Por: Pedro Morazán
A primera vista, Haití da la impresión de ser incapaz de gobernarse. El pasado martes 21.03.2024 el presidente de ese país, Ariel Henry, renunció a su cargo declarándose incapaz de terminar con las pandillas armadas que tienen bajo control el 80% del territorio. Jimmy Cherizier, apodado “Barbaque”, es el líder más importante al frente la pandilla más grande, denominada “G9 y Familia”. Mientras Henry buscaba apoyo militar en Kenia, las pandillas ingresaban a la principal cárcel del país liberando a más de 3,700 criminales e impidiendo el retorno del presidente al país. Miles de haitianos han perecido víctimas de la violencia armada de las bandas, que controlan las principales vías de acceso a la capital Puerto Príncipe, el suministro de combustible, los puertos y aeropuertos. Las pandillas constituyen un poder real en un país donde, de hecho, el Estado no existe.
¿El regreso del “estado natural” de Hobbes?
Thomas Hobbes «Leviatan», Foto Flickr
Revisando los acontecimientos uno se siente tentado a pensar en lo que Hobbes llamaba el “estado de naturaleza” y que yo prefiero traducir como “estado natural”, contradiciendo al mainstream académico. En su magistral libro “Leviatán”, Hobbes se alejó por completo de las viejas tradiciones de pensamiento político de dos mil años de antigüedad, ya formuladas por Platón y Aristóteles. De hecho las similitudes de la Inglaterra de entonces con el Haití de hoy, son bastante significativas. En 1642, estando Hobbes exiliado en París, estalló la guerra civil que llevó por segunda vez al colapso de Inglaterra. La guerra civil se convirtió, para este genial filósofo, en el prototipo del estado natural de la humanidad, consistente en “una lucha de todos contra todos”. En 1649 la ejecución del Rey Carlos I. fue un gran shock para Hobbes, quien de inmediato comenzó a trabajar en su «Leviatán».
El Leviatán, como bien se sabe, es una criatura mitológica marítima, descrita en el libro de Job en el capítulo 40 de la Biblia. Dicha figura fue elegida por Hobbes como metáfora para indicar la fuerza de un Estado, que es establecida por los hombres y no por la voluntad divina, contradiciendo la idea dominante del absolutismo de la edad media. La violencia que reina actualmente en Haití parece exigir una solución de “orden” como la que aspiraba Hobbes: los homicidios, la violencia sexual, los secuestros, las masacres y los asesinatos de policías parecen estar en aumento, a pesar de la intervención internacional. Para muchos, solo una acción divina podrá salvar a tan vilipendiado país.
El famoso “Contrato Social” definido por el filósofo suizo Jean Jaques Rousseau, parece poco probable en los barrios pobres de Haití. La “voluntad general” roussoniana como fundamento de toda democracia moderna consiste en que, aunque cada individuo pueda tener una voluntad particular diferente a la voluntad general de la sociedad este acepte a sujetarse a dicha voluntad general plasmada en las instituciones. La libertad natural que el hombre pierde por medio del Contrato Social, es de menos peso que lo que gana como libertad civil y la propiedad de todo lo que posee, según Rousseau. Nada de esto parece reconocerse en la motivación de los pandilleros fuertemente armados que asesinan a todo el que no comparta su voluntad natural.
No pocas veces se confunde la voluntad general con la “voluntad de todos” que encierra, lo que, en mi opinión, estamos presenciando ahora en Haití. La voluntad de todos es entendida como la suma aritmética de las voluntades individuales. Desde el punto de vista de las ciencias políticas, sin embargo, esto es una quimera. La voluntad de todos conduce al acuerdo al interior de grupos políticos o, como en este caso, criminales que intentan imponerla, por la fuerza, al resto de la sociedad. Eso no se puede llamar Contrato Social.
La responsabilidad estructural
Para el caso que nos ocupa, es importante ahondarse en las raíces históricas de la crisis. Estas se remontan a más de doscientos años atrás. Por lo general no acostumbro a culpar al colonialismo o al imperialismo de todos los males que aquejan al continente. Tales enfoques son, en muchos casos productos de una suerte de pereza intelectual. En el caso concreto de Haití, sin embargo, las cosas son diferentes. Especialmente Francia y los Estados Unidos tienen una cuota enorme de responsabilidad estructural por el fracaso histórico del primer país del mundo que logró la abolición de la esclavitud. Como bien lo apunta La Profesora Marlene Daut en sus profundos análisis de la historia de Haití, el colonialismo francés junto con los británicos y españoles hicieron todo los posible para impedir el éxito de la primera gran revolución independentista del continente.
Jean Jacques Dessalines – PICRYL – Public Domain
Lo paradójico de todo esto es que fue el mismo Napoleón, quien en nombre de la revolución francesa inspirada en Rousseau, entre otros, envió mas de 60.000 soldados a aplacar la revolución haitiana en 1803. A pesar del sangriento ataque del imperio francés, un ejército dirigido por antiguos esclavos afroamericanos se declaró independiente el 1 de enero de 1804, iniciando con ello la revolución de la independencia latinoamericana. El héroe nacional Jacques Dessalines, se convertía en emperador de Ayití (nombre precolonial de la isla) después de derrotar al ejército napoleónico. Las ruinas del famoso Palacio de San Souci, hoy patrimonio cultural de la humanidad, son testigos mudos de esa lucha heroica.
Como bien lo apunta Julia Gaffield, “apoyando la perspectiva colonial francesa, los líderes de América y Europa inmediatamente demonizaron a Dessalines. Incluso en Estados Unidos, recién independizado de Gran Bretaña, los periódicos relataron historias horribles de los últimos años de la Revolución Haitiana, una guerra por la independencia que se cobró la vida de unos 50.000 soldados franceses y más de 100.000 haitianos negros y mestizos. Durante más de dos siglos, Dessalines fue recordado como un bruto despiadado”. La historia de Haití está siendo reinterpretada y requiere ser depurada de todo vicio racista.
