acondicionado del CC, hubiera llevado ese concierto al Campus universitario, a un concierto al aire libre, y los estudiantes hubieran podido entender esas letras y canciones, de repente la rectoría ¿los habría mandado expulsar con gas y policía, con el cuento de que son subversivos? ¿Y habría roto sus convenios con la Embajada? ¿Y nada hubiera contradicho Viera, Señora?
[1] La universidad es mas antigua, se fundó, explica el folleto en 1867, un lustro después de terminada la Guerra Civil, por la Iglesia Bautista, para formar a sus cuadros, y hoy produce médicos y diplomáticos.
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Me encanta desafiar el poder y escudriñar lo oculto para encender las luces en la oscuridad y mostrar la realidad. Desde ese escenario realizo el periodismo junto a un extraordinario equipo que conforma el medio de comunicación referente de Honduras para el mundo Ver todas las entradas
2 respuestas
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El Sr., Fasquelle conoce, como Marti en su tiempo,al monstruo, por haber vivido en sus entrañas. Los guaraguao no tuvieron esa suerte de ser bien recibidos.