Los Reyes Desnudos

¡Viva el rey!… ¿adiós Europa?

Por: Roger Marín Neda

“Las masas esperan que el Rey o la Reina luzcan y desempeñen su papel. Quieren ver la Corona y el cetro y toda esa clase de cosas. Quieren reflejos dorados a cuenta de su dinero.”

El vizconde Halifax hizo esta reflexión al secretario de la reina Victoria (reinó de 1837 a 1901). El poder decisivo del rey había sido eliminado en 1638 por la revolución democrática de Cromwell, pero la tradición ceremonial de la Corona quedó intacta, como cohesión de la unidad y la fuerza de los súbditos y la nación.

Pues “…lo que importaba a la vasta mayoría de los súbditos no era el lado constitucional, sino el lado teatral de la monarquía. Lo mismo es cierto para la monarquía de hoy”. (Tracy Borman: “Crown and Sceptre”, rigurosa historia de la monarquía británica).

Desde sus orígenes, nación y Corona   enfrentaron brutales desafíos: continuas guerras internas, encarcelamientos, asesinatos, destierros, todo dentro de familias y dinastías, por la sucesión al trono; enconadas guerras religiosas, frecuentes guerras externas, sangrientos episodios que arriesgaron a veces la existencia misma del país; más la imposición militar, implacable e inhumana, del impero por el mundo entero.

Además del genio, de la osadía y de la -codicia imperiales, en la respuesta victoriosa de la nación y de la Corona- contaron tempranas y tenaces instituciones, como la Carta Magna de 1215, la disciplina individual y colectiva, la ostentosa parafernalia de la Corte. Y también, ocultada y negada, la lucha, la política y la bravura de mujeres extraordinarias del reino.

Tres reinas fueron determinantes: Durante 44 años, Elizabeth I (1558-1603), construyó el Imperio, durante 63 años; Victoria (1837-1901), sin poder formal, empujó decisiones cruciales para la expansión colonial, y durante 70 años, Elizabeth II (1952-2022), hasta donde pudo, mantuvo vigentes la Corona y sus tradiciones en la etapa final del Imperio, para ayudarle a caer sin estrellarse.   

 El rey Carlos III recibe el reino con una incomprensible crisis política, y con una economía en grave deterioro, si acaso recuperable en largo plazo, con severos sacrificios para una población cuya mayoría parece ahora dudar de la monarquía. ¿Cuál será la misión del nuevo rey, en circunstancias tan ruinosas?

Ningún país podrá superar en solitario su   desastre. La recuperación económica requiere un esfuerzo integral de la Unión Europea, que sufre similares ahogos económicos y políticos, en una economía mundial imprevisible después de la guerra.

Europa, ejemplo político admirado y celebrado por los países en desarrollo desde los años cincuenta, podría arriesgar la tradicional confianza de América Latina, que durante décadas recibió de la Unión apoyo y comprensión para los movimientos políticos modernos y moderados de la región latina, que en su búsqueda de una salida democrática, pacífica y tolerante del subdesarrollo, recibió ayuda generosa de gobiernos y partidos liberales y socialdemócratas europeos, aún en los peores momentos de la Guerra Fría.

América Latina, sin preferencias para Rusia, muestra indiferencia respecto a la guerra, sin entender por qué Europa no practica su lección de adoptar una posición política propia en defensa de sus valores, sin dañar su economía, ni su comercio, ni las relaciones con su aliado más poderoso.

Europa sugería que América Latina no debía alinearse con la URSS para salir del subdesarrollo, porque tenía sus propios méritos y valores.

No obstante, sin esgrimir su liderazgo ni definir su propia política, la la Unión ha confiado la guerra a los militares, cuando el conflicto es del todo político, que antes de perder la paz, debió ser atendido por los políticos de todos los países relacionados, sin más armas que la diplomacia, ni mejores objetivos que la paz mundial.

En estas circunstancias, la tarea de Carlos III y de su país luce tan compleja como la que compromete el futuro del Reino Unido y de Europa.   

Tegucigalpa, 03 de mayo, 2023.

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