Por: Anna Bjerde
WASHINGTON, DC – No hay lugar en el mundo donde el impacto de las crisis recientes -las consecuencias económicas perdurables del COVID-19 y los efectos derrame a nivel global de la guerra de Rusia en Ucrania- se sienta más que en el mundo en desarrollo. A la gente en los países pobres les cuesta lidiar con los precios más altos de los alimentos y de los combustibles y con una deuda insostenible, mientras que los niños todavía sufren las consecuencias de la pérdida de aprendizaje causada por la pandemia. En muchos lugares, el crecimiento económico se ha detenido.
A estos desafíos se suman los efectos del cambio climático, que se están volviendo cada vez más pronunciados. Las inundaciones, las sequías y las malas cosechas amenazan la vida y los medios de subsistencia. Y, como advirtió el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC por su sigla en inglés) en su informe más reciente, el mundo debería actuar de inmediato para evitar algunas de las consecuencias más catastróficas del calentamiento global, que serían más perjudiciales para los más pobres y los más vulnerables.
La “policrisis” global plantea una amenaza sin precedentes para el desarrollo económico. Crear un futuro más resiliente, sustentable y próspero para todos hoy exige redefinir los elementos fundamentales del crecimiento para abordar las nuevas amenazas transnacionales. La capacidad de respuesta, la innovación, la cooperación internacional y las alianzas del sector privado importan más que nunca. El Banco Mundial, que ya es el mayor proveedor de financiamiento para la acción climática en los países en desarrollo, está fortaleciendo su modelo operativo para responder con celeridad a estas nuevas circunstancias.
Cuando se evalúan las perspectivas de los países de bajos ingresos, los números hablan por sí solos. En las economías en desarrollo, se proyecta que el crecimiento para el resto de esta década será un tercio más bajo que en los años 2000. Las crisis recientes han arrojado nuevamente a la pobreza a decenas de millones de personas. En lugar de cumplir con el Objetivo de Desarrollo Sostenible de poner fin a la pobreza extrema para 2030, la tasa actual de progreso implica que casi 600 millones de personas seguirán viviendo con menos de 2,15 dólares por día. El panorama a más largo plazo es igual de lúgubre: las crisis educativas relacionadas con el COVID podrían costarles a los estudiantes de hoy en los países de bajos y medianos ingresos hasta el 10% de sus ingresos futuros.
Para revertir las pérdidas de los últimos años y lograr que los países en desarrollo vuelvan a encontrar el rumbo, necesitamos ayudar a los gobiernos a alcanzar una estabilidad macroeconómica y desarrollar entornos empresariales que favorezcan la inversión del sector privado. También es esencial lanzar proyectos de capital apto para inversión que respalden un futuro más sostenible, inclusive en energía renovable e infraestructura resiliente al clima. Y un respaldo para construir sistemas de salud pública, educación y ayuda social es necesario para mitigar el impacto de las crisis futuras.
Los últimos tres años han demostrado la importancia de escalar la preparación para las crisis y mejorar los tiempos de respuesta. El Grupo Banco Mundial ha ofrecido un paquete de financiamiento de 170.000 millones de dólares durante los 15 meses previos a junio de 2023, destinado a ayudar a los países a abordar los efectos de las múltiples crisis superpuestas. De manera crítica, esto ha incluido un apoyo para fortalecer los sistemas de protección social y la seguridad alimenticia y nutricional en algunos de los países más vulnerables del mundo. Desde febrero de 2022, el Banco Mundial ha movilizado más de 23.000 millones de dólares en ayuda financiera para Ucrania.
Los fondos dirigidos también juegan un papel crucial a la hora de mitigar los desastres futuros. El nuevo Fondo para Pandemias del Banco Mundial, por ejemplo, ayudará a los países de bajos y medianos ingresos a impulsar su capacidad en áreas esenciales como el control de enfermedades, los laboratorios, la fuerza laboral del sector de la salud pública y la participación comunitaria, así como la comunicación, la coordinación y la gestión en casos de emergencia.
Los desafíos que, por su naturaleza, son esencialmente transnacionales o globales -particularmente, el cambio climático- están impulsando los mayores cambios en la política de desarrollo. Además de mayores recursos, el progreso exigirá que se fomente la cultura del intercambio de conocimientos, para que los países puedan aprender rápidamente de las experiencias de los demás y tomen mejores decisiones en condiciones de gran incertidumbre. Una planificación cuidadosa también es necesaria para garantizar que los proyectos fortalezcan la resiliencia a largo plazo y sean escalables a través de la inversión del sector privado.
Abordar el calentamiento global puede parecer una tarea desalentadora, pero el informe reciente del IPCC brinda cierta esperanza. Observa que varias tecnologías de mitigación -especialmente las enfocadas en un mejor uso de la tierra y en energías renovables- se han vuelto costo-efectivas en los últimos años. Asimismo, las políticas destinadas a acelerar la incorporación de estas tecnologías, reducir la deforestación y mejorar la eficiencia energética han dado lugar a reducciones significativas de las emisiones de gases de efecto invernadero en algunos sectores. Con apoyo internacional, esos avances podrían representar una ventaja para los países en desarrollo.
Por sobre todas las cosas, los nuevos desafíos exigen una mayor cooperación entre los países y un mayor compromiso de parte de la comunidad internacional. Aquí también hay esperanza. El mundo acaba de experimentar una pandemia mortal que podría haber sido aún más letal sin una colaboración transfronteriza. Al trabajar juntos, pudimos producir y distribuir vacunas efectivas a una velocidad récord. Como las crisis globales no dan señales de ceder, y como las economías en desarrollo reciben la carga de su impacto, este tipo de compromiso compartido y de acción unificada debe volverse la nueva normalidad.
Anna Bjerde es directora gerente de Operaciones del Banco Mundial.
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