Por: José Rafael del Cid*
Dividir, al igual que el unir, son componentes opuestos del arte de la política. Se unen las fuerzas propias alrededor de propósitos y estrategias comunes. Se divide al adversario para restarle fuerzas, para distraerlo, acorralarlo y golpearlo más contundentemente en el punto escogido. Mientras se participe en combates en los que se identifica a un enemigo, el estratega tendrá en cuenta el unir a los suyos y dividir a los otros.
Candidez extrema es que la oposición se piense fuera de la mira del partido gobernante en la batalla por el control del aparato público; y viceversa. Es un juego de posiciones y movimientos en el que cada uno busca adivinar los propósitos del otro, por lo que consecuentemente, se defiende o ataca.
Al momento, el partido de gobierno enfrenta a adversarios atomizados y aturdidos, que han perdido el norte, que se atacan entre sí o actúan descoordinadamente. Para unirse necesitan sosiego, deben plantear bien el problema, identificar prioridades y acordar una estrategia común. El gobernante ha conseguido distraerlos, al punto que confunden el cebo con la manteca.
Que el partido en el poder divida no es el problema, es lo esperable. Pero por muy enemigo que el otro sea, en política como en otros ámbitos de la convivencia humana, se establecen límites. Estos son las normas, reglas, leyes, que se deben respetar. Un legendario estratega político aconsejaba brindar siempre al vencido una salida honorable. Este consejo, convertido en código ético de muchos dirigentes, encierra sabiduría profunda. Tratándose de la arena política de un país, el principal de los límites es su propia legislación.
Entonces, confundida oposición, ¿Qué será lo primero para lograr una estrategia exitosa? ¿Será el alarde que cada uno, separadamente, haga de su capacidad para vencer al partido en el poder? ¿O la unidad que puedan utilizar para denunciar y castigar la grave violación a las reglas del juego en que ha incurrido el partido en el poder?
El camino del alarde está lleno de trampas. La primera deriva del enorme daño que se le está haciendo a la institucionalidad. Usar la cabeza, por favor. Este camino debilita la aplicabilidad de nuestra Constitución. Nos deja a merced de los mañosos, de los consabidos irrespetuosos de filas y convenios. Las otras trampas son todas las triquiñuelas a disponibilidad de quien controla los recursos públicos, los Poderes del Estado y el aparato represivo. No creo que ninguno de los opositores, por separado, tenga ahora ni en el cercano futuro la capacidad suficiente para sortear tales trampas.
La ruta de la unidad, la ruta de la entereza para defender la Constitución, aunque ésta haya perdido su virginidad y se halle en harapos, es la que sí puede evadir los mecanismos distractores que se han urdido desde el Poder. Visto en perspectiva, el movimiento de Los Indignados levantó una consigna certera: “¿Cuál es la ruta? …” Hoy se mira claro. Antes era premonición, temor adelantado. Hoy es certeza. El hombre se lanzó. El hombre ya transita las arenas movedizas del reeleccionismo. Como dicen los mexicanos: “¿Me entiendes Méndez o no me explico Federico”?
* Investigador y docente en temas de sociología del desarrollo y política social
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas
Un comentario
Buen comentario. Ojalá siga escribiendo. No estoy seguro si el de la foto es una persona del mismo nombre que conocí hace más de 40 años en la Unah o es su nieto. Lo digo por la juventud del que aparece en la gráfica. De todos modos, lo felicito.