Por: Arturo Rendón Pineda
“Se conoce como asombro a la sorpresa, la estupefacción, el pasmo o la consternación que se produce por algo inesperado o impensado. El asombro puede provocarse por un acontecimiento positivo (agradable), pero también por un hecho negativo” (dañino o doloroso).
Mientras asistíamos a un Cursillo de Cristiandad en Tegucigalpa, hace muchos años, nos hablaba el director del evento sobre “La Capacidad de Asombro”,—algo de lo que nunca había oído hablar—, tema que hoy en día nos ha motivado a escribir sobre el tema, tratando de entender la aparente indiferencia con que nuestros compatriotas han asumido con beatifica indiferencia los alarmantes sucesos que tienen por los suelos el prestigio de Honduras como nación y al pueblo hondureño sometido al más acelerado proceso de estancamiento—por no decir retroceso. Los comerciantes de la política se hacen millonarios a costillas del Estado, en tanto que hay gente pobre sometida a una precariedad total, que se ve obligada hasta robar para no morirse de hambre por falta de oportunidades para conseguir un trabajo honrado para medio subsistir.
Escuchamos noticias de supuestos logros del gobierno que propalan con tanta espectacularidad–(hasta con fanfarrias), para hacer política partidista, sin siquiera dar señales de ruborizarnos. Vivimos inmersos en una frialdad increíblemente congelante, pareciera como que han anestesiado nuestra conciencia y adormecido nuestra dignidad para que podamos tolerar tal situación con paciencia inaudita, en menoscabo de nuestra propia integridad ciudadana y nuestra propia dignidad…porque nos han hecho perder nuestra “capacidad de asombro”, nuestra capacidad de reaccionar.
Es incomprensible la capacidad de aguante de los hondureños ante la terrible amenaza del hambre a que se nos viene orillando, debido a las onerosas cargas impositivas que actualmente estamos obligados a pagar para financiar los millones que otros están dilapidando al comprometer el crédito nacional, al enjaranar peligrosamente e irresponsablemente al Estado. Toda esa catástrofe en lugar de hacernos reaccionar como debiera obligarnos nuestro deber patriótico—al parecer—nos ha paralizado la conciencia, nos ha hecho perder nuestra actitud de reaccionar con la dignidad y gallardía que amerita defender nuestros derechos, dado a que políticos inescrupulosos—-“hicieron lo que tenían que hacer”–para que perdiéramos el civismo y con el: “nuestra capacidad de asombro”.
Reaccionar ante lo que está impidiendo a nuestros conciudadanos a no indignarnos ante este mundo del absurdo, en donde nada nos mueve a reaccionar a una normal acción de repulsa ante la realidad que actualmente estamos viviendo. Este razonamiento nos lleva a pensar que nunca, por ningún motivo, deberíamos perder esta capacidad de protestar ante comportamientos que agreden la moral pública que debe normar a toda sociedad civilizada. Es lamentable notar que el hondureño común, viene adoleciendo de “un amodorramiento de conciencia” que lo ha llevado a adoptar una actitud inconsecuente ante un escenario en que el gobierno pretende hacernos creer que vivimos en un mundo de fantasía, donde la humillación civil ante la prepotencia del gobierno, se da por mandato del miedo usado como estrategia para poder continuar en el poder. La corrupción y las matanzas se han elevado no por encima de la justicia, sino que con su encubridora complicidad escondida bajo el disfraz de una vil mentira. Lo que hoy no es más que una maloliente podredumbre, se quiere ocultar bajo el alucinante disfraz de que en Honduras se está viviendo una vida mejor.
Para usar un término no tan elegante diríamos que el hondureño ha adoptado una actitud “valeverguista” ante lo que pasa en su entorno. Parece haberse convencido que ya nada se puede hacer asumiendo una actitud derrotista dañina para normal desenvolvimiento de una verdadera democracia .Al haber perdido “nuestra capacidad de asombro”, pareciera que hemos rebasado con creces el nivel de tolerancia que un pueblo puede soportar. Los eventos indignantes que viene ocurriendo en nuestro país: la corrupción, la violación de las leyes, irrespeto a los derechos humanos y las inmoralidad de los gobiernos pasados y presentes, nos han hecho perder la fe en nosotros mismos y en todo lo que da sentido a nuestro vivir de manera decente y justa.
Ya no sorprenden a nadie las reiteradas mentiras obviamente maquilladas por medios de comunicación con que se pretende impresionarnos y “apantallarnos” con supuestos logros totalmente alejados de la realidad que vive el país, ni nos preocupamos por dimensionar las consecuencias que de ellas pueden derivarse, porque pareciera que no estamos conscientes de las aguas fangosas, pestilentes y turbulentas en los que nos estamos hundiendo.
En vísperas de la elección presidencial, seguramente los candidatos legales e inconstitucionales harán promesas de campaña para superar esta crisis que estamos viviendo. Dirán que en pocos años acabarán con la violencia, que los soldados regresarán a sus cuarteles y los criminales dejarán las calles, que habrá seguridad y se crearán empleos, escuelas y hospitales con medicinas suficientes para todos. Pero, otra vez, serán como siempre han sido, sólo promesas de campaña. Hará falta algo más que eso para superar esta crisis y esta tragedia, para recuperar la capacidad de asombro extraviada en esta violencia cotidiana y rutinaria. Será responsabilidad de los legítimos candidatos de oposición, pero también de la sociedad, que tiene ante sí el enorme reto de salir de esta indolencia que les impide mirar conscientemente el horror a que los tiene sometidos el candidato de la reelección.
Es altamente desalentador pensar que estamos condenados a vivir una actitud de melancolía infinita; sentimientos causados por la cómoda cultura “del dejar hacer y dejar pasar” que nos ha sido impuesta por una sociedad elitista—prepotente, inmoral y corrompida. Pareciera que nos está volviendo adeptos al masoquismo, al estigma del sometimiento lacayuno, para que los apóstoles de la corrupción que se solazan con los despojos del pueblo, sigan gozando de la danza de los millones con que se vienen enriqueciendo.
Para finalizar, valga repetir el pensamiento de Eduardo Galeano en su libro “El Mundo al Revés”: “La impunidad premia el delito, induce a su repetición y le hace propaganda: estimula al delincuente y contagia su ejemplo. Y cuando el delincuente es el estado, que viola, roba, tortura y mata sin rendir cuentas a nadie, se está emitiendo desde arriba una luz verde que autoriza a la sociedad entera a violar, robar, torturar y matar. El mismo orden que por arriba alza la impunidad como trofeo para recompensar el crimen”.
Quiera Dios que algún día no muy lejano el pueblo hondureño se decida a recuperar “Su capacidad de asombro”.
Santa Rosa de Copan, 24 de Abril 2017.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas