Por: José Rafael del Cid
A los pocos meses de mi entrada a los estudios universitarios, en 1971, me convertí en lector del «Boletín del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la UNAH» (IIES) y de su revista «Economía Política». En esas dos publicaciones destacaban los nombres de Marco Virgilio Carías (QED) y Víctor Meza (QED), gracias a sus acuciosos y bien redactados artículos interpretativos de la situación nacional.
Llegó a tanto mi admiración por estos dos personajes que me encaminé hasta las oficinas del IIES, ubicadas en el entonces alejado edificio de Ciencias Biológicas. Allí los pude ver sentados cada uno frente a sus respectivos escritorios. Me auto presenté a ellos con el agregado de mi expresión de respeto por su trabajo. Les cayó en gracia mi atrevimiento y, con ello, me gané el convenir que cada mes debía pasar a recoger el Boletín para repartirlo entre el estudiantado del Centro de Estudios Generales y la Facultad de Economía. Así nació una amistad, un respeto mutuo.
Al año siguiente tomé la asignatura de Métodos de Investigación Económica impartida por Irma Roberta Díaz (QED) y Víctor. Entonces pude tratarlo más de cerca, tener la suerte de que nos contara de sus aventuras personales y las confidencias de su pensamiento político.
Recuerdo haberle mencionado que también yo había matriculado la clase de Economía Política. Me preguntó por los textos en uso. “Uno de ellos es el de Oskar Lange”, le dije. “Bien” -me contestó- “pero te recomiendo agregar, si puedes conseguirlos, los dos tomos de Economía Política de Ernest Mandel”. A como pude conseguí dicha obra y debo confesar que influyó muchísimo en mi formación académica.
Menciono esta recomendación de Víctor porque E. Mandel era considerado entonces como un sólido economista marxista, militante de la IV Internacional Trotskista. Víctor se confesaba admirador de León Trotsky, quien fuera el más temido adversario político de Joseph Stalin. Si la hubo, desconozco cuán profunda pudo ser la militancia de Víctor dentro del movimiento Trotskista, pero sí me atrevo a asegurar que su característico pensamiento crítico estuvo fuertemente influido por los escritos de este notable personaje de la historia de la revolución bolchevique.
Destaco lo más sobresaliente: Víctor admiraba la hazaña de los revolucionarios rusos, pero criticaba acremente el giro totalitario provocado por Stalin. Esto convertiría a Víctor en persona no del todo confiable para las organizaciones marxistas ortodoxas de Honduras.
A lo largo de su trayectoria intelectual observé siempre en los escritos de Víctor una destacada coherencia con su postura antiautoritaria, que constantemente advertía de los peligros de las dictaduras fueran de derecha, de izquierda o de cualquier otro signo. El autoritarismo en Latinoamérica y en otros lugares similares ha sido un acompañante usual de los regímenes de derecha, pese a su marketing a favor de la democracia.
Dicha variante autoritaria sería el blanco principal de la punzante pluma de Víctor. Con más sutileza y elaboración, Víctor igualmente criticó la rápida degeneración al comportamiento dictatorial de países y partidos identificados con el socialismo. La causa socialista siempre ha tomado distancia de la llamada «democracia burguesa», esa forma representativa de gobierno en la que el pueblo se expresa mediante el voto, pero donde el poder es retenido por los más ricos.
Pero una cosa es estar contra esa forma peculiar de democracia y otra el estar contra la democracia misma, como gobierno real de las mayorías. El desafío para el socialismo ha estado en mostrar que la democracia genuinamente popular, mayoritaria, puede concretarse al cambiar la base económica sobre la que se asienta la superestructura política. Es contradictorio que bajo la dictadura de un partido poco o nada democrático internamente se pueda construir una sociedad genuinamente democrática. Es esta contradicción, esta incoherencia, la que pensadores como Víctor han sabido apuntar, pese a toda la animadversión a suscitar entre la ortodoxia socialista.
Fue esta fortaleza y profundidad de ideas lo que hizo de la pluma de Víctor un arma poderosa contra los abusos e incoherencias de la clase política hondureña de cualquier signo, especialmente de derecha.
El pensamiento crítico, tan escaso en estos tiempos y circunstancias, pierde a uno de sus mejores exponentes en Honduras. Dichosamente sus numerosos escritos, junto a otros del calibre de Ramón Oquelí, Marco Virgilio Carías, Marcos Carías Zapata y otros, quedan a disposición, cual huellas fundidas en metal, de las presentes y futuras generaciones. El factor común es la capacidad y el valor para la inconformidad, inteligente y visionaria, ante la injusticia, la pobreza y el atraso que castigan a la mayoría de los habitantes de este fragmento de la cintura de América.
Podría hoy, como anoche con su eclipse lunar, escribir versos tristes en honor al amigo; pero no, Víctor se burlaría (como tiempo atrás se mofó de un poeta chafa y sus delirios persecutorios «el cabo Anófeles Mejía/me seguía noche y día/con particular porfía») y, por el contrario, nos llamaría a celebrar la vida en anticipación a tiempos más luminosos para la República. Permanece entonces, amigo, como estrella del firmamento del pensamiento hondureño para que guíes nuestro transitar a un mejor destino.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas
Un comentario
Excelente visión de un escritor honesto y comprometido con el pueblo. Dispuesto a mostrar su verdad. Mi respeto!