Los Reyes Desnudos

  ¿Y las coordenadas, señora presidenta?

Por: Roger Marín Neda

                        ENTRE LÍNEAS

¿Es realista políticamente esta separación rigurosa de partido, gobierno e ideología, por un lado, y gestión privada de la economía, por el otro?

En el artículo “Los gatos de Deng Xiaoping”, esta pregunta no respondida es gemela de otra, sobre el realismo económico de la reforma del gran estadista Deng, respondida por su triunfo portentoso.  

Pero 40 años de pasmosos resultados   económicos no son suficientes para estimar las posibles consecuencias políticas de un sistema híbrido.   ¿Surgirán conflictos en el futuro? Esta duda, que no es apremio para China, reconocida por su percepción parsimoniosa del tiempo, ¿Debería alertar a Honduras?

¿Qué esperamos de China? ¿Ayuda compasiva que financie nuestra irresponsable deuda pública y nuestra   quejumbrosa economía? ¿Un estadio de fútbol para contentar la única pasión que nos unifica? O, en actitud altruista y valiente, ¿Aprender cómo cambiar cultura rural y economía? Respuestas, concepción del proyecto, rumbo y coordenadas para seguirlo, deben ser trazados e informados por la presidenta Castro, directora electa de la rosa náutica del poder.  

Es lícito suponer que un proyecto de esa naturaleza movería la unanimidad   popular. Para alcanzarla, China comenzó por separar la economía de la ideología y de la política del Partido; luego, demostró sin ambigüedades el carácter privado de la economía; redujo las burocracias del Estado y de la empresa privada; incorporó en el proceso a los pequeños empresarios, centrales en el rol de la empresa privada; desarrolló la modernización radical de la educación. Estas y otras son lecciones de China que debería implantar nuestro país, si la intención fuese combatir la pobreza y rescatarlo del pasado.

Convertir en 40 años a China en la formidable economía de hoy, requirió un programa así de integral e incluyente, un compromiso nacional de pueblo, nación y sociedad.   Guardando las naturales diferencias, todas las revoluciones económicas de los siglos XVII al XX impusieron sacrificios dolorosos. Para el caso, la inglesa con su revolución industrial, la de EUA con su guerra civil. Diez mil años de economía agrícola han sido comprimidos en unos tres siglos. Las desgracias, los sufrimientos, las guerras, las injusticias, acompañaron ese salto, obligado por la evolución de nuestra especie: de la agricultura a la industria, y hace unas décadas, de la industria a la información; y hoy, de ésta a la inteligencia artificial.

No hay esperanza para los países que sigan estancados en la cultura pasada, o crean que bastan tímidos cambios, mientras el futuro es ya el presente. No somos un país cuyo rezago atraiga la generosidad exterior, cada vez más renuente. Tal es la certeza, y tal es la gravedad de su reto, señora presidenta.  

Es deber inexcusable salvar la nación, buscar nuestro propio camino, aprendiendo de China sin entrar en el suyo, que no nos concierne. Sería desastroso soslayar su ejemplo y mantener tradición y retraso; sería catastrófico entregar el país por nostalgia y fervor sentimentales, por ideologías que la propia China replanteó para vencer su pobreza y su subdesarrollo.

En este complejo embrollo del país confluyen tiempos indefinibles, corrupción, inacción, prejuicios, intereses creados, ideologías, y tantos otros factores. Sin confusión, están también quienes entienden la urgencia inaplazable de reformar el país, y hay quienes prefieren la holganza y el disfrute de las viejas costumbres.  

En su obra “Children of the time” Allan Tchaikowsky advierte el riesgo que corre una sociedad atribulada cuando su selección del rumbo es errada: “¿Cómo es que pudimos llegar tan lejos con tantos tontos en el estanque de genes?” Un notable    politólogo escribe esta emparentada conclusión: “Una cosa cierta es que nunca mejoraremos nuestro presente estado de cosas, a menos que lo entendamos” (Ethan Hoollander: Democracy and its aternatives).

Tegucigalpa, 22 de junio, 2023.

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