La Habana.-Los legendarios Rolling Stones ofrecen este viernes un concierto gratuito que promete ser el espectáculo más grande jamás visto en La Habana, la isla comunista donde el rock estuvo censurado por años.
Varios cientos de miles de cubanos son esperados en la Ciudad Deportiva para un espectáculo gratuito y al aire libre, que ya recibió toda clase de superlativos: “Histórico”, “desmedido”, “único”… y una certeza: será el mayor concierto jamás realizado en la isla.
Tres días después de la también histórica visita a Cuba del presidente estadounidense Barack Obama, la banda británica, que cierra en la isla su gira “América Latina Olé”, hará vibrar a golpe de decibelios la Ciudad Deportiva, un complejo inaugurado antes de la revolución de Fidel Castro en 1959.
Los primeros acordes sonarán hacia las 20H30 locales (00H30 GMT).
Pese a la ausencia de promoción publicitaria, se estima que unas 500.000 personas desborden la Ciudad Deportiva, y probablemente sean muchas más si se cuentan las que quedarán atrapadas en las calles aledañas al lugar.
Esa cifra puede incluso disuadir a algunos de no asistir en un país poco acostumbrado a concentraciones de esa envergadura.
“Quiero ir, pero allí habrá mucha agitación. Veré si me lleno de coraje para ir con mi familia”, explica Pedro, un taxista de 40 años.
El país de la salsa, la trova y el son, está preparado para recibir a sus “majestades satánicas” en Viernes Santo con un escenario de 80 metros de largo y 10 pantallas gigantes.
Los Rolling Stones sellarán a lo grande la reconciliación de Cuba con el rock, tras los recuerdos que persisten aun en generaciones de cubanos que padecieron la censura de este género musical en los años sesenta.
Nunca hubo un decreto que prohibiera explícitamente el rock, pero la música “del enemigo” fue prohibida durante años por el régimen de Fidel Castro.
Los cubanos recuerdan cómo en esa época escuchaban a los Beatles o a los Rolling Stones en la intimidad de sus cuartos en vinilos que llamaban placas o casetes que intercambiaban a escondidas.
“El rock and roll se asociaba al pelo largo, a las drogas, a ese tipo de ropa, era mal visto. Y se vinculaba con Estados Unidos, no importaba si la música venía de Gran Bretaña o de Australia, era en inglés y por tanto era malo”, recuerda Eddie Escobar, de 45 años y fundador del Submarino Amarillo, uno de los pocos bares de la capital cubana dedicados al rock.
A partir de los años 80, este género musical comenzó a ser tolerado hasta que logró imponerse en los medios del Estado. Algunos artistas estadounidenses fueron entonces autorizados a pasarse en la isla.
Pero el arribo de los Rolling Stones supera con creces cualquier precedente, por la importancia de la banda y la concurrencia esperada.
“Tengo la impresión de que es el comienzo de una nueva era, en la que el país se va a abrir un poco más a la cultura, a la influencia de artistas de otros países. Los Rolling Stones son los artistas más importantes que vienen a Cuba”, señala “Rocky”, que vestido con una camiseta de “sus majestades satánicas”, su banda favorita, pernoctó cerca de la Ciudad Deportiva para asegurar un buen lugar en el concierto.
En 1979, después de la distensión orquestada por los presidentes Fidel Castro y Jimmy Carter, Billy Joel y Kris Kristofferson hicieron historia en el Festival Havana Jam, pero aquellos tres días de conciertos quedaron reservados a los interiores del teatro Karl Marx (5.000 butacas) y fueron por invitación.
En 2005, el grupo estadounidense Audioslave, compuesto por miembros de las bandas “grunge” Soundgarden y Rage Against The Machine, congregaron a varias decenas de miles de personas en la “Tribuna Antiimperialista”, ubicada al lado de la actual embajada de Estados Unidos en La Habana.
Cuatro años después, en esa misma plaza, Kool and The Gang puso a bailar a cientos de miles de cubanos con un concierto excepcional.
No es la primera vez que los Rolling Stones son pioneros. Por ejemplo, en abril de 1967 se convirtieron en el primer grupo de Europea Occidental en cruzar la cortina de hierro para hacer un concierto en la gran sala del Palacio de la Cultura de Varsovia, de estilo estalinista.
La experiencia se vio empeñada con peleas entre partidarios del régimen y jóvenes frustrados por no poder acceder al lugar.
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