Como es bien sabido Francia le exigió al presidente haitiano, Jean-Pierre Boyer, pagar 150 millones de francos –equivalentes a 21 mil millones de dólares actuales– por la pérdida de “propiedad” humana y territorial. Es decir, los esclavos tuvieron que pagar a sus antiguos perpetradores y descendientes indemnización por los daños recibidos. Francia nunca llegaría a aceptar la independencia de Haití. Para garantizar el cumplimiento, buques de guerra franceses con cañones cargados amenazaron al país desde el puerto de Puerto Príncipe. Jefferson impuso un embargo a Haití, cortando el comercio con el país de 1806 a 1808, y Estados Unidos se negó a reconocer la independencia de Haití hasta 1862.
Nada de esto ocurrió con el resto de los nuevos estados independientes del continente. Como bien lo apunta Gaffield, “El más atroz de estos desafíos a la soberanía de Haití fue la ocupación estadounidense (1915-1934), durante la cual Estados Unidos reescribió la constitución haitiana y eliminó la cláusula fundamental que impedía la propiedad extranjera de tierras.” En ese contexto se entiende el concepto de “responsabilidad y justicia estructural” enunciado por la gran feminista y politóloga Iris Marion Young. Ante el drama que vive actualmente Haití tanto Francia como los Estados Unidos de América están en la obligación de asumir su cuota de responsabilidad estructural. Esto implica, hacer todo lo posible por resarcir el daño histórico, contribuyendo a crear una situación donde los haitianos puedan por fin vivir en paz.
Después de que el terremoto de 2010 devastara por completo a Haití, académicos y periodistas escribieron una carta al presidente francés exigiendo que Francia le devolviera el dinero a Haití. El economista francés Thomas Piketty resucitó la idea en 2020, argumentando que Francia le debe a Haití al menos 28 mil millones de dólares. El gobierno francés, bajo varios presidentes, se ha opuesto a la idea y es poco probable que le devuelva el dinero a Haití en el corto plazo.
Una solución no solo es posible, sino necesaria
En muchos círculos políticos se ha llegado a instalar una especie de frustración y resignación en lo referente a Haití y su futuro. Esto se debe también a que no se han sacado las conclusiones en torno a la historia más reciente de ese país. Solo si se analiza de manera objetiva y sin prejuicios ideológicos la herencia proveniente de la dictadura de François Duvalier y de su hijo Baby Doc, se podrán desarrollar estrategias adecuadas a la situación. La violencia que aqueja a ese país tiene que ver también con la herencia de esa dictadura y la violencia de sus estructuras paramilitares más conocidas como Tonton Macoutes que fueron las parteras de las actuales pandillas.
Tanto los trabajos de Djems Olivier como los de Jaque Johnston muestran que Estados Unidos es, por su parte, también responsable de la actual situación. Durante años las diferentes Administraciones han apuntalado a un gobierno ilegítimo de facto, que se negó a negociar seriamente con la oposición o la sociedad civil para encontrar un camino creíble para restaurar la democracia. El embajador norteamericano Daniel Foote, quien fue designado por el presidente Biden como enviado especial de Estados Unidos a Haití en julio de 2023, renunció en protesta contra la política de su administración de repatriar a los migrantes haitianos. «No seré asociado con la decisión inhumana y contraproducente de Estados Unidos de deportar a miles de refugiados haitianos», escribió Foote en su carta de renuncia. En julio de 2021, el presidente de Haití, Jovenel Moïse, fue asesinado por mercenarios colombianos, algunos de los cuales habían recibido entrenamiento militar estadounidense.
Pero no solo las potencias mencionadas tienen responsabilidad estructural sobre la situación calamitosa de ese pobre país. También las estrategias de las Naciones Unidas que apostaron a apoyar solo el trabajo de organizaciones no gubernamentales (ONG) debilitando en lugar de fortalecer las tan necesarias estructuras estatales, contribuyeron a destruir las endebles instituciones estatales. La policía haitiana necesita ayuda. Los policías ni siquiera cobran, no tienen el apoyo que necesitan. Todavía hoy los Estados Unidos dan dinero a empresas estadounidenses para que proporcionen formación en seguridad, pero no se preguntan de donde saldrá el dinero para pagar policías si no es posible recaudar impuestos. Antes de la renuncia de Henry se planeaba gastar más de 600 millones de dólares para equipar y desplegar una fuerza internacional. Tres veces más que el presupuesto anual de la policía haitiana, como lo afirma Johnston en una entrevista.
Haití es un país con más de 11 millones de habitantes, con una historia de la que se puede sentir orgulloso todo un continente. Existe una élite intelectual que solo espera el apoyo necesario para poder tomar, por fin, el futuro del país en sus manos. El famoso “Contrato Social” es la mejor herencia que se puede asumir, de una Revolución Francesa que traicionó lo más preciado de sus ideales, en parte por ser presa de un racismo arcaico. Tanto la el CARICOM como el CELAC podrían contribuir a trabajar con la sociedad civil haitiana a retomar el camino de la liberación. De lo que se trata es de ayudar a los haitianos a construir un Estado democrático con instituciones fuertes. La situación actual nos afecta a todos y no beneficia a nadie.
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Doctor en Economía e investigador del Instituto SUEDWIND de Bonn, Alemania. especializado en desarrollo y deuda externa, y ha realizado estudios para el EDD en África y América Latina Ver todas las entradas