Por: Edmundo Orellana
Dos acontecimientos protagonizados por la policía nos indica que muy poco hemos avanzado en esta materia y que, por el contrario, nos advierte de gravísimos peligros para el respeto a la ley y a los derechos humanos. Los citaremos cronológicamente.
Uno es la captura del policía militar acusado de la muerte de un manifestante en el marco de los disturbios postelectorales. Ocurriría tarde o temprano porque los delitos en que incurrieron quienes participaron en aquella brutal represión son imprescriptibles, y el informe del Alto Comisionado de los DD. HH., señala como responsable, principalmente, a la Policía Militar del Orden Público, PMOP.
En la captura se manifestó la grotesca versión de “espíritu de cuerpo” desarrollado por la PMOP, que, estuvo, según trascendió, a punto de provocar una tragedia, porque sus compañeros se resistían a entregarlo, en evidente atropello a la ley, de la que son “supuestamente” agentes, investidos de autoridad para, respetando lo que aquella prevé, exigir su respeto y cumplimiento.
Conducta atribuible a la particular organización y funcionamiento de ese cuerpo armado, a cuyo régimen se somete, de hecho y de derecho, la jurisdicción penal con dimensión nacional, por medio de los fiscales y jueces asignados a la misma por el Consejo de Defensa y Seguridad, los que difícilmente escapen a aquel “espíritu de cuerpo” y entre cuyas potestades está la de juzgar, cuando incurran en delitos, a esos agentes, quienes, además, gozan del privilegio de ser recluidos preventivamente en establecimientos militares mientras dure el proceso judicial.
La sensación de estar por sobre la ley con licencia para cometer hasta abusos para cumplir con su misión, es inevitable en una organización de este tipo. Lo que resulta especialmente preocupante porque se trata de la nueva policía, cuya formación, se deduce de ese comportamiento, está alejada de la policial. Ningún policía puede, en ninguna circunstancia, renegar de la fuente de su autoridad ni justificar el irrespeto de los límites que imponen a su acción los derechos humanos, e igualmente no es admisible que anteponga los intereses de sus compañeros de armas al servicio público de garantizar la seguridad de los ciudadanos. Son formados bajo patrones militares, preparados para la guerra, escenario, que por la magnitud que alcanza la violencia, nada está excluido.
El otro evento es la captura del periodista David Romero, operativo en el que se ignoró todo lo elemental. El número de elementos policiales asignado fue desproporcionado, porque Romero, era de conocimiento público, estaba localizado, desarmado y acompañado únicamente de sus compañeros de trabajo y de su esposa. Rodear el medio de comunicación e incomunicarlo no tiene justificación ni fundamento alguno, lo que actúo en contra de la autoridad, porque el periodista, muy inteligentemente, aprovechó esta circunstancia para poner al público a su favor, a quien consideran una víctima del sistema autoritario imperante. La irrupción en las instalaciones de la emisora desnudó la retorcida visión que tiene de su oficio la nueva policía, porque rompieron todo lo que a su paso encontraron, amenazando con disparar sus armas de asalto, como si se tratase de la captura de un talibán, poniendo en riesgo a todos aquellos que en las mismas se encontraban, incluida la esposa del periodista.
A esto agréguese, el daño que causaron a los negocios comprendidos dentro del perímetro que cerraron al público los policías, durante varios días. La exageración de las acciones preparatorias para la captura provocó esos daños, lo que, desde la perspectiva de la lógica más elemental, señala al Estado como responsable de los mismos, de quien, en consecuencia, los propietarios de esos negocios deben exigir la indemnización que corresponda.
Si querían mandar un mensaje, éste llegó. Pero no tuvo el efecto que pretendían. En lugar de miedo, provocó rechazo al régimen y a su instrumento de represión, convirtiendo al periodista en una víctima de esos excesos.
Por lo aparatoso y accidentado del operativo quedó exhibido el gobierno ante el mundo, que hoy repudia la agresión al medio de comunicación porque la interpreta como un atropello al derecho de libertad de expresión, y de lo que se aprovecharon algunos políticos para potenciar sus figuras, incluidos algunos que estaban enfrentados con el comunicador por su controversial forma de ejercer el periodismo, visitándolo en la cabina de Radio Globo, en donde le manifestaron públicamente que, pese a sus ataques- los que perdonaban, en clara demostración de su inconmensurable amor al prójimo-, se solidarizaban con él. ¿Cuántos fueron sinceros? Esa respuesta se la dejo al distinguido lector.
En ambos casos, la policía quedó al desnudo. No tenemos policía todavía. Desconoce el respeto a la ley y entiende que tiene potestades para pasar por encima de los derechos fundamentales, sin preocuparse de que el mundo se entere, en directo, por tv, de sus excesos ni le inquieta que se demuestre públicamente su incompetencia para ejecutar las diligencias más elementales, como capturar a un imputado sin poner en riesgo a terceros. En otras palabras, es obvio que no estamos ante una nueva policía, sino ante un cuerpo armado en el que se apoya el gobierno y cuya misión es operar como instrumento de represión del régimen cuyos niveles de desaprobación exceden los de cualquier otro gobierno de la historia nacional.
Y Ud., distinguido lector, ¿qué opina?
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas
Un comentario
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