Tedgucigalpa, Honduras.- Debido a complicaciones en su salud, el pasado sábado abandonó esta tierra la teatrista y declamadora nacional, Lucy Ondina Matamoros Funes, en homenaje póstumo aquí relatamos un poco sobre la vida de esta enorme hondureña que hoy deja un profundo legado en el mundo de la cultura.
Lucy Ondina Matamoros Funes nació el 6 de agosto de 1925 en la ciudad de La Ceiba, Atlántida, del hogar formado por Rafael Matamoros y Alba Cruz Funes Cárcamo.
Desde muy pequeña mostró inclinación por la poesía y el teatro en las veladas familiares y escolares, donde demostró que, estando sobre las tablas, su actuación y su timbre de voz captaban la atención de su público y que cualquier asomo de timidez desaparecía para dar espacio a quien años más tarde sería reconocida como la primera actriz nacional.
Estudió magisterio en la Escuela Normal de Señoritas, donde se graduó como maestra de educación primaria, una profesión que ejerció de manera intermitente, pero que le sirvió de base para su quehacer artístico.
A finales de los años 40 contrajo matrimonio con Conrado Henríquez, con quien tuvo 2 hijos: Conrado y Mayra, quienes viven en Estados Unidos y México, respectivamente. Abuela de 3 nietos y bisabuela de 3 bisnietos, todos descendientes de su hija.
Lucy Ondina fue una pionera en la representación de radionovelas transmitidas en los años 50 en Radio América, Radio Monserrat y HRN.
A los 33 años se inició como teatrista profesional con la obra El niño y el gato, de Federico García Lorca, estrenada en 1958 en Honduras, bajo la dirección de Francisco Salvador, al frente del Teatro Universitario.
Bajo la misma dirección, en 1959, interpretó La prostituta respetuosa, de Jean Paul Sartre. En un homenaje que recibió cuando cumplió los 90 años, Lucy Ondina relató que la primera presión para no interpretar el papel de la prostituta fue de su entonces esposo. La actriz relató: “Francisco Salvador presionaba para que lo hiciera y mi dilema era cómo conquistar a mi costilla para que dijera que sí. Finalmente lo amenacé con dejarlo. Es que se le veía como una obra promiscua, sexual y no social”.
Como se señaló en aquel homenaje, hace 7 años, “Lucy Ondina rompió los convencionalismos impuestos por una sociedad patriarcal”, no solo interpretando papeles sobre personajes proscritos por las normas sociales, sino por su pensamiento liberal y político irreverente, pero coherente con los poemas que declama, tan feministas como “Nosotras: esas sujetos” de Juana Pavón; o tan combativos como “Vámonos patria, a caminar: yo te acompaño”, de Otto René Castillo.
En los años 70 y 80 tuvo una militancia especial en el Partido Comunista y participó en las primeras elecciones de un partido de izquierda, Unificación Democrática, como aspirante en la vicealcaldía de Tegucigalpa, en la fórmula que encabezaba Clovis Morales y bajo la formula presidencial de Matías Funes.
Su trayectoria de combate no la hizo dudar matricularse como estudiante de la Academia de Arte Dramático cuando abrió sus puertas en Honduras. Fue de las primeras egresadas, cuando tenía 50 años de edad. Para entonces su bagaje artístico era muy amplio: en 1969 había fundado, junto con otros teatristas, el Teatro Popular Universitario (TOPU), en el que permaneció durante 17 años. Destaca, durante ese período, su participación en el Festival de Danza y Poesía Negra, en el Recital Centroamericano por la Paz, y en múltiples interpretaciones de obras de Sartre.
Años atrás, en 1966, había interpretado La Celestina, de Fernando de Rojas; y años más tarde formó parte del Grupo Teatral Bambú, adscrito al Departamento de Arte de la UNAH, y fundó la Escuela Experimental de Teatro Infantil “Lucy Ondina”, para la formación artística de niñas y niños de barrios pobres de Tegucigalpa y Comayagüela. Como fruto de esta experiencia aun recibe llamadas telefónicas de quienes fueron sus alumnas.
Tras casi 40 años de teatro, en 1997, cerró su ciclo con La Casa de Bernarda Alba, de García Lorca, paradójicamente del mismo dramaturgo que con su obra, El niño y el gato, vio por primera vez el escenario del mítico Teatro de la Cultura.
A su carrera teatral sobrevinieron múltiples recitales, incluidos 15 en México, uno de ellos en el Palacio de Bellas Artes del DF, donde conquistó los corazones de su auditorio, formado principalmente por funcionarias y funcionarios del área de educación.
Su amplia carrera la hicieron merecedora del Premio Pablo Zelaya Sierra, en 1989, distinción que recibió de manos del entonces presidente de Honduras, José Simón Azcona.
Otra faceta no menos conocida de esta actriz hondureña lo ha sido su incursión en el mundo de la cocina. A comienzos de los años 70 fue asistente de doña Justa Suárez Romero, quien encabezaba un programa de cocina por televisión, en una época en la que este tipo de programas era dirigido y seguido esencialmente por y para mujeres.
Con una sazón que le ha sido particular, pero fusionada del legado gastronómico de su familia materna, Lucy Ondina alternó sus actividades de teatro, poesía y docencia con la preparación de platos y bocadillos por encargo, la venta de comida los fines de semana y en fechas especiales y la venta de “burritas” a empleados públicos y privados, que distribuía personalmente, para poder pagar la cuota mensual de su vivienda.
A sus 97 años, todavía lúcida, Lucy Ondina convivió con dos recuerdos fuertes a los que invocaba con frecuencia: el de su madre y su abuela “Chochita”; y los poemas del Romancero Gitano de Lorca, que todavía declamaba. Lucy Ondina cerró su largo y productivo ciclo de vida este sábado, 17 de diciembre de 2022.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas